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Dafne, la ninfa peneide en primera persona. Por Virginia Seguí

 

Cabeza de Mujer coronada de laurel. Sigo XVIII

Cabeza de Mujer coronada de laurel. Sigo XVIII

 

 

 

. Un mito, una historia de atracción y desamor, una vida rota que se transforma, un regalo literario: ah, las ninfas, ¿qué sucedería si pudieran hablar y contarnos qué sucedió en realidad?…

 

Dafne, niña en Tesalia, sufrió el despiadado acoso del enamorado y ardiente quien tras recibir la flecha de Eros no pudo reprimir sus impulsos; sólo la Madre Tierra escucharía su voz…, sus súplicas: y a ella recurrió la ninfa.

Dafne… tus lágrimas serán el rocío que los laureles destilen cada mañana con la alborada, al despertar cada nuevo día.

Una recreación del mito de Dafne, que nos relata Virginia Seguí.

 

 

 

 

 

 

Dafne, la ninfa peneide en primera persona. Por Virginia Seguí.

 

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Mi cuerpo había perdido elasticidad ya no notaba la sangre correr por mis venas y apenas veía a través de mis ojos, esos ojos verdes en los que, según dicen todos aquellos que los miran fijamente, se percibe mi herencia paterna, quedaron atrapados por aquel rudo y retorcido tronco del que crecían y crecían cada vez más ramas; el terror se apoderó de mi ¡pronto mi nueva sangre, ahora savia, llegaría a mi mente y me haría perder la memoria y hundiría mis pensamientos en el infinito!; así mi vida humana llegaría a su término.

 Me agobiaba la inmovilidad que me dominaba y sentía cómo mi sudor se acumulaba en mis extremidades que, convertidas ahora en gruesas ramas de verdes hojas, lo hacían salir de mi cuerpo suspendiéndolo como si se tratara de gotas de rocío que brotaban  inesperada y atemporalmente. Entonces antes de perder la consciencia, recordé mi niñez, allí en las llanuras de Tesalia junto a las orillas del río Peneo, que me dio la vida; pase mis días más felices junto a Creusa, mi madre, y mis hermanas; jugueteando y disfrutando de aquella naturaleza exuberante a la que había aprendido a dominar y que ahora, de repente e inesperadamente, se estaba apoderado de mi convirtiéndome en parte de ella, llevándome a exhalar mi último aliento; poco a poco me integraba en ella; aunque ahora como un ser estático no como la hermosa ninfa peneide que siempre había sido; mi madre me había hablado de mi naturaleza dríade ¡pero nunca la creí!, sin embargo, ahora la notaba fortalecerse en mí agradeciendo su existencia ya que, en cierto modo, me protegía; aunque sus consecuencias fueran nefastas para mí; por ello agradecí a la madre tierra que me hubiera salvado aunque fuera a costa de mi naturaleza humana.

Todavía era capaz de recordar las risas de mis hermanas y nuestros juegos infantiles; allí junto al rio Peneo, mi padre; quien bajaba desde el monte Katara, una de las mayores alturas del macizo montañoso del Pindo próximo aUnacascadaBordes los límites occidentales de Épiro; que tras beber en las fuentes del monte  se deslizaba; tras el deshielo, sus aguas, rápidas y bravías, bajan formando estrechos y angostos valles hasta llegar a la llanura donde se remansan; allí entre los juncos, el barro y la hojarasca, bajo el resplandor de un sol abrasador se sucedían los días y las noches, mientras yo, inocente y feliz, correteaba libre sin más obligación que jugar y buscar los deliciosos frutos silvestres que la madre naturaleza ponía a mi alcance para que saciara mi apetito que despertaban mis largas correrías.

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Mientras pensaba mis extremidades se alargaban y adormecían; mis nuevos fluidos sanguíneos hacían que mi cuerpo, antes blanco y terso como el mármol, se arrugara y adquiriera un aspecto rudo, áspero, resquebrajado de color verdoso y amarronado; sólo mi naturaleza dríade me permitía ya mantenerme viva.

ApoloErosDafne_Bazzi_sLos dioses me habían abandonado, yo era aún una niña que seguía fielmente los consejos de mi padre; nunca me había atrevido a salir de aquel espeso bosque donde vivía y, sin quererlo, me vi involucrada en un enfrentamiento entre los hijos de dos dioses: el lascivo Apolo, hijo de Zeus y Leto y Eros, el pequeño y cruel vástago de Afrodita y Ares; quizás era un nimio enfrentamiento; en que sólo se dilucidaba su habilidad con el arco, eso y solo eso me condujo al deplorable estado en que me encuentro; pero para los dioses y sus hijos, cuestiones como esas se relacionan con el poder y con el reconocimiento de sus cualidades y habilidades en las diferentes disciplinas teniendo gran importancia para su estatus en el Olimpo; sus frustraciones en estas lides despiertan en ellos una sed de ilimitada de venganza; y una vez dominados por ella son capaces de realizar la mayores atrocidades sin medir sus consecuencias, por funestas que éstas sean para la vidas de otros seres, ya se trate de dioses, héroes, hombres, mujeres, ninfas, dríades o náyades o de cualquier otro ser viviente que se interfiera en su camino; nada les impide llevar su venganza a término y ejecutar sus planes hasta sus últimas consecuencias.

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Desde que llegué a la pubertad sabría que mi cuerpo despertaba el deseo en los hombres incitándoles a poseerme; era algo que ya les había sucedido a mis hermanas; no nos extrañaba que muchos de ellos intentarán acercarse a nosotros furtivamente; para observar nuestros juegos y admirar nuestros cuerpos, algunos, los más osados, venían de noche para vernos bailar a luz de la luna, junto a los álamos negros, en el remanso de la curva del río en la que mi padre creaba una especie de laguna de aguas cristalinas en las que podíamos vernos reflejadas, así podían admirar nuestros cuerpos entre el centellear de las estrellas reflejadas en la oscura superficie del agua en la que nos bañábamos; se creaba un juego lumínico que nos hacía disfrutar aún más de aquellos momentos; así habíamos descubierto a Leucipo, quien, enamorado de mi o de alguna de las o tras ninfas que nos acompañaban, se disfrazaba de náyade para poder confundirse entre nosotras y disfrutar de nuestra compañía durante las noches de verano; pero su farsa se descubrió una noche de luna llena en la que decidimos desnudarnos viendo entonces nuestros cuerpos desnudos reflejados en el agua; él también se vio obligado a hacerlo quedando su engaño al descubierto; pese a mis súplicas su castigo fue ejemplar y su atrevimiento le costó la vida.

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Apolo, fue el causante de todo, pues había contado a mis hermanas la treta que Leucipo utilizaba, según él, para estar cerca de mí, y también había propuesto el método para descubrirlo; no toleraba que se me aproximaraApoloyDafne_Bernini_XVII cuando él mismo no podía hacerlo; el hijo de Zeus me deseaba desde hacía tiempo y, aunque él se ocultaba en la espesura, yo sentía cómo clavaba sus ojos en mí y me seguía con su mirada mientras intentando parecer tranquila seguía correteando por el bosque; pero su lujuria iba en aumento y, tras alcanzar yo la edad núbil, sus deseos se hicieron más ardientes, hasta que un día; cuando ya no pudo contenerlos salió de la espesura y comenzó a perseguirme; en su persecución no me daba tregua; corría tras de mí sin descanso y aumentando cada vez más su veloz carrera, pronto puede sentir su aliento en mi espalda; acercándose; a veces conseguía agarrarme poniendo sus frías manos sobre mi cuerpo; hasta que yo conseguía tras algún quiebro conseguía que me soltara, esquivándole en una loca carrera que tenía perdida de antemano; poco a poco fue arrancándome mis escasos ropajes dejando cada vez más  partes de mi cuerpo al descubierto; le sentía acercarse, su agitada respiración me agobiaba de tal modo que no podía ni gritar pidiendo ayuda; pero… en un recodo del río escuché como en un susurro; la voz de mi padre que suplicante me decía pide auxilio a la Madre Tierra.. Ah!, si!, esa sería la solución; recordé entonces cómo desde muy niña, mi padre me enseñó a adorar a todos los elementos de la naturaleza y, sobre todos ellos a la Madre e Tierra; madre de todos nosotros, buena y amable que nos daba cobijo y los alimentos necesarios para sobrevivir; y entones…. ¡lo hice!, seguí su consejo, rece en silencio para que Ella me escuchara; sin saber, sin tener conciencia de que si atendía mi ruego y me ayudaba me convertiría en lo que soy; las manos de Apolo estaban ya sobre mis caderas y pretendía parar mi carrera; ¡de pronto supe que lo había hecho!, ¡la Madre Tierra me había escuchado! haciendo conmigo lo único que podía hacer para salvarme, integrarme y convertirme en parte de ella, de esta forma, tal como os he narrado, es cómo llegue a ser lo que soy: un laurel.

Sentí entonces la ira del hijo de Zeus, pues Apolo profirió un lamento que pronto se tornó en grito; al percibir que mi blanca y marmolea carne y todo mi cuerpo estaba perdiendo sus cualidades humanas para integrarse en la naturaleza; me soltó sobresaltado, quitó sus frías y temibles manos de mis caderas tras notar toda la aspereza de mi corteza arbórea; su pasión y su deseo quedaron frustrados y nunca pudo consumarlos; debiendo conformarse con cortar algunas de mis ramas y hacerse con ellas una bella diadema de laurel; eso es todo lo que consiguió de mí; doy gracias todavía a la Madre Tierra por ello; pero no puedo evitar que mi llanto y mi lamento por la pérdida de mi naturaleza humana se conviertan en las pequeñas gotas de rocío que bañan mis ramas; cuando cada madrugada comienza la vida en los brumosos y espesos bosques de Tesalia; aquí, junto al rio Peneo, mi amado padre.

 

 

 

 

Recreación bosques de Tesalia. Dafne convertida en Laurel junto a las aguas de su padre el río Peneo

Recreación de los bosques de Tesalia. Dafne convertida en Laurel junto a las aguas de su padre el río Peneo

 

 

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  • Amando Carabias

    julio 1st, 2013

    Hermoso modo de transmitir la mitología.

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