El oscuro relieve del tiempo es un libro que me parece una obra admirable para estos tiempos que corren de abundante literatura liviana y facilona, de poca profundidad, literatura quizá demasiado mediática y perecedera, e incapaz casi siempre de asumir riesgos en sus planteamientos narrativos. Ya sé que cada uno de nosotros tenemos un corazoncito y ciertas debilidades que no podemos dar de lado, y que tampoco sería justo hacerlo porque esas lecturas más ligeras de algún modo también nos construyen y nos convierten en aquello que realmente somos.
Pero no es el caso de este libro.
Porque Iván Teruel sí lo hace. Se arriesga, sin ninguna duda, en sus relatos. Asume riesgos y nos produce, en una gran mayoría de ellos y de manera consciente, una sensación de sospecha, de amargura si no te mantienes alerta. Porque son textos nada complacientes para un lector poco avisado y que no busque otra cosa que el mero divertimento.
Voy a tratar de explicar a qué me refiero. ( Julio Jurado).
Reseña de » El Oscuro relieve del tiempo» de Ivan Teruel. Por: Julio Jurado.
El oscuro relieve del tiempo es una colección de cuentos de variada extensión narrativa (aunque domina de alguna forma el micro relato), y se estructuran en cuatro partes: Anatomía del dolor, Arqueología del universo, Topografía del horror y Cartografía de la derrota; cuatro partes en las que Iván Teruel ambiciona explorar todas esas circunstancias, casi siempre adversas, que tiene de aprendizaje nuestra propia naturaleza. Porque sus relatos se mueven, de manera deliberada, en un entorno de escenarios y situaciones fácilmente reconocibles: el sexo y su ingratitud moral; los vínculos familiares y sociales y el desapego que suelen arrastrar; la vida y la muerte y sus aledaños naturales; y cómo no, el tiempo, en un continuo ajetreo espacial y azaroso, y que tamiza la memoria y hace de su presencia una práctica constante.
Pero Iván Teruel también nos provoca con aquello que es más intangible: leyes físicas que están en los orígenes de los secretos y las mentiras, búsqueda de palabras que definan contornos y atmósferas opresivas, TAC ocultos y que estallan en la risa de una niña que pretende seguir soñando…, situaciones estas y muchas otras que, con apreciados desafíos temáticos, nos atrapan sin remedio al llegar a su desenlace; y que mantienen en el lector esa sensación de tropiezo continuo al que nos vemos abocados en lo rutinario, en esa realidad atemporal que nos circunscribe y que nos obliga a interrogarnos por todo lo humano y su zozobra existencial.
Muchos autores han visto la necesidad de escribir finales felices como algo innovador e imprescindible, y alejarse prudentemente del pesimismo literario, de ese no cuestionarse en ningún momento la responsabilidad o el compromiso, impulsos humanos estos que han envuelto siempre tanto a lo mejor de la humanidad como a la mejor literatura; y en cambio, con esas ideas poco reposadas, se han propuesto conceder aún más espacio a la banalidad y al mercado.
Digo esto porque El oscuro relieve del tiempo profundiza en este axioma. Es mi opinión, claro. Porque Iván Teruel no da, insisto, ninguna tregua medrosa al lector, no concede ese espacio condescendiente tan alejado de lo que se espera, casi siempre, de la buena literatura.
Iván Teruel nos va mostrando en El oscuro relieve del tiempo y relato a relato, esa oscura claridad de la vida, de conciencias ordenadas pero también disolutas, de relaciones humanas que casi nunca pueden ser ideales porque la naturaleza que nos sobrelleva se encuentra inevitablemente contagiada de desesperanza y de violencia, de temor y de rechazo, y cómo no, de indiferencia. Pero mucho menos, por desgracia, de compromiso y responsabilidad.
Son narraciones agridulces, sí, imprevisibles en sus inicios, inhospitalarias y misteriosas en su desarrollo, con influencias originales, en algunos casos, de índole fantástica o de futuros imperfectos. Como en el relato “La biblioteca”, donde unos seres llamados Los Nuevos Nacionales persiguen al protagonista porque lleva encima “la última que nos queda”. O en otro relato de título “El sorteo”, en el que Las Brigadas para la Seguridad del Sorteo Nacional se encargan de confirmar la asistencia a un acto en el que se reparten unos premios poco deseados. Narraciones estas y otras en las que se trae también a cuento esas cosas imperceptibles a la mirada, a esa mirada relajada y facilona que recordaba al principio.
Los relatos de Iván Teruel inquietan; son historias que te sobrecogen, que te hacen pensar continuamente al desmoronar, con una más que apreciable sensibilidad del autor, las entrañas de la propia conciencia, y la conciencia no es otra cosa que ese inconsciente vulnerable, y también transgresor e irreprimible que se descubre en este libro a través del lenguaje, pero sobre todo de la propia experiencia.
Lenguaje y experiencia.
Un lenguaje meticuloso el suyo, cargado, a veces, con una ironía sigilosa o esquiva como defensa ante los sentimientos para que estos no se desborden, y que va denotando, frase a frase, y con diferentes puntos de vista, ese naufragio interior jamás anhelado y que habitualmente nos rodea, o más bien nos acorrala.
Es una prosa, la suya, que huye de adornos innecesarios y de metáforas imposibles. Iván dice: “Me costó entender que existen amores deslucidos. Y eso que desde la primera noche comprobé que nos íbamos a querer de manera distinta.” Este es el inicio de Sábanas grises, un relato de apenas 32 líneas que nos arrastra, desorientados, a un final amargo, a un amor deslucido. O también este otro comienzo: “Nunca he tenido un hermano pequeño. Pero ayer mi hermano pequeño decidió venir a mi habitación. Y me abrazó con esa fuerza con la que yo creía que no se podía abrazar a nadie.”
No quiero inventariar ahora todas esas cualidades que resuenan en los relatos de Iván Teruel porque seguro que se me van a olvidar muchas. Me gustaría que las descubrieran porque merece mucho la pena, y para ello, no hay más remedio que leer el libro.
He mencionado antes la experiencia. Y a Iván Teruel parece que le sobra en su proceso creativo. Juventud y madurez coligadas en el tiempo vivido, pues nos transmite en sus relatos ese conocimiento que bien ha sabido aprovechar. Ese tiempo que vuelve y se revuelve para mostrarnos con mucha pericia atmósferas y estados de ánimo que se rebelan, que se imponen por la eficacia de sus reflexiones (así es el cuento que da título al libro), y que, como Iván dice también en otro de sus relatos: “… dejan su lugar a un vacío que despunta, doloroso y expansivo, un serpenteo de cal viva en la boca del estómago.”
El libro se complementa con unas ilustraciones de Mercè Riba. El propio Iván Teruel manifiesta en una entrevista reciente: “…la colaboración con Mercè fue muy interesante, porque me permitió observar zonas de mi propia narrativa desde el territorio de lo simbólico: la piedra como emblema de la propia existencia de los personajes, dura y frágil al mismo tiempo; las cuerdas como trasunto de su vínculo conflictivo pero indesligable; las vendas como proyección de la arbitrariedad del destino”. Y continúa: “Por tanto, el libro, con los dibujos de Mercè, se ha convertido en algo distinto a lo que era en un inicio, un producto que incorpora nuevas aristas y que añade matices muy interesantes al sentido global del conjunto”.
Tengo que decirlo. No me atraen mucho los libros ilustrados, pero debo reconocer que Iván Teruel no anda descaminado en sus palabras, porque los dibujos de Mercè Riba nos muestran unas imágenes desintegradas de contexto, y muy turbadoras en su realización, una visión de carácter simbólico que impacta sobre la memoria de un mundo, el suyo, pero también ahora el nuestro, despojado de esa palabra tan extraña que es humanidad.
No dejen de leer este libro. Les va a entretener, sí, pero también les va a dejar un sedimento de buena literatura, algo que agradezco sin prejuicios a su autor y a Ediciones Cal.lígraf, por haber tenido el buen juicio de publicarlo.