Dice José Antonio Prades, al comienzo de su pequeño prólogo a esta novela: “Las grandes historias de amor siempre están de moda y nunca caducan”. Baste esta simple frase para centrar la novela que ahora nos ocupa.
Hueles a Sándalo , el libro de Pilar Aguarón Ezpeleta, se trata, efectivamente, de una novela de amor. ( Amando Carabias )
Pilar Aguarón: Un boceto para una narrativa . Por: Amando Carabias.
Como todas las buenas historias de amor está surcada por la pasión, por la emoción, por el goce, por la impaciencia, por la ternura, por la inocencia, por el miedo, por el dolor, por lo verdaderamente humano, en definitiva, pues, ¿hay algo más humano que el amor?
Pero además de estos ingredientes, comunes en mayor o menor grado a cualquier novela cuyo principal tema sea éste, Hueles a Sándalo goza de sus propias particularidades, lo que le convierte en única.
La primera de todas —y no desvelo nada que debiera callar una reseña, pues figura en la contraportada del libro—, es que se trata de un amor frustrado. Pero, más que frustrado, yo diría que es frustrante. Porque, no es que los protagonistas, Fernanda, (pintora —como la autora del texto—) y Rubén (militar del ejército español que sirve en Irak, Líbano, Afganistán…) sean el caso de la pareja que después del enamoramiento entra en crisis… Digamos que son víctimas de los acontecimientos, más que de su desamor. Aunque se trate de un drama, en cierto sentido, Pilar Aguarón maneja los clásicos elementos de la tradicional comedia ya que un malentendido, un detalle y la intervención de alguien, así como otra serie de circunstancias casuales evitan el encuentro definitivo, ése al que, a pesar de todo estaban destinados.
Si no he hecho mal la cuenta —que todo pudiera ser—, Fernanda nació en agosto de 1961, es decir, un año antes que quien esto escribe. Por tanto muchos de sus sentimientos y muchas de las cosas de la reciente historia de España que forman parte de esta novela, también son elementos de mi memoria personal. Porque, y conviene decirlo pronto, también estamos ante una novela en cierto modo histórica. Más allá de las meras referencias concretas a las fechas, la escritora entra sin miedos ni complejos en algunos de los hechos que han marcado (y aún marcan) nuestro devenir como nación: el advenimiento de la democracia, las misiones españolas en Líbano, la Guerra de Irak, y la guerra encubierta de Afganistán, desfilan delante de nuestros ojos con la misma naturalidad con la que lo hacen en la vida real al abrir un periódico, enchufar la televisión, sintonizar una emisora de radio o conectarse a Internet.
Y otro elemento que me parece capital, al menos a mí me lo parece, es la profesión de Fernanda. Mejor dicho, la pasión de esta mujer zaragozana. Fernanda es pintora. Quizá pudo ser otra cosa —escritora, médico, música, contable, relaciones públicas, profesora o azafata—, pero es pintora, profesión que comparte con la autora de la obra, por cierto. Y esto digo que es fundamental, porque, de paso, en la novela descubrimos algo de la mirada de los pintores. Y sin duda de ningún género la mirada que sobre el mundo arrojan los pintores es otra. No sé —tampoco importa— si es mejor o peor que el resto de las miradas, sino que es la suya propia, con sus propias cualidades, con sus propios matices. Escribe así en el tercer y cuarto párrafo de la novela:
“Cuando salió del hotel caía mansamente una fina lluvia de primavera y el sol resplandecía como en aquellos jueves de Corpus Cristi de su infancia.
Llevaba un plano de la ciudad [Florencia] en el bolso, sin embargo prefirió andar sin rumbo fijo. Caminaba despacio, observándolo todo, mirando a las gentes, las fachadas, la vida”
Hay instantes en los que el lector tiembla por la emoción o se enfada con los personajes, incluso acaba por sonreír. Digo esto porque uno ha leído (se ha bebido) un libro cercano. Un libro directo, donde los diálogos son la base estilística de un texto cuidado en su sencillez y en su modo directo y claro de afrontar la historia. Un libro, en fin, en que desde el principio la complicidad entre los protagonistas y el lector crece y crece, un libro en el que el autor (autora en este caso) se camufla hasta desaparecer, hacerse aire por el que respiran Fernanda, Rubén y cuantas otras personas se mueven a su alrededor.
Ahora, en pura lógica, quizá convendría destacar alguna escena concreta, alguna descripción, alguna carta, algún episodio en el que uno, si no viviera a trescientos kilómetros de Pilar habría ido a retorcerle el cuello, por no haber consentido que ocurriera algo que cambiara el destino… Pero no lo haré. Y no lo haré, para no desvelar nada y para que todos ustedes vayan a este sitio de Internet y hagan el correspondiente pedido.
¿Por qué?
Cuando uno abre el libro descubre que, como en tantísimas ocasiones (y ahora no juzgo, simplemente describo una realidad), está ante una edición de autor (con la ayuda del Departamento de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón), en la que, además, las ilustraciones de portada y contraportada pertenecen a dos pinturas de Pilar Aguarón que —casualmente, o no— coinciden con las obras de Fernanda que son importantes en la novela. “Boceto para un retrato” que se ve en la imagen que ilustra esta reseña y “Moreno de verde luna”, cuyo título, además, quiso ser el inicial de la novela.
Desde el principio, pues, se detecta una actitud ante el mundo de la protagonista que no es una actitud cualquiera. Y más aún cuando, como temas secundarios pero repetidos de una composición musical, aparecen dos retratos como constantes de la obra, casi como señuelos para que Rubén y Fernanda siempre se tengan muy presentes: “Boceto para un retrato” y “Moreno de verde luna”, que, además es un guiño cómplice a la otra de las pasiones de la protagonista: la literatura en general y la poesía en particular.
egomanías
enero 11th, 2011
Asì dan ganas de leer el libro, la autora se debe sentir muy honrada delante a esta señora reseña.
Enhorabuena.
Leo
catherine
enero 12th, 2011
Excelente reseña que completa la que leí en otro blog, que me hace conocer mejor a esta autora -pintora. Ya había leído unos textos suyos en Internet. Enhorabuena,
Flamenco Rojo
enero 12th, 2011
No me queda más que hacer el pedido…Gracias Amando por la reseña.
Un abrazo para ti y un beso para Pilar.
Isolda
enero 12th, 2011
Una, vamos yo que lo ha leído, suscribe de principio a fin estas palabras.
Besos para ambos con el perfume que os guste más.
Anabel
enero 12th, 2011
Amando sabe como nadie despertar el apetito por un libro, como un buen gourmet nos hace salivar describiéndonos un plato de un restaurante.
Pero, en este caso, es que el plato se merece tantas estrellas.
Besos al gourmet y a la cocinera,
Anabel
María Sangüesa
febrero 1st, 2011
Después de tu reseña, no pienso perdérmelo. Besos a ambos.