La vida y la obra de César, como se le llama a secas por sus conocidos y aún por los que aspiraban a serlo, fue polémica, variopinta, agitada, a veces peligrosa y siempre al límite.
Hoy a Cesar González Ruano se le quiere someter a un olvido no exento de desprecio; se calibra su persona y con ello se ningunea una obra de altísima calidad literaria.
Javier Carrasco nos le recuerda. Bueno será leerlo, como ha hecho nuestro redactor, y juzgar después.
Con Ruano, a Pesar de Todo. Por Javier Carrasco.
Cincuenta años después de su muerte se sigue hablando de él. Pero hoy César González-Ruano es un apestado de las letras. Fama siempre tuvo de señorito fascista, personaje amoral y periodista mercenario y sin escrúpulos, pero ahora, tras la publicación del libro El marqués y la esvástica (Anagrama), la figura de González-Ruano se torna más oscura y siniestra, si cabe. Rosa Sala Rose y Plàcid García-Plana, autores del ensayo, desvelan la vida del periodista en la Francia ocupada por los nazis, donde aseguran que traficó con salvoconductos y estafó a judíos que acabaron en campos de concentración. Ya se sabía que estuvo preso en la cárcel de Cherche-Midi porque ni siquiera los nazis se fiaban de él. En realidad, todos recelaban de Ruano, los nazis, los fascistas, los de la Resistencia, hasta los falangistas españoles que le recriminaban el antisemitismo feroz de sus artículos, bien pagados con el dinero de Berlín, porque no casaba con el ideario joseantoniano.
Ruano no debió de ser ninguna perla. No parece haber dudas sobre el particular. Su moral saltó de charco en charco, pero a él no le importó en absoluto. Cayó siempre de pie. Careció de principios. Fue un superviviente. Mientras otros se quedaron en el camino (otros que podían tener más talento que él), Ruano sobrevivió a todos, a los nazis y a los fascistas, y regresó a España, primero a Sitges y después a Madrid, donde escribía hasta cinco artículos diarios, al principio en el café Gijón y luego en el Teide, para permitirse llevar una vida desahogada. Todo falso marqués (y él lo era) debía hacer frente a muchos compromisos. De ahí su servidumbre con la columna diaria, un asunto del que también escribió con brillantez.
Ruano pudo ser un malvado, pero fue un gran escritor de periódicos. Por eso se lo perdonamos. Figura entre los grandes del periodismo del siglo XX, junto a Camba, Gaziel, Pla, Cunqueiro, Chaves Nogales y Umbral. Ahora leo sus necrológicas en un volumen editado por la Fundación Mapfre, y son una pura delicia. Literatura que no ha envejecido, palabras que conservan su fresca hermosura.
Ruano nos demuestra que el talento y la bondad no tienen por qué coincidir en el escritor. A menudo no lo hacen. Los buenos sentimientos suelen alumbrar malas novelas, como dejó escrito André Gide, otro inmoral. La literatura blanda, plana, idealista, está condenada al olvido. ¿Quién se acuerda hoy de los escritores realistas de los años cincuenta, tan comprometidos contra la injusticia y la opresión? Nadie. La literatura que nace de los pliegues oscuros del corazón, del frío de la vida, que crece más allá del bien y del mal, esa literatura abrasa y resiste el paso del tiempo
Si a los escritores los juzgamos por su catadura moral, ¿qué sería de Cervantes, autor de feroces críticas contra los gitanos? O del Quevedo antisemita, del Cela delator y censor o del Alberti que se daba a la buena vida mientras sus compañeros de partido morían en el frente durante la guerra civil. ¿Dónde está escrito que un novelista o un poeta tengan que ser un ciudadano ejemplar y un referente moral para catequistas y voluntarios de una ONG? El talento es la única vara con la que se debe medir la obra de un autor, y no el tamaño de su corazón.
Pero los pusilánimes de la Fundación Mapfre no lo entienden así. Antes de publicarse El marqués y la esvástica, y es de suponer que para evitarse complicaciones, eliminaron el prestigioso premio periodístico que llevaba el nombre de nuestro protagonista desde 1975. Así que Ruano, aquel escritor dandi por baudelariano, el que nos confesó a medias su medio siglo, está a punto de entrar en las catacumbas de la literatura. Pero de ellas saldrá, tenedlo por seguro, porque, a diferencia de los que le critican e injurian, tenía elmagisterio de las palabras y las palabras, siempre agradecidas, acabaron recompensándole.
catherine
abril 29th, 2014
No le ho leído por supuesto pero pienso en Céline. ¿Qué cuenta en su diario? ¿se publicó también el diario de los años 40?
Es un tema candente.