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La Lectura, los Lectores y los Soportes Informáticos. Por: Amando Carabias María

La introducción de textos literarios (aún no sabemos con qué futuro y menos aún con qué destino) en el mundo inasible de internet supone una revolución similar a la que produjeron inventos tales como el alfabeto, o el papel vegetal, o la imprenta, o la prensa diaria. Cada vez que el ser humano ha dado un paso en orden a la universalización y accesibilidad a la lectura, se ha producido una radical modificación en muchos ámbitos. El creador de la obra escrita, del mismo modo, tuvo que adaptar su modo de escribir.

( Amando Carabias)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Lectura, los Lectores y los Soportes Informáticos. Por: Amando Carabias María.

 

 

 

 

 

El otro día comentaba a un amigo que llevaba mucho tiempo sin leer, que en el devenir de segundos y minutos en que hemos dividido nuestra existencia, no encontraba la cantidad suficiente de esos pedacitos de movimientos de la Tierra alrededor del sol, que me permitan tomar un libro entre las manos, acomodarme en mi sofá preferido y chapotear como un niño feliz en su bañera dentro de sus páginas.

Me detengo ante mi propia afirmación, y, aunque es cierta, en parte es rigurosamente falsa, pues no hago cosa diferente que leer y adentrarme en textos ajenos y propios.

Entonces, ¿qué es la lectura? ¿Leo o no leo? ¿Hay diversos modos de leer? ¿El soporte sobre el que se lea modifica la esencia de la lectura? ¿A todo lo que llamamos lectura es efectivamente lectura?

Quien escriba o quiera escribir debe invertir buena parte de su tiempo en leer, porque, como ocurre con cualquier otra actividad humana, se necesita de un combustible adecuado que permita recorrer su singladura sin miedo al desfallecimiento. Como en toda dieta equilibrada, no hay un solo alimento, pero hay algunos que son tan básicos que su aporte ha de ser diario. La lectura es uno de esos nutrientes imprescindibles para un escritor, cuánto más para un escribidor.

Esto mismo es ya una clave que explica, o al menos advierte, que la lectura no representa lo mismo para cada persona. Como para un deportista de élite son imprescindibles, y base de su alimento, los hidratos de carbono, así para el escritor (o quien aspire a serlo), es la lectura una de sus herramientas cotidianas.

Ahora parecería menester preguntarse por cuestiones tales como el tipo de lecturas, el tiempo que se dedique a ellas, la conveniencia o no de seguir determinado canon… Pero creo que hay otra cuestión previa que hemos de analizar y a la que normalmente se presta poca atención: el lector.

 

 

 

Creo que el escritor es antes que nada lector, un lector impenitente que ha descubierto que la vida y su interior se pueden convertir en textos que otros disfruten. Y en semejante aserto anida parte del problema planteado. Pero esto no quiere decir que todo lector vaya a ser escritor, es más, no todo lector quiere ser escritor. (En este matiz habita un sutil problema que se apunta, pero no se desarrolla: una cosa es ser algo, y cuestión bien diferente es querer serlo). ¿Quien escriba ha de pensar en sus posibles lectores? O, preguntado de otro modo ¿El lector tiene un papel en el proceso de la creación literaria?

Comenzaba estas líneas apuntando que hace meses no leo un libro como a mí me gusta leer un libro, y, sin embargo, no hago otra cosa que leer textos literarios aquí y allá. La introducción de textos literarios (aún no sabemos con qué futuro y menos aún con qué destino) en el mundo inasible de internet supone una revolución similar a la que produjeron inventos tales como el alfabeto, o el papel vegetal, o la imprenta, o la prensa diaria. Cada vez que el ser humano ha dado un paso en orden a la universalización y accesibilidad a la lectura, se ha producido una radical modificación en muchos ámbitos. El creador de la obra escrita, del mismo modo, tuvo que adaptar su modo de escribir.

El otro día en el Ateneo de Madrid, así lo ha recogido la prensa, Italo Calvino sostuvo que el libro tradicional no desaparecería. Es posible que así sea, en tanto en cuanto es un ‘objeto’ que permite el acceso directo y cómodo, fácil y manejable a la lectura. Es el paso que resta a los informáticos para derrotar al papel. Todavía no existe una alternativa mejor que el libro para leer, por ejemplo, El Quijote. Por mucho que uno se lo pueda bajar a su ordenador esta novela (que, por cierto ni sé ni me importa si ya es posible realizar tal pirueta), por mucho que uno la lea en un PDA (creo que así los llaman), es mucho más incómodo que en su edición en papel. Quizá una novela ejemplar de Cervantes, por no cambiar de autor, se goce a través de una pantalla electrónica sin que el lector padezca algún tipo de angustia o perplejidad.

 

 

 

O dicho de otro modo, en la propia extensión de la obra escrita encuentro una de las diferencias capitales entre el lector de libros y el lector de pantalla de ordenador. Este último no puede ser agredido por una extensión desmesurada. La propia concepción del espacio virtual sobre el que lee está concebida para la velocidad, la agilidad, la inmediatez, lo escueto y directo. Por lo que sé, por lo que me dicen, por lo que experimento, cuando un lector cibernético se enfrenta a un texto que roza o supera el folio y medio, aquello se hace complicado de leer. Y sin embargo se pueden leer al cabo de la jornada muchos folios, pero de textos bien diferentes.

¿Dispersión, falta de hondura, intrascendencia, lectura compulsiva, adición a la red…?

Quizá estemos en los albores de una nueva época. Cuando hacia 1450 Johans Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles, no sabía que había hecho por la cultura tanto o más que los filósofos de la Grecia clásica. Su mejor obra, según dicen los que saben, fue su impresión de la Biblia. Se me hace cuesta arriba imaginarme una edición de la Biblia en un archivo de pdf, aunque seguramente existirá.

Quizá es que aún esté por llegar el Gutenberg cibernético, que permita la lectura de un libro en soporte electrónico que se pueda llevar al metro o a la playa o a la cama, que permita ser retomado en la misma línea sin mucho esfuerzo, con un simple papelito, por ejemplo un billete de metro, que haga de marcador de página, que en caso de pérdida no suponga un tragedia económica (no hablo de las ediciones de lujo, claro), sobre el que se subraye o anote con un instrumento similar a un lapicero, que para ser leído sólo necesite la claridad del día…

Probablemente Italo Calvino tenía razón…, salvo que alguien descubra un soporte electrónico que permita todas esas cosas y muchas más… a un precio razonable. Cuando esto suceda, no es que haya desaparecido el libro, sino que habremos dejado de utilizar celulosa para impregnarla con nuestras ideas. Por tanto, Italo Calvino tenía razón, pues el nuevo soporte seguirá llamándose libro.

Otra cosa bien distinta, y si ustedes quieren sobre ello podremos reflexionar al próximo mes, es la labor creadora del escritor ante las nuevas herramientas informáticas.

 

 *Este artículo se publicó originalmente en el número 51 de Alenarte. Correspondiente al 7 de junio del 2009. Y se publica aquí como ejemplo para el número cero de Alenarte Revista.  El original puede verse en esta dirección. *

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  • Flamenco Rojo

    agosto 9th, 2010

    Lo primero enhorabuena por la revista…Para mí es un honor ser uno de los comentaristas de este Número Cero.

    Amando, por ahora, como lector no hay nada que sustituya el libro de toda la vida…Probablemente para las nuevas generaciones habrá otras soluciones (informáticas o qué se yo)…deseo y confío que libro puro y duro no desaparezca.

    Un abrazo.

  • egomanías

    agosto 25th, 2010

    Hola Amando,
    soy uno de esos lectores impenitentes, que lee muchìsimo en internet, pero creo que nada pueda quitarme el gusto de hojear las pàginas de un libro. Ese gusto seco que deja en los dedos el sabor del papel, es insustituible. En mi caso, internet lo utilizo para descubrir quien no conozco, me lleno de informaciones, pero después no me basta para saciar mi sed de lectura, y donde es posible, compro el libro estampado, el deleite que provoca es mil veces superior.

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