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Berg en Dal. En el país de las siete colinas. Por: Pilar Moreno.

Nadie puede imaginar que un lugar que se conoce con el nombre de Monte y Valle se encuentre en un país tan llano y de horizontes tranquilos como Holanda. Berg en Dal, este es su nombre en holandés, es un pequeño pueblo de Nimega cerca de la frontera con Alemania. La naturaleza de esta región es una de las más bonitas que he visto aquí. La ruta N70 te lleva por esa preciosa zona a través de un paisaje de suaves colinas y apacibles valles, unas veces por bosques y otras atravesando campos sembrados y pueblecitos. Esta ruta montañosa de paseo, tiene unos 16 kilómetros con un desnivel que oscila entre los 20 y 100 metros. Durante la glaciación se deslizó hasta este lugar una masa de hielo que amontonó la tierra arrastrada, creando así las colinas, mientras que el agua proveniente del glaciar horadaba los valles. Después llegaron los primeros habitantes, se trabajó la tierra y crecieron los pueblos. Hoy día Berg en Dal cuenta con unas 800 casas y 2000 habitantes. ( Pilar Moreno).







Berg en Dal. En el país de las siete colinas. Por: Pilar Moreno.

                       

En esta época del año hay algo especial en el ambiente, en el paisaje amable, con el frescor confortable de las sombras de los castaños y las hayas, el verde vivo de los prados y la musicalidad del aire, del vuelo de las aves y del crujir de las hojas que empiezan a caer. Me sumerjo en este mundo de imágenes, quiero que el tiempo pase con lentitud para disfrutar de cada paso alejada de las prisas de la ciudad. De vez en cuando vislumbro entre los árboles una granja, una finca, un refugio de caza, incluso las torres de algunas iglesias. Vacas y ovejas pastan tranquilamente en los extensos valles. Una de las zonas de esta región, Nederrijk, fue terreno de caza exlusivo del emperador Carlomagno, un ferviente cazador de ciervos y jabalíes. Las liebres, faisanes y perdices eran un privilegio de la aristocracia y para el ciudadano de a pie quedaban reservados patos, cuervos y pinzones.

 

Hoy día son muchos los que caminando, en bicicleta o a caballo, recorren estas sendas y caminos atraídos por el encanto natural de la naturaleza y lo diverso del terreno. Desde el momento en que descubrí estas colinas, las suaves pendientes y ligeros descensos, me he convertido en una entusiasta admiradora de este pequeño pueblo y sus alrededores donde el tiempo parece discurrir sin prisas. Propiedades rurales, casas de campos, chalets y villas aparecen integradas en el paisaje. La mayor parte está en manos de particulares y no abiertos al público, pero el caminante puede disfrutar de su arquitectura sin que se sienta perturbada la serenidad que le rodea.

En medio de este entorno y formando parte de él está el Afrikamuseum, un museo para el arte y la cultura de Africa. Los orígenes de la colección lo forman los objetos traídos del continente africano en los años 50 del siglo pasado por los misioneros de la congregación El Espíritu Santo; figuras de madera, instrumentos musicales, cestas, cuencos de madera y barro, collares y atavíos de fiestas, herramientas, semillas, piedrecitas, huesos y otras muestras interesantes que forman parte de la vida y cultura en Africa. Uno de los más fascinantes ejemplos del arte africano corresponde a las máscaras para sus rituales y ceremonias. Con ellas pretendían aproximarse e influir en el mundo invisible de sus antepasados y jugaban un papel importante en la vida religiosa y en todas sus experiencias, juventud y madurez, salud y enfermedad, vida y muerte. La mayoría de las máscaras tienen una expresión tiránica y exigente, incluso cruel. En la quietud obligada a la que les ha destinado el museo, su magia parece estar en reposo, pero hay algunas sombras dominantes que me hacen ver lo implacable de su mirada.

 

Así sigo mi visita a este museo. Es un recorrido que me da a conocer lo fascinante y misterioso de Africa y me acerca a su ciclo de vida y a las costumbres de los distintos pueblos y tribus nómadas, Sudán y Kenia, Makondo y Tanzanía, Mozambique, Egipto, etc. Tengo también un encuentro con los pigmeos Baka, de Camerún, trópica zona boscosa. Ahí han vivido desde hace miles de años como cazadores. El bosque es su fuente de alimento y medicinas, su terreno de caza, su universo. Una colección de fotos muestra los dramáticos cambios que hoy día sufren por las funestas consecuencias de la tala de árboles. Han tenido que abandonar su entorno y comenzar una nueva vida. Por ello se han roto sus raíces y pierden cada vez más su identidad.

 

Muchos de los objetos expuestos son de madera, material que generalmente en zonas trópicas tiene una duración de vida limitada, atacado por insectos, moho y humedad. En el momento en que son adquiridos en Africa tienen entre 50 o 100 años de antiguedad. Pasa igual con el textil. Otros objetos de cerámica, marfil y principalmente metal tienen una duración más larga; aunque hay alguna que otra pieza de finales del siglo XIX, la mayor parte de la colección es del siglo XX. No todo lo expuesto nos podrá parecer bello, todo lo contrario, pero para apreciarlo habrá que conocer su significado cultural y el lenguaje expresivo de la obra. En diferentes tradiciones africanas, para que una obra sea perfecta debe cumplir a la perfección con la función a la que está destinada. El conocimiento de estos principios hará que se vayan valorando más todas las expresiones artísticas del continente africano. El museo cuenta además con unas cinco hectáreas de terreno a su alrededor que te ofrece la posibilidad de conocer la especial arquitectura de esos pueblos, la disposición de sus pequeñas viviendas con muebles y enseres del hogar, y los pequeños campos de hortalizas y frutas. Es un viaje a las tradiciones distantes, un encuentro con imágenes de las que percibíamos su existencia y que ahora nos relatan las historias que hemos leído de otros pueblos y otras culturas de un continente en continuo desarrollo, y tan distintas de lo exótico y romántico que nos describieron los antiguos viajeros y descubridores.

 

Fuera del museo sigue presente la historia, pero son otros capítulos y otros acentos los que la memoria retiene. Excavaciones realizadas dan testimonio que alrededor del año 17 DC existió un asentamiento de comerciantes y artesanos romanos, Batavodurum, al oeste de las siete colinas de la Nimega medieval. En esta zona estuvo también instalado un campamento para albergar a una de las legiones romanas. Después han pasado por aquí españoles, franceses y finalmente en los años cuarenta, durante la II Guerra Mundial, fue Nimega la primera ciudad holandesa que cayó en manos de los alemanes. Sin embargo, los paisajes ya se ha repuesto de tanto trasiego; ahora no es ambición de conquista lo que impulsa al que viene, es el deseo de maridar lenguajes y culturas lo que les hace llegar hasta aquí.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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