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Exposición La Calle Real, en Segovia. Por : Amando Carabias.

 

 

En Segovia hay una calle que es su arteria principal y que, sin embargo, no figura en ningún nomenclátor oficial. Por mucho que cualquier visitante busque en planos, placas colgadas en las fachadas, callejeros o guías, no encontrará en ninguno de ellos el nombre de Calle Real. No obstante, todos los que vivimos en esta ciudad durante más de un día, empleamos ese nombre con toda naturalidad. Oficialmente, para Correos, en los documentos citados, en las tarjetas de visita, en las guías de teléfono, qué sé yo, se podrá leer Calle Cervantes, Calle Juan Bravo, Plaza del Corpus Christi y Calle Isabel la Católica, que son los tramos en que se divide la conocida como Calle Real.

 ( Amando Carabias )

 

 

 

 

Exposición La Calle Real, en Segovia. Por : Amando Carabias.

 

En la sede del museo de La Fundación Rodera-Robles (y hasta final del mes de junio), se puede visitar la exposición titulada La Calle Real de arriba abajo. Se trata de una exposición fotográfica y de recuerdos que se detiene en casi cada metro de esta calle. Tal y como sugiere su título, se comienza por el último tramo que he citado más arriba, es decir la calle Isabel la Católica que nace o desemboca –según se mire- en la Plaza.

Pero, en realidad, más allá de la materialidad que ofrece la muestra, esta exposición es un viaje a nuestra infancia (aunque alguna de las instantáneas que se presentan a la contemplación sean anteriores a nuestro propio nacimiento), a nuestro pasado. Es cierto que alguna de las imágenes es más reciente, más próxima a esta edad, pero no me ha parecido ver ninguna que se pueda fechar más allá de 1975.No sólo se encontrarán con fotografías a lo largo del montaje de esta exposición, también se han recopilado diversos objetos, la inmensa mayoría provenientes de comercios y establecimientos variopintos como la consulta de un dentista, los dos cines que hubo en la calle, algún restaurante, bares… Se pueden ver facturas, albaranes, encargos, presupuestos, cajas de cerillas, bolsas de papel con los anagramas de los establecimientos, publicidad enternecedora comparada con la que hoy se hace, décimos de lotería, rifas para algún concurso…

El mérito de esta exposición a mi modo de ver, mejor dicho, el primer mérito, es el de convertirse en un espejo de lo que fuimos o fueron no hace tanto tiempo. Ahora que están tan de moda los grandes acontecimientos revestidos de altisonantes palabras que se cuelan por los oídos como si estuvieran acompañados por platillos y timbales, esta exposición de lo cotidiano y de lo sencillo en un museo pequeño y escondido es como un remanso de paz. Así fuimos. Así vivió esta ciudad.

Como escribe Rafael Cantalejo en el folleto explicativo de la exposición, “(…) la arteria más sensible al ritmo cardiaco la ciudad es, sin duda la Calle Real.”. Por tanto, todo aquello que sucede en la ciudad tiene su reflejo en esta calle. Si sonríe la Calle Real, la ciudad sonríe, o si en la Calle Real se llora, es que la ciudad llora podría decirse. Si aún es así, hoy, no digamos hace cuarenta, sesenta, cien años…

La exposición se vertebra en torno al espacio, no al tiempo. Se pretende mostrar al espectador los cambios (en general sutiles) que se han producido en los edificios, normalmente marcados por el cambio del negocio que ocupa el local que da a la calle. En algunos casos, ni siquiera eso, pues la modificación ha consistido simplemente en una adecuación a las nuevas estéticas en cuanto a escaparates, rótulos, distribución de los espacios, ya que el negocio perduró (y perdura) durante varias generaciones…

Pero a poca atención que preste el espectador, descubrirá más cosas, muchas más cosas. Acaso la más importante: cómo hemos cambiado nosotros mismos. No me estoy refiriendo a las personas concretas que podrían ser los protagonistas con nombre y apellido de cada fotografía, sino a lo que representan. Los jóvenes de ahora no visten como aquellos jóvenes de entonces, las madres de ahora no son como aquellas madres, los niños sí, los niños miran con la misma mirada, como los gigantones que aparecen en un par de fotografías son los mismos, ¿será que la ilusión es la misma? En fin podremos encontrarnos con las variaciones hondas de una sociedad que ha cambiado de época.

 

 

 

Y a esto contribuye (y ésta es otra de las virtudes de la muestra) la calidad y sentido casi periodístico de algunas de las fotografías. Por alguna razón quien retratara cada uno de los lugares, lo hizo con la intuición de que estaba dejando a generaciones venideras, algo más que el dato inmediato que concluye en lo anecdótico o personal. En muchos casos es parte de la colectividad la que se retrata al plasmar un rincón u otro, una perspectiva u otro. Y, además de ello, algunas de las fotografías tienen cierto sentido artístico que indica un muy buen aficionado tras el objetivo de la cámara.

La ciudad de la exposición (la Calle Real es la embajadora de la ciudad) es una urbe pequeña, muy provinciana, muy ovillada sobre sí misma. Los despertadores los fabrican en las propias relojerías que inscriben en la esfera el nombre del establecimiento, los odontólogos hacen publicidad agresiva, una sesión de Balarrasa protagonizada por Fernando Fernán Gómez y dirigida por Luis Lucia, no vendió un taco completo de las entradas (las filas de delante del que fue Cine Cervantes), un obispo, con su sombrero de teja y su báculo, pasea bastante centímetros detrás de su panza, acompañado por el General Primo de Rivera que luce su porte erguido coronado por el ros, mientras unas jóvenes miran entre asustadas y curiosas el paso de la pareja, los niños de pantalones cortos blancos y los hombres de traje oscuro, se arrodillan al paso de la custodia durante la procesión del Corpus Christi, nos sonríen dependientes de comercios dedicados a la confección de ropa (¡cuántas sastrerías!), una de ellas dedicada a la ropa talar, muy recomendada para los sacerdotes que quieran vestir con elegancia (o así reza el folletito que está dentro de una de las vitrinas que ocupan el centro de las habitaciones que ocupa esta exposición)… Todavía había aceras en la calle Real, eso quiere decir que había calzada y por tanto tráfico, aunque bien escaso debía ser. También se observa el cambio en las modas (nunca exagerado) y cómo, poco a poco, se acortan centímetros en las faldas femeninas, y se hace más informal el atuendo masculino.

 

 

 

 

Hay algo de pobreza en todo lo que se ve, o de decadencia, o de ambas cosas. Se percibe en el descuido de muchas fachadas, de muchos escaparates, de algunos exteriores, en puertas desvencijadas y desconchones en las paredes. Y cuando los problemas acucian, Casa Fermín (a causa de la tremenda crisis comercial –dice-) tiene que liquidar todas las existencias, por ello aplica a sus ventajosos precios un cuarenta por ciento de descuento. Y añade que no venderá sus productos a ningún otro comerciante, sino sólo a particulares, y, remata, aquellos pedidos que lleguen de la Provincia sin estar acompañados por el dinero correspondiente no serán atendidos…

Por suerte, también hay mucho tiempo para sumergirse en lo que nos queda de la infancia… Hay una foto, en concreto, la que muestra el puesto del caramelero que se ubicaba justo frente a la iglesia de San Martín, en que si los dos niños que se ven no somos mi hermano y yo mismo, será por casualidad. Es imposible saberlo ahora mismo, o quizá los verdaderos protagonistas sí lo sepan. Estos niños de la fotografía están de espaldas. Son dos niños vestidos con pantalón corto oscuro y jersey que parece del mismo color y una camisa o polo blanco que miran con fruición, o eso se intuye, los tesoros que el caramelero ofrecía siempre, cualquier día, hiciera el tiempo que hiciera… O esa fotografía donde aparece el Portalón, aquel lugar también tan especial cuando hacíamos alguna colección de cromos y allí recalábamos para entrar en el mercadeo de los cambios, que a veces parecían verdaderas especulaciones urbanísticas… Y los pequeños juguetes, y esos tebeos: Tarzán, El Capitán Trueno, Los Gangster del Ring…

Sí, una sociedad que, sin embargo, poco a poco y, a pesar de algunos, fue saliendo de esa somnolencia cotidiana y paralizante, para ser lo que es hoy, nada menos que candidata a ser proclamada Capital Europea de la Cultura en 2016.

Es cierto, y también lo comenta Rafael Cantalejo en el folleto que ahora tengo ante mí, que la Calle Real (o sea la ciudad) era quizá más acogedora, más familiar, más como el pasillo de nuestra casa, donde nos conocíamos más que hoy, y eso que aún hoy nos conocemos tantísimos. Lo cual supone una mayor carga de humanidad, un tipo de relación más cordial. Eso se ha perdido. Probablemente sea el peaje más doloroso que tiene la modernidad contemporánea, el crecimiento, la llegada de nuevos segovianos nacidos en cualquier parte del planeta, las modernas costumbres, las prisas que todo lo dominan, el trasiego de turistas ávidos de cazar en sus cámaras lo mismo que otros cazaron y hoy vemos…

Mientras contemplaba ésta o aquélla imagen, me ha dado por pensar en cómo sería una exposición de la Calle Real que ofreciera a los espectadores de dentro de cien años, los principios del siglo XXI en esta urbe. Allí donde había una conocida tienda de discos y óptica (al mismo tiempo), hay ahora un estanco, ¿y dentro de cien años? Donde estaba Casa Ulpiano (tejidos y novedades) hay ahora una cafetería ¿Y en 2111?

La estructura de la calle seguirá siendo la misma (salvo hecatombe, nunca descartable), pero su misión de vía principal, de arteria insustituible, no desaparecerá.

Cuando he visto la exposición, me he acercado hasta la próxima Plaza (unos trescientos metros, quizá menos), y he recorrido la Calle Real de arriba abajo, como indica el título de la exposición. Les sugiero que hagan lo mismo. Acérquense al recoleto Museo (del que hablaré en este mismo espacio con más detalle, porque creo que merece la pena), y contemplen despacio la exposición. No importa que se trate de turistas de paso, de visitantes más habituales, de residentes no nacidos, de nativos de la ciudad. Da igual. Demórense en ella (tampoco es tan grande). Háganse la idea de que ya pasean por la calle cuyo nombre no existe en los documentos oficiales, como harán pocos minutos después para admirar y fotografiar todos los monumentos y rincones que se esparcen por ella. Sumérjanse en esos años, en esos detalles. Intenten almacenarlos en su memoria y luego hagan lo que he hecho. Entren en la Calle Real, desde la Plaza, después de echar un vistazo a la Catedral, y desciéndanla despacio recordando cómo era lo que han visto en el Museo, cómo es lo que contemplan, cómo las piedras sin cambiar en casi nada, se han modificado en todo.

 

 

 

 

Y al llegar al Azoguejo, ya frente al Acueducto, lo más probable es que en la boca del corazón les haya crecido un regusto extraño, con demasiados matices contradictorios, nostálgico, melancólico, sonriente, optimista… Según qué aspecto se quiera resaltar…

 

* Las fotos en blanco y negro corresponden al catálogo de la exposición tomadas del PDF.*

 

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  • Flamenco Rojo

    abril 10th, 2011

    Por las fotos que anexas y las que he visto en el PDF (catálogo de la expo) me ha parecido la calle por la que bajamos hasta llegar al Acueducto aquel día lluvioso de diciembre de 2009 ¿no?

    Un placer volverla a visitar de nuevo de tu mano. Un abrazo.

  • Isolda

    abril 11th, 2011

    Todas las calles de nuestra infancia, tienen eese regusto amargo y melancólico. Las fotografías son estupendas.
    Me quedo con la calle Real, mil veces más real que sus varios nombres.

  • Leonel Licea

    abril 12th, 2011

    Creo que sea muy interesante hacer ese recorrido a través del tiempo siguiendo las imàgenes de las calles principal de tu ciudad. Creo que se puedan conocer mejor las propias raìces.
    La fotografìa tiene el mérito de hacer perdurar la memoria visual de las tradiciones, y por su puesto, contado por ti, dan ganas de ir a conocer Segovia.
    Un abrazo, Amando.
    Leo

  • catherine

    mayo 5th, 2011

    Nada hay nada mejor que andar en la calles de su ciudad que mirandolas por el ojo de un fotografo o los ojos de un amigo, andar en una ciudad con un amigo de guía, andar en sus recuerdos a través de fotografías.

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