De Cervantes lo hemos leído casi todo pero sabemos muy poco de él. Es un personaje que se nos escapa entre las brumas de su biografía. En Cervantes hay más dudas que certezas, más enigmas que seguridades. Y esto sin duda lo hace más atractivo porque nos anima a seguir buscando nuevas pistas que arrojen luz sobre su vida. Es revelador que Shakespeare, contemporáneo de Cervantes, haya sido también objeto de numerosas conjeturas sobre su existencia y su obra, hasta el punto de que se ponga en duda la autoría de los libros que se le atribuyen, lo que no sucede con el creador del Quijote. ( Javier Carrasco).
Los Enigmas de Cervantes. Por : Javier Carrasco.
Miguel de Cervantes Saavedra fue un coleccionista de desventuras. Como F. Scott Fitzgerald, escribía con la autoridad que sólo confiere el fracaso. Y sin embargo ese fracaso no forjó en él un carácter amargo y huraño. Cervantes eligió, por el contrario, el camino de la ironía y el humor en lugar de la rabia y el resentimiento. Es un autor de trazo fino y no de brocha gorda, muy poco celtibérico. Y motivos no le faltaron para hacer de su pluma un estilete contra el mundo y sus traiciones. Su existencia estuvo jalonada de días amargos para él. La repentina huida a Italia tras ser acusado de herir a un albañil en un duelo; la pérdida de su mano izquierda en Lepanto; el secuestro y posterior cautiverio en Argel; el fracaso de sus cuatro fugas; la angustia de sufrir prisión; la mala fama de sus hermanas; el desdén de sus colegas y, al final, su muerte sumido en la pobreza. La nómina de tropiezos y caídas es larga en la vida de este hombre al que le tocó por suerte una España en bancarrota, con una clase dirigente ineficaz y corrupta que esquilmaba las arcas públicas sin importarle las penalidades de su pueblo.
De Cervantes se ha dudado de su limpieza de sangre, pues no ha faltado quien ha visto en él a un descendiente de conversos. También se ha dicho que fue homosexual. Acaso practicó lo que entonces se llamaba el pecado nefando para escapar de la muerte cuando estuvo secuestrado en Argel, algo que no añade ni resta un ápice a la grandeza de sus libros. La relación con su mujer Catalina de Salazar es también un misterio, aunque caben pocas dudas de que aquel matrimonio fue desdichado porque Cervantes, al poco de casarse, ya estaba sacudiéndose el polvo de los caminos que unían a Madrid con Andalucía. Tuvo una hija ilegítima y la reconoció, lo que le honra.
Y hubo de ganarse la vida como pudo, en oficios odiados por sus coetáneos, como los de requisador y recaudor de impuestos. Ni siquiera Su Majestad Católica Felipe II tuvo a bien concederle un empleo en las Indias, “refugio y amparo de los desesperados de España”, como escribió en El celoso extremeño. Cervantes hubo de vérselas una y otra vez con su mala estrella, y de tantos traspiés, y de las lecciones que extrajo de ellos, adquirió una mirada compasiva de la vida. Fue un escritor indulgente con las pasiones y las flaquezas de los hombres. Si hubiera sido un hombre de Corte como Quevedo, o un triunfador y vividor como Lope, no hubiera escrito, ya rozando la ancianidad, El Quijote. Sólo quien ha fracasado con la contumacia de Cervantes, y a su vez tiene un extraordinario talento narrativo, puede escribir semejante obra.
A Cervantes vuelvo siempre en busca del consuelo seguro de sus palabras. Estos días leo sus Novelas ejemplares. Sonrío y me divierto con las andanzas de esos dos ladronzuelos llamados Rinconete y Cortadillo. Unas veces es El Quijote; otras, como ahora, son sus Novelas ejemplares, y de cuando en cuando el Persiles y su famoso prólogo, que sigue conmoviéndome. Cualquier excusa es buena para leerle porque siempre nos sorprende y nos hace mejores de lo que somos.