Desde finales del pasado mes de febrero, y hasta el final de curso, el Instituto de Bachillerato “Andrés Laguna” de Segovia celebra medio siglo de vida de los edificios donde se alberga desde 1963. Tal hecho ha sido aprovechado por la institución educativa para regalar a la ciudad diversos actos de carácter cultural (exposición de pintura durante el mes de marzo, muestra de cine para el mes de abril, o la trigésimo sexta edición de su muestra de teatro, son sólo algunas de sus propuestas), además de la programación centrada de modo preferente en la comunidad educativa.
Con este motivo aprovecho este espacio mensual para hablar acerca de una de las facetas de la persona que da nombre al Instituto del
doctor Andrés Laguna quien, sin duda, es uno de los segovianos más ilustres de la historia de esta tierra, acaso el mayor de cuantos hemos visto la luz en esta parte del planeta a lo largo de los siglos. A pesar de ello —justo es reconocerlo— el conocimiento de su vida y su obra apenas trasciende los límites de Segovia, salvo para especialistas en algunos ámbitos del saber.
( Amando Carabias )
Segovianos ilustres: Andrés Laguna. Por : Amando Carabias María.
Andrés Laguna (Segovia 1499, Guadalajara 1559) es conocido fundamentalmente por su tarea científica, sobre todo en el campo de la botánica y la medicina, alcanzando en su época notable fama en tales ámbitos del saber. Tradujo y comentó ampliándolo hasta el doble el Dioscórides, que pasó por ser la principal herramienta de trabajo para la botánica y en buena medida para la farmacología; así mismo este médico de ascendencia judía llegó a serlo de Carlos I, Felipe II y el papa Julio III, pero también sirvió durante cinco años a la ciudad de Mentz que lo contrató para tal fin; otra faceta destacable es su tarea docente ya que e impartió clase en Alcalá de Henares y Toledo.
En estas líneas no pretendo evocar estos aspectos puesto que no cuento con la suficiente destreza en estos ámbitos del saber y de la ciencia humana; sólo deseo elaborar un levísimo apunte que descubra, aunque sea mínimamente, la faceta humanista de este sabio cuyas fuentes son, sin duda, de influjo erasmista.
Como cualquier lector habrá comprobado, los sesenta años de su existencia abarcan una parte no desdeñable de lo que en historia se denomina Renacimiento, esa época en la que la formación no consistía tanto en conocer mucho de una materia concreta, sino ahondar lo más posible en cualquiera de las destrezas propias a la humanidad. El verdadero hombre culto del Renacimiento es quien posee conocimientos en técnica, ciencia, filosofía, teología, historia, matemáticas, arte, etcétera. A la mente de la mayoría nos llegarán nombres de muchos hombres que habitaron Europa en aquellos momentos y que, si bien destacaron en alguna faceta concreta, no era ésa la única disciplina que dominaban con notable habilidad.
Hace un par años el Ayuntamiento de Segovia organizó una visita guiada llamada “Segovia renacentista” a la que asistimos. Fue durante esta visita cuando escuché por primera vez algo que se me quedó grabado, aunque hasta ahora no he emprendido su búsqueda y lectura con cierta profundidad. El guía que nos descubrió tantas cosas aquella mañana de domingo, nos comentó algo notable y poco conocido que había hecho el doctor Laguna: escribir un discurso sobre Europa que ‘representó’ ante varios príncipes y sabios de la época en el Aula Magna del Gimnasio de las Artes de Colonia. (Ahora he sabido que tal hecho se produjo en 1543, y de inmediato la pieza fue publicada).
Sólo esta frase, provocó en mí un fogonazo, algo así como la entrada de un rayo de sol en una estancia apenas iluminada por una tenue penumbra, casi oscuridad. De pronto, a mis ojos, Andrés Laguna dejó de ser únicamente el erudito científico que había traducido y comentado el Dioscórides, o el médico de reyes y papas; de pronto Andrés Laguna cobró la dimensión de un verdadero humanista cuya inquietud no se limita a un campo concreto y determinado, sino que le empuja a todo cuanto pueda ser importante para cualquier individuo. Para hilvanar este comentario, he usado el libro de Antonio Horcajo titulado Andrés Laguna a la luz de su Discurso de Europa (la que a sí misma se atormenta), Madrid, 1999.
Más arriba he apuntado, al referirme al discurso sobre Europa, que el doctor Laguna lo representó.
Poco se sabe del asunto, pero, parece ser, que Andrés Laguna no se limitó a leer las palabras compuestas sobre el tema, sino que cuidó hasta el más mínimo detalle de la puesta en escena del texto que imaginó como un diálogo entre él mismo y una vieja dama de aspecto más bien repulsivo, llamada Europa que, sin embargo, tras los andrajos que la cubrían, aún mostraba las huellas de una cierta hermosura y vigor ya pasados.
No conviene olvidar —y no sería honrado por mi parte ocultarlo, pues podría llevar a confusión al lector— que este largo discurso nace en un determinado contexto histórico y político y se escribe, pues, con una finalidad determinada. Dicho de otro modo, Europa heautentimorumene es decir, que míseramente a sí misma se atormenta y lamenta su propia desgracia, (título completo del texto que a partir de ahora llamaré Europa que a sí misma se lamenta), la pieza oratoria defiende determinadas cuestiones que cuatrocientos setenta años más tarde, resultan anacrónicas. La finalidad de este discurso —originalmente escrito en latín, griego y alemán—, sin duda, es intentar evitar el desgarro que en Europa estaban produciendo las llamadas guerras de religión, con la consiguiente sangría humana y, además, y sobre todo, defender la prevalencia del emperador sobre las intentonas de las llamadas dietas centroeuropeas para doblegar este poder. (Duros tiempos en Europa. Tiempos de sangre y lágrimas, en la que la religión y la política, una vez más, fueron de la mano para justificar muerte y destrucción).
Sin embargo, y pese a lo anterior, en las palabras de Laguna se siente el hondo convencimiento de la esencial unidad de Europa, idea que viene recorriendo la historia desde hace milenios y que no termina de concretarse. Aunque su prisma sea el del defensor del emperador y de la Iglesia romana, en el fondo está hablando de conceptos más amplios y universales, intenta dar pasos para abolir fronteras, con clara conciencia de su pertenencia a un espacio mucho más amplio que la división de reinos entonces conocida.
Europa que a sí misma se lamenta está escrita cumpliendo con todos los requisitos exigibles a todas las piezas de oratoria de aquellos momentos, pero, al mismo tiempo, no resulta un texto frío, porque el segoviano es original en el planteamiento y utiliza un lenguaje preciso y no exento de brillantez en las imágenes, aunque —y desde el punto de vista del lector contemporáneo— exige una cierta preparación respecto de ciertos asuntos mitológicos y de la historia Antigua que quizá en esta época estén más olvidados o más descuidados que en entre los eruditos del siglo XVI.
Ya iniciada la segunda década del siglo XXI, la unidad de Europa es algo por resolver. Europa sigue siendo una quimera a la que nos referimos pensando como se piensa en un horizonte, y no en la casa donde uno habita. Más aún, en estos últimos lustros podría afirmarse, sin ser tachado de demagógico, que vivimos una terrible involución respecto de su idea central. Ahora el desgarro es el económico y financiero, entonces fue motivado por cuestiones de otra índole en apariencia, pero, en el fondo, las razones no son tan diferentes de las que con contundencia expone el Andrés Laguna, pues la Europa desgarrada que él presenta al inicio de su escrito, es la misma Europa que hoy se nos muestra indefensa, en manos de quienes más daño la están haciendo y más daño la harán, algunos de sus propios hijos. Sólo transcribiré uno de sus párrafos. Es Europa quien habla, es Europa quien se lamenta:
“Ay de mí, madre infelicísima, que di una prole peor que las víboras, por la cual, en fin de cuentas, había de ser destrozada y despedazada. Concebí a quienes habían de destrozar mi entrañas; engendré a quienes me pisotearan: amamanté a quienes me desgarraran: acuné en mi regazo a quienes chuparan mi sangre: aupé a quienes me hundieran, mi irritaran y rebajaran. Yo he criado a muchos con los dientes crecidos por completo insaciables, me roen y devoran las entrañas, sedientos siempre de mi sangre (…). Los que estaban en la obligación de defenderme, en tal manera me maltratan y se ensañan en contra mía que ya no resulto tan odiosa como digna de compasión para mis adversarios. Porque aquellos que me odiaban, para quienes en otro tiempo fui terrorífica y andaban a la caza de mi perdición, ya se conduelen de mis desgracias, ya se ablandan y suavizan pensando que bastante se han vengado de mí, si yo me consumo en mi propia enfermedad y debilitándome en ella acabo por aniquilarme”.
Los vastísimos conocimientos científicos y humanísticos de Andrés Laguna, los viajes realizados por toda Europa desde este pequeño rincón de Castilla llamado Segovia, su presencia en algunas universidades, su trabajo como médico en la ciudad de Metz, donde regresó para intentar paliar una epidemia de peste, la influencia de la cultura judía y cristiana, todo ello conforma en la personalidad de este segoviano una cierta idea de Europa, una idea que tiene que ver con la unidad, con la certeza de que Europa no son un conjunto de países aislados.
Andrés Laguna no deja de ser médico cuando escribe su Discurso sobre Europa y por eso no extraña que para él Europa sea un cuerpo con muchos órganos que sólo tienen razón de ser en la armonía de un funcionamiento en común.
Acaso esta idea debería ser rescatada por quienes —al menos en teoría— tienen la obligación de continuar avanzando en ese camino.
Flamenco Rojo
marzo 20th, 2013
Convencido que en un futuro alguien te incluirá en un artículo de segovianos ilustres.
Abrazo amigo.
Marina Filgueira García
marzo 23rd, 2013
Hola: Bonito y merecido homenaje.
Tú haces que trascienda fuera de esos límites,
como buen especialista del saber, y afirmo lo que escribe nuestro amigo Flamenco.
Ha sido un placer leerte y pasear un rato por la revista.
Besos.