Clara Redondo ha escrito un libro de relatos cuando menos curioso.
Bajo el titulo de Lo que Tarda un caramelo, frase que remite a su relato la duda de Lola ,si bien en una transposición, nos ha dejado un mundo lleno de seres insatisfechos que sólo a través de la fantasía o de la imaginación vislumbran otro modo de ser en sus vidas grises.
(Alena Collar )
Clara Redondo, «Lo que tarda un Caramelo». Paraísos en lo lejano. Por: Alena Collar.
Con una economía de lenguaje a veces excesiva, en mi modo de leerlo, y usando la técnica del distanciamiento de lo narrado, es decir, sin implicarse en lo que cuenta, dejando el relato exento y desnudo en manos del lector, Redondo transmite sobre todo una impresión de sucesos y vidas marcadas por el desaliento.
En todos sus cuentos, sin embargo, lo que se lee no debería dejarse en lo que se interpreta a simple vista. Hay un mundo subterráneo, oculto, marcado por el regreso nostálgico al paraíso perdido ( un delantal sin amapolas), de sueños infantiles ( trece copos de nieve), de necesidad de liberación interior ( Mientras, el acordeonista), que subyace queriendo expresarse en toda su libertad.
Digo esto último porque en todo el tiempo de lectura, reconociendo la perfección formal de los relatos, su acabada estructura y su lenguaje muy elaborado y muy cuidado, he sentido también en ellos la frialdad en el estilo, no es un reproche esto que comento, pero sí es muy chocante; porque a la vez que esa frialdad tengo la impresión de ser buscada, lo que “hay por debajo”, que creo inconsciente, lucha por aflorar a la superficie continuamente sin que la autora lo permita; y eso quizá para los propios textos es una tensión innecesaria.
Cuando la autora deja fluir más libremente la escritura llega a su mejor expresión, adecúa lo que cuenta, lo que desea contar y la forma de hacerlo, que no tiene porqué-a mi modo de ver- encorsetarse en una objetividad a cualquier precio; y si no, no hay más que leer La Película, o, por supuesto, Corales Dibujados, el relato con que se cierra este libro con una ternura exquisita. Y la ternura, a la hora de narrar no tiene porqué darnos miedo.