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Tiburón. Spielberg. El nuevo miedo. Por : Elías Gorostiaga

Fue la película de Spielberg, la causa fue aquella película y un tiburón blanco, el efecto es el miedo a que el agua del mar nos suba por encima del hombro, la realidad es el sentimiento de ahogo. Bucear junto a las rocas te sitúa, cuando aprendes el ritmo de respiración, te relaja, los sonidos bajo el agua son siempre suaves, pero eso es cuando buscas a poca profundidad y puedes seguir pequeñas nubes de sargos, alguna dorada, otra cosa es cuando nadas a mar abierto e intentas mirar bajo el agua, es ahí cuando Spielberg te enseña la profundidad, la falta de referencia, de visión,  el vértigo, lo demás es imaginación dentro de un espacio azul en el que no hay nada, solo el deseo de volver al barco, hacer pie, respirar a boca llena, mirar por encima del mar y ver la línea de costa. (Elias Gorostiaga)






Tiburón. Spielberg. El nuevo miedo. Por : Elías Gorostiaga.

 En el mar no se juega, se pesca desde las rocas, se baña uno en la orilla y lo demás se les deja a los pescadores, solo ellos saben como hay que tratar en ese inmenso azul, a los animales que lo habitan y el respeto a ese ser mítico que es el tiburón, una especie en extinción gracias a la caza masiva y despiadada, que consiste en capturarlos de forma industrial, cortarles las aletas y devolverlos al mar, sin posibilidad de supervivencia, no pueden mantenerse en movimiento para ventilar sus pulmones por medio de las branquias, se hunden y mueren. Eso, también fue Spielberg, dado que el animal devora-hombres, era de natural asesino, había que acabar con el y existe suficiente mercado japonés para devorar cantidades ingentes de pesca.

-Lo compro todo.

Nunca hay excedentes de pescado, nunca hay excedentes para ver películas que cambien el ADN humano, igual que la música de Ravel, los vinos de jerez, placer y miedo sin moverte del sillón, un gran negocio. Nadie se siente defraudado con Shakespeare, podía ser el último escritor a quien leer sin embargo seguimos curioseando en las revistas, en las mesas de novedades de las librerías, queremos que alguien nos diga, con quien se nos caen los ojos de gusto.

 

Y era sencillo, era cine, grandes primeros planos que ocupaban una pantalla de ciento veinte metros cuadrados, un sonido repetitivo parecido al que impulsa ese motor corazón, algo inhumano con memoria reptil que juega con la inteligencia humana, siempre mucho mejor armada

-Es imposible que pueda volverse a sumergir.

Y los espectadores, ilusionados, confundidos, empiezan a querer más, otro arpón más, quieren su miedo, algo sobrenatural, algo que rompa la rutina y Spielberg te lo da a placer, sin apenas esfuerzo,  con una dramaturgia muy sencilla, con unos planos muy efectivos, muy bonitos, paisajes idílicos, chicos que se lo pasan bien al anochecer, una bolla flotando, un paisaje americano de cuando las cosas iban bien, tan alejado del paisaje español, las encinas, los madroños, los Simca 1000, la familia numerosa y la paella, incluso las costas eran lugares de mejillón, quisquilla, trajes de baño familiares, manotazos de crema Nivea y sombreretes de paja.

Pero el tiburón blanco, que es de otras latitudes, se metió en la bañera, en el balde de plástico y todo el imaginario del miedo, entró en las brañas desde Trafalgar hasta Tierra de Campos y en vez de una cabeza disecada de lobo o de toro, las tabernas más castizas colgaban las mandíbulas abiertas de un marrajo. Spielberg no lo sabe, no se hace una idea de hasta donde llegó con su película, ocupado porque con cada nuevo estreno, con los mismos argumentos y los mismos planos, fue construyendo su filmografía de éxito y agotando el cine en la misma proporción. Todo empezó con El diablo sobre ruedas en el año 1972 y desde entonces el Rey Midas  tocó todos los palos de la baraja, la arqueología, los extraterrestres, las galaxias, el jurásico, la segunda guerra mundial, la rutina de los éxitos y la producción de otros cineastas, todo bajo el mismo sello. Ese era el cine y a la vez era la ruina del cine, otro final de aquellos viejos buenos tiempos. Esa es la historia, el final del cine mudo con el sonoro, el blanco y negro, el technicolor, los efectos especiales, las tres dimensiones. ¿Y ahora?, ¿que cine verá mi hijo de dos meses, dentro de veinte años?, esa carta se baraja en los despachos de todos los productores, mientras tanto una buena crisis siempre allana el camino, de nuevo hacia el salón de casa y sus teleseries.

 

 

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