Estos días cuelga en el museo Rijksmuseum de Amsterdam una de las pinturas que está considerada como la más hermosa del siglo XVII. Un caballero elegantemente vestido nos mira desde el fondo oscuro de un lienzo enmarcado. Parece estar a punto de salir a una cita galante; con la cabeza ligeramente inclinada y la mirada algo desinteresada, va poniéndose unos guantes marrones de piel, sin prisas ni inquietudes aparentes. Viste jubón gris -que se usaba para viajar o montar a caballo- y camisa de mangas largas blancas. Sobre sus hombros, algo suelta y como sin ganas, una capa roja con el cuello ribeteado en dorado. ¡Un hombe de mundo! Llama la atención la técnica pictórica empleada, informal -pinceladas con imaginado descuido- y al mismo tiempo, una precisión certera para determinar los detalles, como las huellas dáctilares que el pintor ha dejado en los ojales de la chaqueta. Es lo que hace de este retrato una de las obras más espectaculares mostradas en el museo. ( Pilar Moreno )