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La Boina de Pla. Por Javier Carrasco

 

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Se dice que la socarronería es el humor en tono bajo. El escritor que Javier Carrasco nos acerca este mes era un gran socarrón.

Un paisajista de lo cotidiano, que supo ver la intrahistoria en las pequeñas cosas y reflejarlas en decenas de libros.

En un tiempo – el de hoy- en el que se ha olvidado el humor y hasta el escepticismo a la hora de escribir, para dar paso a formas poco recomendables de la grosería y la zafiedad, es bueno releer y acercarse al espíritu de : bajo su “boina” pensaba una de las mejores cabezas que ha dado la cultura catalana.




 






La boina de Pla. Por Javier Carrasco.

JosepPlaLaGacetaLiteraria1928

Al cabo de más de treinta años de su muerte, la imagen que conservamos de Josep Pla es la de un hombre maduro, cercano a la vejez, que sonríe con la socarronería de un payés de ojos achinados mientras se lía un pitillo en la puerta de su masía de Llofriu. Pla lleva calada una boina de la que rara vez se desprendió a partir de su madurez. En sus retratos de juventud observamos, en cambio, a un Pla seguro de sí mismo, vestido de traje y corbata, con la raya del pelo bien peinada a la izquierda, delante de una máquina de escribir de la época.

JosepPla

Pla entró en la llamando a la puerta del periodismo, el oficio que eligió tras licenciarse Derecho en la Universidad de Barcelona. Fue un periodista completo y brillante, que abordó todos los géneros, desde la crónica de viajes hasta el reportaje social. Primero en La Publicitat y después en La Veu de Catalunya, desarrolló casi toda su tarea fuera de España. En los años veinte del siglo pasado viajó por toda Europa, donde fue testigo del ascenso del fascismo, la hiperinflación en Alemania y el poder de los bolcheviques en la URSS. En la memorable entrevista concedida a Joaquín Soler Serrano, Pla presumía de haber sido el único periodista español que cubrió la Marcha sobre Roma de Mussolini en 1922.

Después de la guerra civil, y gracias a su colaboración con la revista Destino, Pla siguió viajando por el extranjero aunque ya no con las urgencias del corresponsal. Escribió reportajes y crónicas que acabarían siendo parte de

CuadernoGris sus obras completas. Israel (del que tiene un libro muy recomendable), Nueva York (“¿Quién paga esto?”, dijo refiriéndose a la ciudad de los rascacielos) y Suramérica configuraron el itinerario del escritor catalán en los años cuarenta y cincuenta. El autor de El quadern gris prefería viajar en petroleros porque le agradaba la lentitud del viaje. Era un hombre conservador, en el mejor sentido de la palabra, en el de mantener las costumbres que merecen la pena, y deploraba el progreso material. “Soy partidario del regreso y no del progreso”, llegó a confesarle a Soler Serrano.

Sus viajes al extranjero encargados por Destino le sacaban del exilio interior que había escogido tras la guerra civil. Pronto se desengañó del bando de los vencedores al que perteneció en sus comienzos. Vivía aislado en su masía de Llofriu. Quizá fue en ese momento cuando el escritor se caló su boina que ya no le abandonaría hasta la muerte. La boina como metáfora de regreso a los orígenes, al Ampurdán, su pequeño país, después de haber transitado por medio mundo con el recuerdo de una Europa calcinada por sus demonios históricos.

ElAmpurdanDali

En ese periodo edificó, con paciencia y tesón, con la obstinación de quien ha dedicado toda su vida a leer y observar, una obra monumental de más de 30.000 páginas, nacida de los tiempos muertos de un cigarrillo, a la espera de dar con el adjetivo preciso. Como escritor militó en la literatura hecha con los materiales de la memoria y la observación, frente a la inspirada en la imaginación. Al Pla adulto no le interesaban las novelas, a excepción de Proust, Stendhal, Balzac y Tolstoi. Sabia elección de quien careció del don para escribir novelas perdurables.

MontaigneBridanEscéptico, individualista, conversador lúcido, amante de la buena mesa, rendido a la cultura italiana y lector voraz de Montaigne y los moralistas franceses del siglo XVII, Pla es uno de esos raros escritores que da un país cada dos o tres siglos. Posee todos los atributos para convertirse en un clásico. De hecho ya lo es. Si su obra no envejece, si reconocemos en ella a un autor que sentimos tan cercano, es porque escribió sobre los viejos temas de la literatura con una libertad de espíritu difícil de hallar en un país tan dado al gregarismo como el nuestro. Él lo resumió mejor que nadie: “Yo navego contra la corrupción de la corriente. Yo no soy un producto de mi tiempo; soy un producto contra el tiempo.”

Así era Pla, el mejor prosista español del siglo XX.

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