En Alburquerque, Badajoz se rodó Los santos inocentes, fue obra de Mario Camus y se estrenó hace treinta años. El campo extremeño está salpicado de encinas y señoritos en Land Rover que es un coche de campo que funciona bien en los caminos de caza, en el campo a través, para cargar armas y secretarios, aunque a estos les gusta más ir de pie en los estribos, recibiendo el aire y el olor del tomillo. A Mario los personajes se los dibujó Miguel Delibes un tipo de Valladolid conocedor como nadie del carácter rural de la población de Castilla, provincia en el que el campo abierto es un paisaje distinto del extremeño, sin apenas encinas y con mucho más trigo, cebada y centeno, campos eternos a los que no llegan las vallas extremeñas porque no hay reses bravas, o por lo menos no hay tanta ganadería. ( Elías Gorostiaga).
Los Santos Inocentes. Mario Camus y Miguel Delibes. Por: Elías Gorostiaga.
Los santos inocentes siguen ahí, siguen existiendo, solo tienes que salir de las grandes rutas turísticas, meterte por carreteras comarcales y caminos rurales, seguir el rastro de algún perro, de alguna bandada de perdiz, de las campanas de una iglesia y ya estás dentro, dentro de los pasos viejos de los viejos pueblos y allí están, sentados en la plaza, mirando, hablando poco y conciso, contando y temerosos de dios, del señorito viejo y de las juergas de los cafres de los amigos del señorito joven que usan los pueblos como cotos y a sus vecinos como braceros para lo que el señorito mande. Y no hay nada más, a los encinares no llegan los emigrantes, ni solos ni en masa, en aquella época, no llegaba ni la señal de televisión, ni la de los teléfonos, el cielo estaba libre de torretas eléctricas, molinos de viento, tan solo por ese cielo tan raso sobrevolaban cigüeñas, aguiluchos y el chapoteo torpe de las avutardas, animales que como los personajes de Delibes siempre estuvieron allí. Desde el éxito de Camus con una recaudación de quinientos millones de pesetas, la película más taquillera del momento, que arrastró a Delibes a vender más libros que en toda su carrera, también sirvió para que la gente se acercara a los pueblos a buscar a La Régula, a la niña chica, Azarías, Paco el Bajo y a todos los inocentes de esa castilla rural que fue retratando sin dogmas y puerilidades, de forma firme, sincera, llana, no solo en este, en cada uno de sus libros, y eso para cualquier productor y cineasta que además cuenta con la ayuda de guionistas como Manolo Matji y Antonio Larreta es un fondo de inversión rentable, de tal calidad que hoy después de esos treinta años, después de que los alcaldes han llenado de cemento todos los pueblos, rediseñados para que todo sea un decorado de pueblos que se imitan, con las mismas plazas, con sus arbolitos de jardinería, las mismas calles peatonales, las mismas construcciones de pisitos, y llenado los caminos de rotondas, después de que la hostelería se sumara al gusto por las casas rurales y restaurantes con cartas de alta cocina, después de todo eso la crudeza de los santos sigue vigente pues han vuelto los nietos de los señoritos a montar cacerías para sus amiguitos del alma, en la finca del abuelo, con el mismo instinto, sin piedad alguna sobre una propiedad humana que les pertenece por herencia, igual que las tierras, un coto más en el que uno se divierte, se ríe, se usa y se deja. Ese retrato olvidado te recuerda todos los retratos que guardas en la caja de fotos, de ahí vienes tú y la quimera del oro, fue una quimera, volverás a Región y te sorprenderás de lo poco que cambian las cosas en treinta años. Del cine de hoy, mejor no hablar de literatura.