“He visto playas de sacarosa y aguas de un azul muy brillante. He visto un traje informal completamente rojo con las solapas evasé. He notado el olor de la loción de bronceado extendida sobre diez mil kilos de carne caliente.”
Así es como comienza “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”, un reportaje sobre el viaje que en el Zenith, realiza David Foster Wallace en 1995 y que de paso da título a la edición de relatos de Mondadori, (con traducción de Javier Calvo)
“Si. En el océano es necesario desprenderse del pasado e ignorar el futuro y asumir un presente sin incógnitas ni suposiciones.”
Y así es como comienza “Asco” de José Angel Barrueco para la Editorial Eutelequia, un libro de viaje que se convierte en un crucero en el Zenith, (el mismo barco en el que viajara Foster Wallace), durante ocho días del verano de 2010. El primero de la trilogía con la que el escritor, nos marcará el territorio de su propia vida.
( Elías Gorostiaga).
«Asco» de José Angel Barrueco. Crítica literaria. por: Elías Gorostiaga.
En esta primera entrega, nos sumerge o nos hace naufragar (relativamente) en un espacio que a veces se vuelve hostil, no por una recreación malvada de la naturaleza (como si ocurrió recientemente con el crucero Costa Concordia), si no simplemente por una verdad que pasa a ser en algo recurrente a lo largo de las 170 páginas: “En un crucero aprendes esta verdad: si eres un poco asocial y misántropo, ése no es tu sitio. Y sin embargo disfruté mucho y me agradó la estancia”. Y resulta que esa es una de las tablas de salvación, apoyarse en escribir, para liberarse de toda esa gente que llena los cruceros (todo incluido) de felicidad, animación, toneladas de comida, mojitos, cerveza, piscinas, tumbonas, concursos de mises, juego, disco y todo eso que te encuentras, quieras o no, en un hotel flotante de cinco estrellas, una ciudad vertical de mil seiscientos pasajeros y seiscientos tripulantes que pululan felices por las cubiertas de proa a popa de Croacia a Venecia, Brindisi o Katakolon, y el viaje, íntegramente, transcurre en el barco, salvo esas incursiones a tierra, que no dejan de ser una disculpa para volver al barco, a la comida sin fin, a la diversión asegurada. Y lo que une toda esa fantasía de Agencia de Viajes, es un pegamento con el que el autor, va abriendo su colección de horrores, que no es otra cosa que una colección de pasajeros convertidos en personajes, sus costumbres, sus hábitos, su comportamiento, su idea de la vida y la diversión y en paralelo la comparación con el relato del viaje de Foster Wallace, otra tabla de salvación, para volver soportable toda la torpeza, egoísmo, ansiedad:
“Hacen creer a la gente que solo amortizará la inversión de su billete si se lo come y bebe todo, si se apunta a todo, si disfruta de todo y no se pierde nada.”
Pero sin renunciar a su ser, ni a su forma de escribir,(como otras veces) JAB nos deja un libro agradable, pero sin sorpresas, hurga todo lo que puede en la estupidez humana, la magnifica, cita a Schopenhauer y se carga de razón. Aunque yo no me lo crea mucho, se suma a lo que ya escribieran esos novelistas suicidas que admira, Thomas Bernhard, Burroughs, Celine y se va volviendo transparente y en esa transparencia te enseña sus defectos de escritor, de hombre enamorado, de maniático, solitario, lector empedernido (con una biblioteca de tres mil volúmenes), cinéfilo. En todos los caminos va desgajando ese pan y si fueras un pájaro picotearías hasta meterte de cabeza en la jaula, por pura curiosidad. JAB sabe que todo eso es pasajero, que las sonrisas son solo sonrisas-profesionales y sobre todo sabe que no está solo en ese balance; con él (fuera y dentro del Zenith) también viaja M (con una pregunta reservada para el final, de la que no nos habíamos hecho eco en todo el viaje), otros familiares y un bebé, que con el tiempo también será su bebé y que representa para él la vida que le espera … pero para eso tendremos que entrar en el resto de la trilogía.