“Todo actor quiere actuar”, decía el director cinematográfico Claude Sautet. “Todo depende – añadía – en la manera de mirar fijamente que tenga el actor. Hay actores que les preocupa su capacidad de expresar algo cuando no hay indicaciones verbales y es preciso infundirles confianza en su mera existencia.
(José Julio Perlado)
Contemplando al actor. Por: José Julio Perlado.
Cuando se extiende la alfombra de los Oscar, pero más aún, cuando antes se siguen las pausas y silencios, los tartamudeos y vacilaciones de Colin Firth en “El discurso del Rey”, la película de Tom Hooper, y cuando acompañamos a Geoffrey Rush por estancias y espejos, aconsejando y corrigiendo la dicción del Rey Jorge Vl, contemplamos el trabajo minucioso de un actor, su responsabilidad y eficacia, las expresiones e impresiones que su talento nos transmite de manera continua.
“Todo actor quiere actuar”, decía el director cinematográfico Claude Sautet. “Todo depende – añadía – en la manera de mirar fijamente que tenga el actor. Hay actores que les preocupa su capacidad de expresar algo cuando no hay indicaciones verbales y es preciso infundirles confianza en su mera existencia. De un modo similar, algunas actrices no quieren llevar el pelo retirado de la cara, porque se sienten desnudas. Y yo lo prefiero, porque así no tienen ninguna posibilidad de esconderse y la interpretación es mejor. Esto lo descubrí con Romy Schneider, por supuesto. Durante los ensayos de “Las cosas de la vida”, la vi una vez con el pelo recogido y pensé: “Qué diferencia, es increíble. ¡No hace falta ni que hable!”. Desde entonces, lo he utilizado muchas veces con actrices, porque así irradian más fuerza y sensibilidad”.
Hay directores de cine que han señalado cómo para dirigir a los actores, lo único que hay que hacer es dejar que hagan su trabajo. Otros se afanan sobre todo en utilizar lo que el actor lleva dentro procurando extraerlo a la luz. David Lynch decía que los actores son como instrumentos musicales y la composición completa se consigue cuando actor y director se mueven en la misma dirección. Los actores, se ha recordado también, tienen su propia realidad, y si para un director lo que importa es el film, para un actor, lo que importa es el personaje. En ocasiones, el director tiene que ceder ante los actores, observar sus ojos – como así lo confiesa hacer el chino John Woo –: “cuando un actor está interpretando, siempre le miro fijamente a los ojos; siempre, porque me dice si está siendo veraz o está fingiendo”.
Eso es lo que hace Geoffrey Rush con Colin Firth en “El discurso del Rey”: un actor mira a los ojos a otro actor y el director de la película mira a los ojos a los dos. El profesor de dicción observa las dudas de su alumno, las limitaciones de su pronunciación, las carencias de su personalidad, el miedo a enfrentarse con un discurso. Acompañamos estas lecciones que se le van dando al Rey y a la vez acompañamos las lecciones que el director hace a los dos grandes actores. Lars Von Trier confesaba que, como director, quería a los actores hasta los celos. Ese amor por la interpretación la asume intensamente el director del film y, como señalaba Godard, dirigir actores es como entrenar atletas. Se les prepara, se les anima, uno se esfuerza por hacerles descansar para que recobren su ánimo, su ritmo y su elasticidad. Al otro lado de la pantalla blanca se extiende el silencio en penumbra de los espectadores anhelantes –muchas veces admirados – hasta contemplar el fin del espectáculo.