Dos son las citas que llevan en su programa los que visitan Amsterdam. La primera de ellas es con la casa-museo de Ana Frank. Allí traspasarán el umbral del tiempo y entrarán en el espacio donde se ocultó la familia Frank durante dos años en el periódo de la II Guerra Mundial. Hoy día la fachada del edificio, que se asoma a uno de los céntricos canales, tiene un aire moderno que contrasta con el interior. Las habitaciones desnudas tienen la impronta de aquellos recuerdos que Ana dejó escritos en su diario. La mejor manera de visitar la casa sería hacerlo en solitario, con el único sonido del carrillón de la iglesia cercana para evocar esas imágenes, pero no hay otra manera y tenemos que seguir a todos los que esperan entrar desde las primeras horas de la mañana. Otra visita que no dejan en el olvido es al Rijksmuseum para vivir el arte como sujeto principal y en su propio lenguaje, y al que también puedes llegar en uno de esos barquitos que navegan en los canales. Fue un proyecto del arquitecto Pierre Cuypers y abrió sus puertas en julio de 1885 por primera vez. Ahora está en obras de reforma y ampliación. El resultado lograremos por fin verlo en la primavera del próximo 2013. ( Pilar Moreno)
Señas de identidad en Amsterdam. Museo Van Loon. Por : Pilar Moreno.
Hasta entonces habrá que esperar, pero Amsterdam tiene más de esos otros museos con un pasado histórico que les da una extra dimensión. Casas estrechas y altas; en su tiempo eran viviendas y con frecuencia también lugar de trabajo de los ricos comerciantes, hoy muchas están convertidas en lugar donde tiene domicilio el arte. Conocidas por sus típicas fachadas; la entrada con pequeñas escaleras, una hacia arriba para la familia y sus visitas, otra que llevaba a la parte inferior para el servicio y demás asuntos domésticos y de oficio y una pequeña grúa justo debajo de los tejados para entrar muebles y mercancías por las ventanas. Palacios y casas señoriales, situadas junto a un canal, que guardan entre las raíces de un pasado lo cultural y artístico del presente. El espacio interior parece haber quedado semidormido, pero entre los muros surgen las imágenes de su historia, fragmentos de vida, amor, nacimiento, trabajo, soledad y muerte. De cierta manera nuestra presencia tiene algo perturbador al recorrer las salas y curiosear su intimidad en medio de cuadros, retratos, armarios donde reposa la porcelona y el cristal, muebles y alfombras. Todo parece esperar que pasen los años para el final de un encantamiento.
Visitar estos museos es como viajar hacia atrás en un tiempo más o menos lejano. Buscamos indicios de quienes fueron los que vivieron allí. Abrimos puertas, subimos escaleras, atravesamos salones en tranquila vigilia, y nos vemos reflejados en espejos sobre chimeneas que ya no calientan más; a veces, en la penumbra de un rincón olvidado, nos parece sentir el rumor de crinolinas y chaqués. Una de estas casas es el museo Van Loon, también en Amsterdam. El edificio fue construido en 1671 junto a los céntricos canales de la ciudad. El primer inquilino fue un destacado alumno de Rembrandt, Ferdinand Bol. En 1750 se reformó todo el interior en estilo rococó y en 1884 pasó a ser propiedad del matrimonio Willem Hendrik van Loon y Thora Egidius. El último descendiente de la familia abrió la casa al público en 1973.
Quien visita la casa puede deambular a su gusto por todas las habitaciones, no hay itinerario fijado ni letreros que te obliguen a seguir. El espacio de la casa está distribuido en un subterráneo para la cocina y alacenas, un primer piso para los salones de la familia, otro piso para los dormitorios y el tercero para las habitaciones del servicio. Destacan en especial el vestíbulo y una impresionante escalera que lleva a las habitaciones superiores donde se muestran magnificos muebles, plata, cristal y cerámica de distintos siglos. Hay una sala especial donde los caballeros se retiraban a fumar y un comedor que ofrecía espacio para 24 invitados. Muchas casas tienen también un espacio en lo más alto que es el desván y que servía de almacén. En las paredes cuelgan retratos de miembros de la familia Van Loon desde 1600 hasta nuestros días, muchos de ellos son obras de Michiel van Musscher, que a finales del siglo XVII era uno de los retratistas de más éxito en Amsterdam. Finalmente se encuentra el jardín y la entrada a la cochera con una preciosa fachada, espacio reservado para presentar exposiciones.
Estos dias la exposición está dedicada a este pintor holandés, Michiel van Musscher. Nació en Rotterdam en 1643 y murió en 1705 en Amsterdam. Fue alumno de Gabriël Metsu. Sus clientes estaban entre la alta burguesía, ricos comerciantes y autoridades de la ciudad. Incluso llegó a retratar al Zar Pedro el Grande, que en 1697 visitó la ciudad. Ademas de los retratos pertenecientes a la colección de la familia Van Loon, encontramos obras de este artista traídas de museos nacionales e internacionales y de colecciones particulares; muchas de ellas se muestran por vez primera al público. Merece la pena dedicar tiempo a este pintor y observar de cerca su obra que nos asombra por el estilo y la perfección en reflejar los detalles, especialmente en los exóticos elementos en las telas y en los tapices. Todo hace ver y sentir el lujo y la riqueza del Siglo de Oro holandés.
Después de todo este recorrido, el jardín interior es un oasis de tranquilidad y descanso. Las sombras verdes del lugar invaden la imaginación con imágenes con sabor a un tiempo ya pasado, un periódo de gran prosperidad que ha quedado reflejado en las casas, y que con los canales son el símbolo de identidad de la ciudad de Amsterdam. Sólo cuando el carrillón de una iglesia cercana hace sentir su voz, nos enfrentamos, al igual que Ana Frank vivió, a la realidad del presente.