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Lugares con Historia: El Monasterio de El Parral. Segovia. Por: Amando Carabias María.

Hay en Segovia un dicho popular que afirma: “de los huertos al Parral, paraíso terrenal”. Probablemente quien no haya visitado el enclave al que hoy me referiré, o no sea segoviano no entenderá su significado. Hace referencia a uno de los espacios más frondosos de la ciudad, extramuros de la misma, junto a la ribera del Eresma y que arranca junto a la iglesia de San Marcos y concluye en el Monasterio y alameda de El Parral.

Elevado sobre el lado derecho del Eresma, junto a la alameda que lleva su mismo nombre, muy próximo a la recién rehabilitada Casa de la Moneda (de la que algo escribiré en otro artículo de la serie), nos encontramos con una construcción monacal edificada por orden de Enrique IV cuando aún era príncipe. ( Amando Carabias )

Lugares con Historia: El Monasterio de El Parral. Segovia. Por: Amando Carabias María.

Cuando yo era apenas un adolescente (cursaba 7º de EGB), mi profesor de Geografía e Historia organizó una serie de excursiones los sábados por la mañana para conocer de cerca las obras de arte que pueblan esta ciudad. Recuerdo que la primera de ellas fue a este enclave y desde entonces se me grabó el cariño por este lugar del paisaje de la ciudad.

Se trata de una construcción ubicada extramuros y forma parte de lo que doy en llamar el arco místico Segovia: Santuario de la Fuencisla, Convento de San Juan de la Cruz, Iglesia de la Vera Cruz, el propio monasterio y la cueva de Santo Domingo de Guzmán. Al amparo de la música del río y de los pájaros y el rumor que la brisa produce en las hojas de los álamos, nacen estos edificios que mezclan los más limpios y elevados sentimientos espirituales, con las luchas de poder más terrenales y encarnizadas y con las muestras de devoción popular más sencillas. Incluso las leyendas (al menos tres) vienen a completar este arco que se extiende a lo largo de poco más de un kilómetro.

La primera de ellas se refiere precisamente a este Monasterio que me ocupa.

 

Mediados del siglo XV. Época en que la Corte era itinerante y estos reinos no contaban con una capital tal y como hoy la entendemos. No era infrecuente que el rey y sus nobles pasaran temporadas en esta ciudad. Tampoco eran infrecuentes las reyertas, los duelos. La leyenda, en este caso, insinúa una posible historia de adulterio, aunque también podría hablarse de deudas de juego. El caso es que don Juan Pacheco, a la sazón marqués de Villena y mayordomo del príncipe Enrique, estaba emplazado a un duelo en un lugar no muy lejano del Alcázar de Segovia, pero a suficiente distancia: un paraje discreto y despoblado. Sobre el inicio de una empinada cuesta, se habían citado los antagonistas, pero quien había de batirse con el Marqués, apareció con otros dos sicarios, con lo que el duelo se desequilibraba a su favor. Cuenta la leyenda que el Marqués se encomendó a la Virgen de El Parral que allí mismo tenía una ermita perteneciente al Cabildo Catedralicio, y que por su iluminación, se le ocurrió esta frase: “Traidor no te valdrá tu traición, pues si uno de los que te acompañan cumple lo prometido quedaremos iguales”. La confusión creada por estas palabras fue aprovechada por el marqués, obteniendo la victoria. En acción de gracias, decidió convertir en monasterio la ermita.

La historia, sin embargo, es menos novelística. Todo es mucho más prosaico. Fue el príncipe quien quiso hacer una fundación jerónima en tal paraje, pero como no estaba bien visto que el príncipe tomase tal iniciativa, pues suponía menoscabo a la figura del monarca, se lo encomendó Juan Pacheco quien, obediente y eficaz, se encargó de todas las gestiones. Así, en 1445 éste encontró el lugar perfecto junto al río, en la ladera de una cuesta protegida del cierzo por unos peñascos y donde había una ermita y una parra, de ahí la advocación mariana.

En aquel momento la orden jerónima estaba es su esplendor y quizá por ello, se la eligió para habitar el cenobio resultante de las obras. En 1447, por diez mil maravedíes, el cabildo vendió la ermita y las huertas colindantes. Se obtiene bula fundacional en las mismas condiciones que el monasterio de Guadalupe y llegan los primeros frailes. Pero no es hasta la muerte de Juan II, hasta que realmente no empiezan las obras de lo que hoy es uno de los monumentos más airosos de la ciudad, lugar desde el que el panorama de Segovia, también es muy especial.

Poco se sabe con certeza sobre los avatares de la construcción, puesto que la Guerra de la Independencia, primero, y la desamortización de Mendizábal, después, acabaron con buena parte de los documentos al respecto. Por suerte, en 1803 lo había visitado en Isidoro Bosarte quien al año siguiente recogió alguna noticia sobre este edificio en el apéndice documental de su libro Viaje artístico a varios pueblos de España.

La traza del monasterio se debe a Juan Gallego, quien cumplió con todas las exigencias planteadas por la orden jerónima. Pero no fue él quien lo concluyó, sino que Juan Pacheco encargó otras fases del proyecto a diferentes maestros canteros, escultores, doradores etcétera. Tras innumerables avatares a lo largo de la historia, que no pueden ser objeto de este artículo (y que se pueden ampliar accediendo a la nota bibliográfica que se aporta al final del texto), la fundación concluye sus obras en 1503.

Cinco siglos más tarde, aún podemos contemplar y gozar la arquitectura del Monasterio, que en estos quinientos ocho años ha pasado por guerras, incendios, desamortizaciones, épocas de esplendor y abandono absoluto.

La obra se divide en dos partes fundamentales: la iglesia y el monasterio.

 

Hemos subido la empinada cuesta, y nos hallamos ante una puerta alta, en cuyas jambas destacan los altorrelieves de una virgen y del ángel de la salutación, ambos desmochados. Al atravesar la puerta, la oscuridad nos invade. El cambio de iluminación ha sido muy fuerte. De inmediato nuestros ojos –como si fueran atraídos por un imán- se dirigen hacia la zona más alejada: el altar mayor que ocupa el ábside oriental e iluminado por seis altos ventanales. Tras el altar el retablo, la obra, sin duda de más valor artístico del conjunto, flanqueada por los sepulcros tallados en alabastro del Marqués de Villena y de su esposa.

Contemplar in situ este retablo es descubrir una de las obras de arte de más calidad que se esconden en Segovia. Se trata de una obra ejecutada por cuatro artistas abulenses que trabajaron en equipo: los entalladores Juan Rodríguez y Jerónimo de Pellicer, el pintor Francisco González y el carpintero Blas Hernández. Según los expertos estamos contemplando la mejor obra renacentista de la provincia de Segovia.

Resumo lo que más ampliamente se puede leer, por ejemplo, en la Wikipedia al respecto: «El retablo de tres calles y cuatro cuerpos es de madera policromada y fue dorado por Diego de Urbina en 1553, quien también pintó la sarga que lo cubría en Semana Santa, actualmente desaparecida. En él se narra la vida de la Virgen, remembrando las escasas escenas evangélicas en que aparece y añadiendo algún momento significativo de la pasión y muerte de su hijo. Culmina con una gran chambrana que alberga a la Virgen de la Paz que ocupa el tercer cuerpo, sobre el que se alza un Crucificado, con la Virgen, San Juan y unos ángeles que recogen la sangre de Cristo, cerrando el conjunto un ático con Dios Padre”.

Pero todo ello, con ser palabras precisas, escritas, sin duda, por un especialista en Arte, no es más que un pálido reflejo de la honda impresión que queda en los ojos del visitante cuando contempla el resultado final. Las imágenes polícromas y doradas de cada una de las escenas que se pueden admirar, son de una belleza, una fuerza, una expresividad y una plasticidad poco conocidas. Pareciera que estamos, desde siempre me lo han parecido, verdaderos seres humanos atrapados en esa situación concreta para la eternidad. Cuando pudimos escrutar a escasos centímetros la estampa de la Última Cena en la Exposición de las Edades del Hombre celebrada en la catedral de Segovia, comprobamos con admiración cómo a estas tierras castellanas habían llegado todos los hallazgos escultóricos que el Renacimiento había aportado a la evolución del Arte. Cada uno de los protagonistas está trazado como si fuera un individuo perfectamente diferenciable del resto, y cuando ese mismo personaje ocupa lugar en otra escena, a modo de viñeta diferente, se reproducen con fidelidad su rostro.

Otro de los elementos de la iglesia que no debe pasar desapercibido a nuestros ojos y en donde se nota la influencia y la maestría de Juan Guas, es el trabajo sobre la piedra, que, a nuestros ojos, parece dúctil, perfectamente maleable, casi como arcilla. El arco de acceso a la antesacristía, o algunas de las filigranas que se pueden contemplar en las capillas que jalonan la planta de la iglesia, son buenos ejemplos de lo que digo.

Pero más allá de todo ello, hay algo inefable en este espacio construido por el silencio y la luz, algo que invita a la interiorización, a la zambullida en los propios sentimientos. No es de extrañar que contemporáneamente, parte de las dependencias del monasterio sean usadas por personas que durante unos días o semanas, desean cierto retiro. Mucho más allá de creencias o increencias religiosas.

 

Las dependencias del monasterio propiamente dicho, se componen por los cuatro claustros que marca la orden jerónima: el de la portería, el de la hospedería, el de la botica y el claustro principal o de las procesiones.

He de confesar que sólo conozco los de la portería y hospedería, desde donde se tiene una de las mejores vistas de Segovia, precedida por la contemplación de un aljibe donde la ciudad también se refleja.

 

Sé que nuestros tiempos son tiempos de prisas, ajenos al ritmo sosegado que necesita el disfrute de una ciudad con tantos misterios por descubrir. Sé, como escribí en el anterior artículo de esta serie, el que dediqué a otro monasterio, el de San Antonio el Real, que la el brillo de los monumentos más señeros de Segovia (Acueducto, Catedral, Alcázar) eclipsa al resto… Pero si, por casualidad, el tiempo es aliado de nuestro visitante, convendría acercarse hasta este lugar, al menos a la zona, para disfrutar de cerca de su belleza y de su paz.

 

 

 

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  • Mercedes Pinto

    febrero 19th, 2012

    Si alguna vez voy a Segovia, por favor, por favor, tienes que enseñarme algo de lo que sabes de esa hermosa ciudad y, por supuesto, llevarme al Monasterio De El Parral, pero cuéntame solo la parte fabulada, que tiene más magia.
    Magnífico artículo, supongo que tu ayuntamiento sabrá de él.
    Un abrazo.

  • isolda

    febrero 19th, 2012

    Estupenda leción de historia y arte. Así me gustan a mí las explicaciones. Habrá que ir, no queda otra.
    Besos Alana y Amando.

  • isolda

    febrero 19th, 2012

    Mejor Alena, glups.

  • Flamenco Rojo

    febrero 19th, 2012

    Magnífica exposición y presentación de un lugar con mucha historia.

    Un abrazo.

  • Leonel Licea

    febrero 19th, 2012

    Qué lujo poder leerte, Amando!!! Cómo se aprende de esa tierra que no veo la hora de poder conocer.
    Un abrazo fuerte.
    Leo

  • Isabel Martínez Barquero

    febrero 19th, 2012

    Sí que tiene algo de inefable el ambiente que reina en la iglesia de este monasterio.
    Amando, es de los lugares de Segovia que recuerdo de manera más entrañable. Las misas los domingos, con los frailes que cantaban gregoriano, el incienso… recuerdos imborrables de parte de mi adolescencia, la castellana. Después, la Alameda con su hermoso paseo, y la torre de San Esteban asomándose ufana al río.
    Absolutamente recomendable El Parral, un sitio lleno de espiritualidad y belleza.

  • Marina

    febrero 22nd, 2012

    Ufffffff -Amando, sin palabras me quedo: leyéndote casi no es necesario» ir a visitar esos lares tan bellos, lo plasmas con todo detalle que me parece que he pasado por ahí. Se ve preciosa en las totos. Gracias por compartir tus fatásticas letras.
    Un beso.

  • catherine

    febrero 23rd, 2012

    Segovia es una ciudad de historia, obras de arte,mística y leyendas, ya lo he experimentado y nunca me canso de descubrir nuevos lugares a tu lado o por tu pluma.

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