Ha vuelto a habitar la ausencia,
a dotar perdones y sueños,
palabras que parecían dormidas,
sin apellidos,
en la cuna del lenguaje.
Recuerdos, gaviotas, azules,
acordes que marcaron los pasos
naúfragos en un mar en desorden
entre quiebros de lunas y sombras sin nombre.
Me gusta el mes de septiembre. Tiene el sabor dulce de los membrillos y el color dorado cálido que nunca falta en la paleta de todo aquel que se siente artista. La llegada de septiembre me hace desear el fin del verano con el aire grávido de tormentas y rápidos chaparrones, la vuelta a la realidad que a cada uno de nosotros nos corresponde. Este ha sido un verano extraño de lluvias inesperadas y repentinos calores extremos, lunas redondas y empacho de bodas. Ha sido un tiempo de encuentros y de chiringuitos, de indignados y de políticos, de acampadas y de protestas, de dimes y diretes. Entre tanta oferta, a la ciudad le es difícil mantener el equilibrio para sacar de la rutina todos los que la visitan. Inmersa en el lenguaje y el ritmo que le impone esta época veraniega, tiene que mostrarse jovial y generosa de luz, con calles alegres y festivaleras, con bares y restaurantes según las últimas usanzas y tiendas de moda que enardecen toda pasividad. ( Pilar Moreno)
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