Soledad Puértolas lee y escribe para aumentar el mundo que ve desde su balcón. Si viaja imagina otras vidas desde la ventana del hotel, busca algo que explique la soledad de la gente que ve, o la suya propia; observa a un perro sin dueño que deambula entre el tráfico. Un hombre ciego entre el público del auditorio de la Biblioteca Nacional la felicita por haber rescatado a Marcela en su discurso de entrada a la Academia, personaje secundario de El Quijote cuya esencia es la libertad y la autosuficiencia. El ciego le propone, después de escuchar la historia del perrito callejero, reivindicar ahora al galgo corredor. Autora de veinticuatro obras publicadas en distintos géneros: novela, relato, ensayo y literatura juvenil, miembro del Real Patronato de la Biblioteca Nacional de España y una de las cinco mujeres académicas de la Real Academia de la Lengua Española, entró el último 2 de diciembre a engrosar la lista de las eminencias que exponen su relación con la lectura dentro del ciclo La biblioteca de… que la BNE organiza desde 2005 ( Lola Rivera ) .
La biblioteca de… Soledad Puértolas. Por: Lola Rivera.
¿Qué lecturas convirtieron a Soledad Puértolas en la excepcional narradora que es hoy? Podría esperarse que hablara de Tolstoi, Chejov, Baroja, o sus lecturas más recientes: Alice Munro, John Updike, pero lo importante –dice Soledad- fue el tiempo de leer. Esos tiempos puede que hayan hecho más que los libros concretos. No concibe la vida sin la literatura, pero esos momentos de lectura en la infancia fueron decisivos para su construcción como escritora.
Enferma de tifus a los tres años convalece junto a su madre en Pamplona. El tiempo de aquella reclusión en el cuarto rojo (su abuela lo llamaba así por su decoración), en una cama supletoria junto a la cama de la madre, que leía cuentos para ella. Desde la ventana del cuarto rojo se ve un patio de colegio, desde cada ventana se ve una historia.
La primera ficción en su vida fue La gallina pelirroja, que como ella misma, había pasado mucho tiempo encerrada en su corral, un cuento parecido al patito feo. No lo recuerda con nitidez. Sí recuerda Soledad que le surgían dudas, y en lugar de preguntar, imaginaba. A través de ese cuento accedió a la invención y a la lectura: Como se lo sabía de memoria, reconoció las palabras en el papel. Entonces, le trajeron un periódico y leyó. Con el tifus se le olvidó caminar, se caía, pero sabía leer. Y después leyó muchos más cuentos.
La lectura se instaló en la mañana de los domingos, colgado el “oscuro y pesado” uniforme de los días de colegio. Leía Soledad, leía su hermana mayor, y Soledad incordiaba la lectura de su hermana. Leían recién levantadas y también después de misa y de que su padre les comprara recortables o algún cuento de tapa dura.
El sol de los domingos inundaba la habitación en la usurpaban el lugar de los padres, el salón de la casa, la butaca tapizada en pana marrón. Así pasaba el invierno.
En verano la luz es pesada, abrasadora, pero es una luz que promete porque dura más. En verano, Soledad vuelve a Pamplona, a casa de su abuela. Después de comer, las siestas toman el tono de los días de encierro y del cuento de la gallina pelirroja. Lectura a la hora de la siesta en la cama, o en el mirador del cuarto de su tío, un espacio que parecía concebido para imaginar, suspendido, que no pertenecía ni a la calle ni a la casa.
El primer libro que compró con su dinero –la propina de los adultos- lo compró en la librería Gómez de la Plaza del Castillo; un libro ilustrado que la acompaña como un talismán desde el día en que la atrajo de forma irresistible: La Guirlande des années. Images d’hier et pages d’aujourd’hui. Printemps, par André Gide. Été, par Jules Romains, Automne, par Colette, Hiver, par François Mauriac. Vingt-cinq chefs-d’œuvres de la miniature. Paris, Flammarion, 1941. Grand in-8° broché, 87 p., nombreuses illustrations en couleurs. Un libro que no podía leer, pues estaba en francés. Las ilustraciones, del siglo XV, le fascinaron. El paso del tiempo, las cuatro estaciones, un tiempo radiante y eterno que establece el tiempo de lectura. Todo aparecía plácido, ordenado, en su sitio. Un libro que ordenaba el caos del mundo. Cuando Soledad abre un libro, deja de existir, y con ella sus conflictos, descansa de sí misma, y al cerrar el libro se reencuentra tocada por un aire nuevo. Hay libros que dan mucho.
Después de los libros de Celia y Antoñita la Fantástica que les regalaban en los cumpleaños, Soledad Puértolas dejó atrás la infancia con las novelas de la Colección Excélicer que traía su hermana, y más tarde, en el verano de sus trece años, se leyó todas las novelas de Agatha Christie. Ha leído muchas novelas policíacas en sus convalecencias, buenas –Raymond Chandler, Connan Doyle, Dashiell Hammet y malas también. No le ha gustado Stieg Larsson.
Pero cada libro tiene su momento. El Quijote le pide ser leído cuando atisba la madurez, cuando la vejez se presiente, cuando se sabe que existe la muerte y que existe la injusticia. No hay gesto más poético para Soledad Puértolas que el del Quijote empeñado en imponer sus sueños a la realidad, una realidad atravesada como un viaje interior en un mundo decadente de pícaros. El Quijote inaugura una nueva forma de novelar. Aunque al final el héroe es vencido –“Ya no puedo más” – pues quitarle a Dulcinea es quitarle los ojos con los que mira, la lucha ha sido heroica, una invitación a creer en lo que uno es y en lo que uno sueña.
catherine
diciembre 20th, 2010
Me imagino a la niña en el mirador, ni en la casa, ni en la calle. Me imagino a la niña mirando las imagenes del primer libro que compró y leyendo tantos otros. Esta escritora lectora empedernida imaginando vidas ajenas con lo que ve desde su ventana me hace pensar en alguien.
El artículo parece una entrevista por su manera de entrar en el pensamiento de Soledad Puértolas. Es muy agradable.