Las estampas invernales aunque parezcan ocultas son a menudo una referencia descriptiva en muchos escritores que han dejado en ellas tanto nostalgia como recuerdos, ¿quizá personales, quizá de la niñez?…
Julio Perlado nos lleva por estas estampas, como si nos invitara a un viaje: pero no sólo literario, también musical; Vivaldi le hace imaginar el reino nevado del invierno y las meditaciones consiguientes. Déjense llevar…
Enero, la Nieve y la Música. Por José Julio Perlado.
“Temblar ateridos en la nieve helada bajo el soplo feroz de un viento espantoso; correr pataleando y dando diente con diente por el frío excesivo”. Así comienza el soneto grabado sobre la partitura de “El invierno” en “Las cuatro estaciones” de Vivaldi.
“Pasar junto a la lumbre – prosigue- días felices y tranquilos, mientras fuera la lluvia moja a porfía.
Caminar despacito sobre el hielo por miedo de caerse; ir y volver con cuidado, tropezar, caer al suelo; lanzarse de nuevo y correr hasta una grieta abierta. Sentir que por las puertas de hierro irrumpen el Sirocco y el Bóreas y todos los vientos desencadenados… ¡Eso es el invierno! Pero es un invierno que trae alegría.”
Es el reino nevado del invierno, y en su portada aparece la figura majestuosa de Enero acompañada de violas y contrabajos, primeros y segundos violines, solistas con razonamientos armónicos. Cuando se habla del invierno en Vivaldi se evocan las amenazas y caricias de la naturaleza para llevar la meditación a la medida humana. Son las meditaciones sobre el año y sus estaciones – invierno con su símbolo de la salamandra, invierno consagrado al dios de las artes del fuego y los metales -, enero que nos muestra al campesino y al cabrero, al bebedor de las Estaciones precedentes, esos meses también que circundan a enero y lo prolongan, y donde el anciano junto al fuego goza de serena quietud.
Mientras nieva afuera, el arte de Vivaldi sostiene el interés sólo con el ritmo, ritmo de invierno tras las ventanas, ritmo de copos en descenso, ritmo de paisaje cristalizado, casas y campiñas y ciudades y multitudes a las que la nieve cubre mansamente. La música de las cuatro estaciones nos puede acompañar en la lectura. Abrimos ese pequeño libro de Joyce, “Dublineses”, en donde la nieve es cantada en el último párrafo del gran cuento “Los muertos”.
Nos lleva a la escena en la que el protagonista “soñoliento, vio cómo los copos, de plata y de sombras, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar su rumbo al Poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al Oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía así en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y los muertos.”
Pilar Moreno Wallace
enero 22nd, 2014
Me hace pensar en una composición píctórica en la que la música pone movimiento. La música y la pintura en un sensible maridaje que hace del invierno una preciosidad.
Saludos.
Marina Filgueira García
enero 22nd, 2014
Gracias por esta ración de poética literatura: que me sabe a poco. Ha sido un gusto leerla. Y las pinturas, deliciosamente bellas.
Un saludo muy cordial.