Ya no oigo llorar a mi hijo, creo que el que llora es otro bebé de Barcelona o todos los otros bebés que lloran en Barcelona. Todas las noches de las últimas noches así, me levanto y tropiezo con las paredes, el armario, el quicio de la puerta, cada hora, acunarlo y volver a la cama esquivando los golpes de antes, que siguen ahí esperándome, para intentar dormir otra hora antes de que mi bebé o cualquier otro de los que oigo llorar, llore de nuevo. Y así es como me pilla en este punto, leyendo a “Yo fui Johnny Thunders” la última novela de Carlos Zanón, un poeta de la cuadra de poetas de la editorial Playa de Ákaba.
Un escritor de poesía negra y de novelas poéticas transcritas desde un callejón, poéticas, duras, yonkis, llenas de perdedores de la vieja escuela, de la vieja Barcelona de siempre, esa de Francisco Casavella porque si en Barcelona hay alguien que herede a Casavella, este es Zanón. La vieja escuela es la del sexo, drogas y rock & roll, esa es de la que se habla aquí que al igual que Cervantes con los libros de caballerías, Zanón con una sola de sus páginas puede conseguir alejar del caballo a los nuevos adictos, y eso en un tiempo en el que el jaco parece volver a tomar las calles y las venas de sus jóvenes. ( Elías Gorostiaga).