Damos comienzo aquí a la sección Autor Invitado.
Sección que saldrá de modo ocasional; es decir, no necesariamente cada mes sino aquellos en los que la dirección de la Revista considere que los textos, noticias o ensayos llegados por el sistema habilitado para ello (clikear en “autor invitado”, y escribir un texto con título, y nombres y apellidos reales) lo merecen por su calidad.
En esta ocasión nos acompaña Marisol Torres. Escritora y frecuentadora de tertulias donde nos hace disfrutar de sus textos.
Al Galope. Por : Marisol Torres.
Hay mar de fondo. El viento y las corrientes del Estrecho zarandean el barco como una lavadora descentrada. El veterinario baja a la bodega, preocupado por los caballos. Cuando llega hasta el camión, le preocupa constatar que se remueven inquietos en sus jaulas, relinchan y cocean. Gazal, el purasangre más caro de la yeguada, está tumbado en el suelo en su espaciosa jaula, respira agitadamente y una espuma fina y delicada pinta sus belfos de blanco. Le ausculta, le toma la temperatura y le injecta un sedante. Se mantiene a su lado, acariciándole la cabeza con mimo y hablándole en árabe, despacio, hasta que el caballo recupera un ritmo cardíaco normal.
Da una vuelta alrededor del camión, revisa ataduras, paja y comederos. Se relaja; su cuadra parece haber recuperado la calma. Cree escuchar un sonido como de estornudo y voltea de nuevo alrededor del camión, pero no ve nada raro y decide subir a cubierta. Sufre por sus caballos, encerrados ahí abajo, pero él mismo se está mareando. Dando tumbos, ayudado del pasamanos, va subiendo la escalera. Agradece las cuchillas que el viento clava en su carne al salir a cubierta. La línea de la costa de Algeciras ya dibuja perfiles nítidos; llama a la finca de acogida para asegurarse de que todo está listo: sus caballos necesitan de todas las comodidades. Deben llegar frescos al hipódromo de Sevilla.
Abajo, de entre los engranajes del camión, surgen un par de manos oscuras. Escalan hasta la jaula, retiran un puñado de avena del pesebre, y desaparecen de nuevo. Mohamed mastica lentamente y consigue tragar algo, pero el pequeño Ibrahim sigue peleando con sus muelas de niño contra aquellos granos duros como el eje sobre el que duerme, mientras se le van cerrando los ojos.