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«Cuaderno del Delirio»; de Elvira Daudet. Por : Amando Carabias

Nunca engaña Elvira Daudet a sus lectores, siempre escribe a tumba abierta, sin esconderse, rodeada y protegida por la potencia de su verso. En su último poemario, dicha cualidad se eleva a la enésima potencia. Cuaderno del delirio (e-book al cuidado de Alacena Roja —edición digital—, Ceutí, 12 de mayo de 2012), es, desde el título hasta su última frase (una contundente sentencia de la propia autora), un puro y descarnado autorretrato de la mujer que fue en un momento de su existencia. Parafraseando a la escritora, un autorretrato desvestido de la piel, en carne viva.

Este poemario es un salto mortal al vacío, sin red, y un salto al vacío que la poeta conquense ejecuta con plena consciencia en dos actos de valentía que los lectores nunca agradeceremos como merecen.

( Amando Carabias ).






«Cuaderno del Delírio»; de Elvira Daudet. Por : Amando Carabias.

La primera pirueta es la gallardía de presentar este libro al libre acceso de los lectores de forma gratuita, a golpe de un clic con el ratón del ordenador. Según se ve en la propia página de la editorial Alacena Roja donde se lee el poemario, en el momento en que escribo estas líneas, pocas semanas después de su publicación, ha superado las diez mil doscientas visitas. Como comentaba la poeta, ahora sí tiene conciencia de haber lanzado un libro al mundo. En el mejor de los sueños de cualquier poeta no cabe un número tan elevado de lectores. Se podrá argumentar que no todas las visitas implican la lectura. Es cierto. Pero nadie puede garantizar que todas las compras de un libro, la aseguren. Aunque sobre este punto no quería extenderme, sólo señalarlo, puesto que podría divagar en exceso. Lo que me importa es explayarme en el contenido de los versos, no el soporte en que se presentan.

La segunda acrobacia es la propia entrega de esta obra al mundo, a los lectores de poesía. Hay libros que se escriben por imperativo radical del propio corazón, son una necesidad extrema, por así decir, pero no necesariamente se publican. Al menos en vida del autor. Más allá de otras valoraciones, esta edición es una prueba de valentía radical, absoluta y poco habitual, no ya en el ámbito de la literatura, sino en la existencia humana en general. Se puede ser sincero de muchos modos. Se puede acercar a la verdad (aunque es bien cierto que la verdad no existe, lo más parecido quizá sea la honestidad con uno mismo), pero cuando uno se aproxima a las arenas movedizas de la propia vida impresa en el territorio umbrío de la memoria, cuando uno empieza a husmear dentro del vertedero de sus miserias, intenta (en el mejor de los casos) pasar lo más rápido posible junto a esa zona poco recomendable de la biografía, como quien atraviesa un barrio peligroso. Elvira Daudet, sin regodearse, ni siquiera aproximarse al masoquismo —tampoco es eso—, tiene la suficiente entereza de ánimo para contemplarse y juzgarse a sí misma en una determinada época de su existencia que no fue breve, precisamente.

La primera aproximación que tuve a Cuaderno del delirio fue en la antología de este libro que Jaime Alejandre publicó en su colección de Hazversidades poéticas, concretamente en el número correspondiente al 8 de marzo de 2010. Pero es ahora, dos años después, cuando la poeta publica el poemario completo.

Quien se acerque a Cuaderno del delirio, comprobará desde el inicio de su lectura que se encuentra ante un libro atravesado de dolor y tristeza, pero no de melancolía vaporosa y sentimentalista. Lo avisa no sólo el título tan descriptivo, o la cita escogida a modo de frontispicio para el poemario (“Cuando las fieras muestran sus espadas o dientes como latidos de un corazón que casi todo lo ignora, menos el amor” de La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre), sino el final del primer poema. Es decir que no hay que esperar para saber el territorio que recorreremos.

“La patria del tiempo”, poema inaugural, sitúa al lector en la atmósfera en la que discurrirá el resto de poemas que componen la obra, veintiuno en total. A modo de presentación, Daudet evoca en este primer poema su paraíso juvenil: París; pero, en realidad, París es una anécdota hermosa, un envoltorio que completa lo verdaderamente hermoso y necesario, ese amor de apariencia infinita. (Y París una hermosa burbuja tuya y mía, / el verdadero hogar: / la libertad). Fue tiempo de belleza absoluta, pero esa belleza no estaba fuera. No hubo violines, ni tardes incendiadas de mayo, la ciudad era cegada por el brillo de dos astros celestes: el cuerpo de los amantes y cada noche fue una fiesta. Sin embargo todos estos versos que rememoran tanta pasión y tanta felicidad, no son más que el recuerdo, que el final del poema desmorona: “Quién pudiera soñar toda una noche, / antes, ay, de que el último buitre me devore, / que regreso a la patria adolescente / a ser la que fui un día, alegre y, pobre, / en aquel paraíso improvisado. / Bastaría un instante, la dicha fue tan breve.”

No voy a desvelar cada poema, pues no pretendo usurpar este goce al lector, simplemente refiero este primer poema para explicar el contexto en el que se sitúa esta obra. Un poemario de desamor o, mejor dicho, de amor traicionado, y sin embargo eterno. Porque el sufrimiento de la protagonista continúa y se dilata en el tiempo, precisamente a causa de la perdurabilidad de un sentimiento, no sólo no correspondido, sino traicionado y burlado. Pero este amor es tan hondo y tan enraizado que continúa y se dilata más allá de la muerte del amado, su mal, como lo califica en un espléndido alejandrino incluido en el poema, para mí vértice del libro, titulado “¿Hasta dónde?”: ya no podré decirte, mi mal, cuánto te quiero

Solemos tener, a causa de la simplificación con la que vivimos esta época contemporánea, una determinada imagen de la poesía amorosa, y no solemos ir más allá de cierto sentimentalismo melifluo y empalagoso que confundimos con el romanticismo. Nos olvidamos casi siempre de que, probablemente, los mejores poemas amorosos pertenecen al barroco. En concreto me refiero a un buen puñado de sonetos de Quevedo. En no pocos de ellos, el misógino escritor, para referirse a lo más elevado del amor, escribía sobre la muerte, en el sentido de que ni la muerte derrotaba al amor. Desde esta perspectiva se puede juzgar Cuaderno del delirio: el amor como sentimiento que desborda la extensión y la potencia de la propia muerte; sin embargo Daudet da una vuelta de tuerca. Si el poeta del Siglo de Oro se refería al amor correspondido, la poeta de nuestro siglo sostiene que también en el caso del amor no correspondido, este sentimiento perdura más allá de la muerte. Podría citar varios ejemplos de lo que digo, pero prefiero que el lector los descubra y se quede con los suyos; pero, no me resisto a dejar aquí una muestra, que corrobore lo que digo. En el poema “Huesos como dardos”, podemos leer como final a una reflexión sobre la presencia invasiva del recuerdo del amado:

Oxidados silencios, tan cobardes y amargos como lo fue tu fuga, antes de refugiarte vilmente en el vacío y arrojarme a los ojos tus cenizas y al corazón tus huesos como dardos.

Hablar de un poemario, no es sólo hacerlo de su contenido. Por el contrario, quizá sea este género de la literatura en el que su aspecto formal cobre mayor trascendencia. Podría afirmarse que la forma dada a los poemas no es ajena a su contenido, ni siquiera en los casos de verso libre, versículo o poema en prosa. Cuaderno del delirio podría ahilarse con la poesía narrativa, pues en los versos que van calando al lector, el argumento de la obra es lo que estructura el texto. Sin embargo, limitarse a tal concepto es amputar al libro de sus esencias poéticas más altas.

El lenguaje empleado por Elvira Daudet es su lenguaje sencillo, accesible para cualquiera. Las construcciones sintácticas no complican en ningún momento la comprensión del lector. Como sucede habitualmente en la obra poética de Daudet, el esqueleto sobre el que se arma y se sostiene el poemario es el endecasílabo, el heptasílabo y el alejandrino. Pero tal y como ocurre con cualquier edificio, y cuando las necesidades expresivas se lo reclaman, no duda en incluir otra clase de verso. Los poemas, a pesar de su concepción narrativa, no huyen de la evocación, la metáfora, la comparación, la analogía, la aliteración. La capacidad verbal de Elvira Daudet, su imaginación para lograr metáforas hermosísimas, de nuevo cuño y, al mismo tiempo, hondas (sin perder de vista nunca el contenido del mensaje que es lo que realmente le importa) asombra casi en cada poema.

Cuaderno del delirio es un poemario que no renuncia a nada: relato, evocación, ritmo, imagen, pero, sobre todo, sinceridad en carne viva. Al lector se le lleva en un viaje bellísimo, desnudo de bisuterías y quincalla, hacia los territorios más inhóspitos del ser humano: el corazón desolado, sumergido en el laberinto del dolor que produce el abandono del ser amado, esa suerte de amputación del alma. Y sin embargo, y es aquí donde con más fuerza emerge la potencia de la poesía de Elvira Daudet: este paseo por estancias tan poco acogedoras y tantas veces repulsivas, no es odioso, sino todo lo contrario, a pesar del escalofrío que pueda atravesar la médula de quien lea. Un periplo acaso comparable con la belleza de esos paisajes inmensos, y al mismo tiempo inhóspitos, de los desiertos o de los polos, acaso comparable con la belleza del mar en medio de la noche…

Cuaderno del delirio, repito, está disponible para el mundo entero, sin dificultades de distribución —incluso fuera de España—, al menos para quienes entiendan el español y posean un ordenador. No está sujeto a restricciones horarias, ni lleva aparejado gasto alguno, salvo el de emoción que cada lector deje tras la lectura de sus versos. A buen seguro no será poca. Sólo hace falta pinchar sobre este enlace.

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