Segovia, es reconocida en todo el mundo de modo especialísimo por su Acueducto, obra de ingeniaría realizada por los romanos, si hacemos caso a los historiadores y no a las diversas tradiciones y leyendas populares o literarias. Además de él (indiscutible emblema de la Ciudad), otra serie de monumentos traspasan nuestros linderos (pienso en el Alcázar o en la Catedral), e, incluso, otras personas añadirían a esta tríada el conjunto de sus iglesias románicas, así como la conservación –más o menos aceptable- de su casco antiguo con la retícula de palacios y construcciones civiles que dotan a Segovia de un aspecto entre medieval y renacentista. No son pocas razones para perderse un par de días de por sus calles, contemplar su belleza y aproximarse a la historia que propició todo este cúmulo de edificios civiles y religiosos.Pero aún así –y por si fuera poco- hay edificaciones o complejos arquitectónicos que se quedan fuera de la habitual contemplación de los visitantes, lo que es una verdadera lástima. Podría afirmarse, incluso, que muchos nativos desconocen su valía, e incluso su hermosura. No me refiero ahora a alguno de esos caserones, palacios o iglesias que los ojos de cualquier turista rozan al pasear por nuestro recinto amurallado y zonas más próximas, sino a una serie de construcciones que se diseminan por las afueras de Segovia, y que podríamos catalogar o unir en el grupo de las bellas desconocidas.
Hoy, con su permiso, les invito a que me acompañen a San Antonio el Real… (Amando Carabias ).
El Monasterio de San Antonio el Real. Por: Amando Carabias María.
Tal y como está ubicado en el entramado urbano actual, sigue siendo un espacio que podría pasar (y pasa) ajeno al devenir de lo cotidiano. Si desde los pies del Acueducto, en el Azoguejo, el visitante comenzara un paseo ahilándose a los pilares de sus arcos, sin dejarlos en ningún momento, alejándose de las murallas y del recinto histórico, concluiría –una vez pasada la caseta de decantación del agua- en un muro que acaba por hundirse en la tierra. Justo en ese punto, unos metros más allá, mirando ligeramente de frente y a la derecha, se puede el ver la tapia que nos conduce al Convento que acabo de señalar.
Corría el año 1455 cuando el mejor corregidor de Segovia, o sea el rey Enrique IV, adquirió para la corona la llamada finca El Campillo para construir un “palacio de ocio y recreo”. Aún la corte de Castilla era itinerante, pero durante aquel reinado podría decirse sin mucho atisbo de error, que la capital de Castilla era esta ciudad que vio durante aquellos lustros crecer su esplendor hasta cotas que no ha vuelto ni siquiera a rozar. Fueron años prósperos para el negocio textil, propiciado por el paso de caminos de la Mesta para la trashumancia y la cantidad de descansaderos que para el ganado se diseminaban en las proximidades de la ciudad. La vieja actividad del esquileo y la apreciada calidad de aquella lana, propició que el negocio de su manufactura dotase a la economía de Segovia de una prosperidad nunca antes conocida. La nobleza tenía el mayor control sobre esta industria, pero no en forma exclusiva, y según los estudios más fiables, se puede afirmar que por entonces vio la luz un pequeño núcleo de burguesía emprendedora… Aunque esto es otra historia. El rey no residía en el Alcázar, como los menos avisados podrían sospechar, ya que este castillo, más que palacio para la realeza, era una guarnición militar; por el contrario el monarca residía en plena zona alta de la ciudad en los palacios que al estilo morisco tenían los Trastámara, donde hoy se ubica, por ejemplo, el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente, al que he aludido en algún otro artículo. Pero el rey –gran aficionado a la caza y a las fiestas con sabor morisco- necesitaba otro lugar apartado de la bullanga urbana, donde poder dar rienda suelta a sus aficiones (sean éstas las que fueren, y sobre este particular hay mucho escrito y mucho más que se podría escribir, supongo).
Sin embargo, no mucho duró este destino al edificio, ya que en 1468 lo donó a los franciscanos y poco tiempo después, en el inicio del reinado de los Reyes Católicos, por dotación de la Reina Isabel, esta fundación pasó a ser propiedad de las Clarisas franciscanas que lo convierten en convento de clausura, destino que aún perdura, al menos en parte del conjunto. Hoy en día este complejo, además de mantener su carácter religioso, también se destina, en parte, a la actividad turística, y no sólo como enclave visitado por los viajeros, ya que parte de la casa monacal, así como del claustro forman un complejo hostelero.
El Monasterio de San Antonio el Real lo componen básicamente dos piezas arquitectónicas bien diferenciadas: la iglesia y el claustro unidos por la llamada casa monacal que fue, en realidad, la inicial edificación. En 1931 fue declarado monumento nacional.
Existe en la Red suficiente información como para ahora entrar en una compleja disertación artística, histórica o arquitectónica para la que tampoco estoy muy preparado y que, desde otro punto de vista, haría muy farragoso este artículo.
Sin embargo, conviene, al menos, dar unas pinceladas someras sobre él mismo. El visitante se encontrará ante una construcción de estilo gótico, más bien de tono discreto y sobrio en su exterior, como sin pretensiones excesivas, como si quisiera pasar un poco desapercibida, y bien que lo ha hecho a lo largo de los siglos. Pero una vez que se traspasa el arco lobulado de la entrada, uno se verá sorprendido por la belleza del conjunto, que en los últimos años ha sido restaurado con bastante acierto y criterio.
De la iglesia destacaría, por dejar alguna pincelada, el maravilloso artesonado del altar mayor, heredero de la mejor tradición mudéjar, tan del gusto de los Trastámara, inspirado en los del reino Nazarí de Granada, y un retablo flamenco con el tema de la Pasión de Jesucristo, datado en torno al año 1460.
Sólo por contemplar este pequeño retablo, merecería la pena la visita. En primer plano se ve un numeroso y abigarrado grupo de figuras componen un único tema de Calvario. Completan esta escena en el fondo del retablo otros relatos del mismo ciclo evangélico, conformando un segundo plano, con personajes de tamaño más reducido. Los paneles pintados de los fondos escénicos simulan arquitecturas sobre oro, conservándose el dibujo inicial fundamentalmente en la primera escena. Pero lo que más admira a un espectador neófito en materias artísticas, como yo mismo, es la viveza y plasticidad del conjunto, en el que cada figurilla está tallada como si fuera un personaje principalísimo. Con esa conciencia tan renacentista de dar valor a cada individuo, el artista o los artistas trabajaron con detalle cada uno de los componentes de este conjunto. A poco que uno se aproxime al retablo, podrá personalizar cada individuo que tiene sus propios rasgos, expresiones, corpulencia y atavíos. Cuando contemplé por vez primera esta obra –probablemente creada en Bruselas- quedé hechizado por su belleza. Años más tarde –y en el marco de la exposición de las Edades del Hombre que disfrutamos en nuestra Catedral- también estuvo presente; me atrevería a afirmar que entre tantísimas y tan valiosas obras de arte, aún destacaba más la modernidad conceptual de este retablo de madera policromada del último tercio del siglo XV, y no sólo en cuestiones artísticas, sino las intenciones teológicas que se adivinan detrás de su factura. El artista, o el taller donde se creó, dispuso en su conjunto el relato de muchas de las escenas que los evangelios y la tradición sitúan en el momento de la crucifixión, y al unir todas en una sola, dota al conjunto de una vitalidad y una fuerza innegable.
Hasta hace unos años, no se continuaba la visita, pues –repito- se trata del lugar de un Convento de Clausura. Pero tras la restauración, uno puede acceder a la Sacristía, el refectorio, la sala capitular, el claustro… En todos ellos se contemplarán hermosísimos artesonados (en especial hago mención al de la Sala Capitular y al de la Sacristía) y distintas obras de arte tanto escultóricas como pictóricas de alta valía.
Durante la visita, no sólo se podrá disfrutar de armonía arquitectónica, y logros decorativos, escultóricos o pictóricos. Hay algo más, algo de carácter inasible que, sin embargo, atrapa a cuantos se acercan a este lugar. Me refiero a la calma y al sosiego que se respira en su interior, calma y sosiego que en determinados momentos podría parecerse a la paz de espíritu, sobre todo si se tiene la dicha de pasar a un pequeño claustro interior presidido por el recoleto sonido de una fuentecilla. No sé si esto es siempre posible. En mi última visita, pude hacerlo.
Quizá el turista –siempre apresurado, siempre con ganas de conocer más monumentos- no disponga de tiempo para demorarse un rato en este lugar. Pero el viajero, y más aún si ya conoce Segovia (o aunque no la conozca), siempre más calmado, siempre con afán de encontrar algo nuevo, puede admirar una de las joyas de esta ciudad que aún pasa demasiado percibida. Ojalá que estas letras puedan servir para descubrir esta opción a cuantos lectores recalen en esta ciudad, incluso aquellos que ya la conozcan. Más aún, ojalá sirvan para que los propios segovianos que aún lo desconocen, se acerquen, lo descubran y lo gocen.
Mercedes Pinto
noviembre 11th, 2011
Conozco de Segovia lo preciso para poder decir que estuve allí, prácticamente nada (yo soy uno de esos turistas que llegó con prisa, con la agenda a reventar); pero es mi intención volver y disfrutarla como es debido. Por supuesto, cuando lo haga te avisaré, y llevaré conmigo este fantástico resumen del Monasterio de San Antonio el Real, para no olvidarme de disfrutar de cada rincón que nos describes.
Creo que Segovia no tiene conciencia del amor que le tiene su hijo Amando.
Un abrazo.
Marina
noviembre 11th, 2011
Amando, felicidades por este impecable artículo.
De tu mano puedo dar un paseo y alimentar le mirada con la belleza de tu Segovia.
Ojalá que Dios me de la oportunidad de pisar esos lares y palpar así en vivo esos bellísimos Monumentos.
Un fuerte abrazo. Y. Gracias.
Leonel Licea
noviembre 11th, 2011
Yo, me estoy registrando todos los lugares que nos cuentas, el día que iré a España, serán etapas obligadas.
Un abrazo fuerte, amigo mío.
Leo
catherine
noviembre 17th, 2011
Sí que conozco Segovia y de la mano de este escritor. Me alegra saber que me quedan lugares desconocidos. Gracias por el paseo virtual,Amando. Espero las reseñas sobre las otras bellas desconocidas.
JOSÉ LUIS SALCEDO LUENGO
diciembre 12th, 2011
Amigo Amando:
Desearía me mandaras por E mail este artículo del Monasterio de San Antonio el Real para publicarle en mi libro, si a ti te parece bien, Como ejemplo de la prosa que tu haces.
Gracias de Antemano de José Luis Salcedo.
Alenarte Revista
diciembre 12th, 2011
Yo se lo envío, señor Salcedo. Pero permítame añadirle el ruego de que cuando usted tenga a bien publicarlo cite a esta modesta revista como su primer lugar de aparición. Para nosotros sería un honor.