La sensación de entrar en un laberinto del que ya nunca más vas a salir, es la sensación primitiva del espectador que ve El Resplandor por primera vez, una genial película de Stanley Kubrick, basada en la novela homónima de Stephen King. Desde el primer minuto sientes malestar, algo que no te abandona en esos despiadados 113 minutos restantes de pesadilla.
( Elías Gorostiaga)
El Resplandor; una pequeña burbuja de maldad. Por : Elías Gorostiaga.
La película cuenta como Jack Torrance llega con su mujer y su hijo para trabajar como guarda en el Hotel Overlöok, durante esos meses de invierno en el que el Hotel cierra y de paso poder escribir allí una novela. El Hotel cada año se queda aislado por las tormentas de nieve, en ese ambiente de aislamiento, Jack se trastorna, su hijo Danny con facultades extrasensoriales y telepáticas, juega con su triciclo por los pasillos del hotel y descubre sus habitantes. La película del niño, trabaja en paralelo con el loco mundo de Jack, el padre, que en vez de escribir se dedica a beber, para lo que encuentra la inestimable ayuda de amigos y camareros fantasmas, también habitantes de invierno del hotel, uno de los cuales, el anterior guarda que asesinó a toda la familia antes de suicidarse, le recomienda meter en vereda a la suya propia y así es como de peripecia en peripecia, Jack y Jack Nicholson llegan a la famosa secuencia (Aquí está Jack!!) del hacha y la puerta, tras un continuo deambular por el laberinto del mal, el aislamiento, la locura, el amigo imaginario, etc. Por el medio la sumisa esposa Wendy, con ese carácter débil que la convierte en víctima, es el hilo conductor que nos lleva arriba y abajo por las habitaciones, salas, cocina, jardines, espejos, un paso por detrás de su marido y de su hijo, (y después un par de pasos por delante) descubriendo las chapuzas y los desórdenes sobrenaturales de su familia o del hotel en el que se alojan; no entiende nada, corre, llora, se espanta y en todas sus expresiones oyes la voz aniñada de Verónica Forqué que hunde (sin culpa alguna) la película, de la misma manera que la hunde la poca entidad de la voz de Joaquín Hinojosa, en la garganta de Jack Nicholson (siempre acostumbrados al tono de Rogelio Hernández), traumatiza para siempre el oído del espectador español y de paso la visión de la película.
-Ven a jugar con nosotras –dicen las niñas gemelas, vestidas de azul-
Coincide que estos días leo Una luna de Martín Caparrós, un viaje por los destinos más miserables de la humanidad. En ese viaje, en el que aparece Liberia, las tropas de soldados niños, dan a elegir manga corta o manga larga, para cortarte el brazo por el codo o por la muñeca. Eso, que en occidente parece una salvajada, es una salvajada necesaria en las películas y series que se emiten en nuestras televisiones y cines, porque de alguna manera, los directores y guionistas de esa ficción, saben que dentro de cada una de nuestras cabezas bulle una pequeña burbuja de maldad, esa que te une a una serie, a una película y de la que te conviertes deudor para el resto de tus días, esa Liberia que nos aterra, nos hace disfrutar, nos entretiene, nos vuelve vulnerables. El Resplandor es así, cuando la ves, sabes que hay una parte en tu corteza prefrontal que te pide, no ya ejecutar la maldad, si no simplemente verla, aterrarte y a la vez mantenerte a salvo.
-¿A salvo? –dice esa voz- ¿Por cuánto tiempo?
El tiempo necesario hasta que también a ti te salten todos los resortes que te mantienen unido a la vida. Disfruta y sobre todo no entres en la habitación 237, está ocupada.