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Tomas Transtromer, aprendiz de escritor. Por : José Julio Perlado.

¿Cómo era Flaubert a los nueve años ¿Qué le inducía a escribir y a querer ser un escritor como Corneille? Estas preguntas formuladas a quienes se han adentrado en los inicios literarios del autor de “Madame Bovary” nos llevan a multiplicar las interrogaciones sobre los comienzos de muchos artistas.

 ( José Julio Perlado ).

 






Tomas Transtromer, aprendiz de escritor. Por : José Julio Perlado.

El Premio Nobel sueco Tomas Tranströmer en su libro “Visión de la memoria” nos conduce como tantos otros por el terreno de la infancia, allí donde las evocaciones de los aprendizajes toman nuestras manos para llegar a través de los recuerdos hasta las fuentes de la dedicación y de la inspiración. “Un domingo sí y otro no, más o menos – nos cuenta Tranströmer –, iba al Museo de Historia Natural cuando era niño. Tomaba el tranvía hacia Roslagstull y caminaba los últimos kilómetros. El camino era siempre un poco más largo de lo imaginado. Recuerdo esas caminatas muy bien; siempre con viento, se me caían los mocos, lagrimeaba. No recuerdo las caminatas en sentido contrario; es como si nunca hubiese vuelto a casa, como si tan solo hubiese estado yendo hacia allí, un paseo expectante, moqueando y lagrimeando hacia el enorme edificio babilónico.

Al llegar, me saludaban los esqueletos. A menudo, caminaba directamente hacia la sección “vieja”, con los animales disecados desde el siglo XVlll – algunos de los cuales habían sido tratados deficientemente – con la cabeza hinchada. Había allí una magia especial. Los grandes paisajes artificiales con modelos bien diseñados de animales no me atraían: eso era ilusión, cosa de niños. Estaba claro que no me interesaban los animales vivos. Sí me interesaban los disecados, los que estaban al servicio de la ciencia. La ciencia a la cual me sentía cercano era la de Linneo: descubrir, coleccionar, examinar”.

 

 

El futuro Premio Nobel de Literatura descubría, coleccionaba a la vez en su memoria y examinaba todo con su infantil entendimiento, asombrado ante los restos del pasado, intrigado por el conocimiento del hombre, sorprendido por las huellas de sus orígenes. Él no se podía dar cuenta de que todo aquello se iba sedimentando poco a poco y que al cabo de años y de días reposaría en el fondo como esencia capital de su poesía. Los museos, por tanto, visitados, pero también muy observada la naturaleza. Cézanne le había recordado a Émile Bernard en 1904: “El Louvre es un buen sitio para consultar; pero no debe ser más que un intermediario. El estudio real y prodigioso emprendido es la diversidad del cuadro de la naturaleza”.

Por ello Tranströmer hablaba igualmente de su aprendizaje al aire libre. “Tuve muchas vivencias de la belleza – dice – sin enterarme de ello. Aprendí que el suelo estaba vivo, que hay un interminable mundo reptante y volador que vivía su propia, rica vida, sin preocuparse en lo más mínimo de nosotros. Una pizca de ese mundo era cazada y pinchada en mis cajas de insectos, que he conservado hasta el día de hoy”. Y como complemento de ese aprendizaje, la biblioteca. “La pared de la biblioteca – recuerda – lindaba con los baños, el olor a cloro penetraba por la ventilación y se oían los ecos lejanos de las voces en la piscina. Siempre hay una acústica maravillosa en las piscinas. El templo de la salud y los libros eran vecinos, eso me parecía agradable”.

 

Todo aquello alimentó la formación del poeta: los libros, la Naturaleza, los museos. El pasado mezclado con la visión del presente y la cadena de cuantos descubrimientos iba haciendo de niño. Todo lo serviría para, sin darse cuenta, llegar a  ser un magnífico escritor.

 

 

 

 

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