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Un prólogo de Sánchez Robayna sobre José Ángel Valente. Por: Amando Carabias.

Probablemente existen tantos modos de aproximarse a los libros como lectores, y todos ellos, no sólo lícitos, sino respetables. Suele decirse —aunque quizá se trate de una leyenda urbana con menos verdad de la supuesta— que los prólogos son esa parte de los libros que nadie lee. A mi modo de ver éste puede ser un error, más aún cuando lo que se tiene entre las manos y se pretende disfrutar es una antología sobre unas obras completas, aunque quede claro que —bajo mi criterio— uno de los derechos inalienables que asiste al lector es disfrutar de un libro del modo que le parezca mejor.

Por todo ello recomiendo que el lector, cualquier lector, paladee como primer plato inexcusable el amplio prólogo del tomo I de las Obras completas de José Ángel Valente. Poesía y prosa (Galaxia Gutenberg. Círculo de lectores, Madrid 2006), escrito por quien, además, es responsable de la edición: el poeta canario Andrés Sánchez Robayna (Santa Brígida, Gran Canaria, 1952).

 (Amando Carabias )









Un prólogo de Sánchez Robayna sobre José Ángel Valente. Por: Amando Carabias.


Para quien esto escribe, el poeta gallego era uno de esos grandes nombres de la lírica española que llevaba demasiados años incluido en la lista de ‘lecturas pendientes’, como una demostración más de mi impericia y de mi anárquico modo de acercarme a la poesía. (Por cierto, lista que en vez de disminuir, aumenta; pero esto es otro tema, que me temo no tiene solución, al menos a corto plazo). Que a estas alturas de mi vida, los poemas de Valente fueran apenas una referencia alejada, no es más que una muestra de mi ignorancia y de que algún método y guía de lectura hubieran sido, no sólo convenientes, sino muy necesarios en mi caso.

Por ello —y antes de sumergirme en la obra completa de José Ángel Valente— he empezado por la lectura de su prólogo.

Tenemos la experiencia de una visita guiada a una ciudad, un conjunto monumental, un monumento, un museo, un centro de interpretación… Doy por hecho que hemos recibido la atención de guías correctos, profesionales cumplidores de su tarea, suficientemente formados y que satisfacen las demandas del visitante. Nadie pide más, aunque tampoco menos. ¿Pero, cuántas veces nos hemos visto acompañados por alguien que, además de lo anterior, haya abierto nuestros ojos a realidades casi inimaginables previamente, haya puesto tanta pasión en su tarea que nos haya apasionado a nosotros —acaso casuales visitantes— con la ciudad, el conjunto monumental, el monumento, el museo, el centro de interpretación…? Por mi parte diré que sólo en tres ocasiones ha sucedido este milagro. Y es algo ya imborrable.

Algo similar ocurre, o puede ocurrir, con los prólogos.

foto procedente de El País

 

De un prólogo —cuando se refiere a unas obras completas—, se espera, al menos, una presentación del autor (vital y, sobre todo, literaria), una posible guía de lectura, como un desbroce de senderos intrincados y desconocidos para el lector. Si cumple con tales requisitos mínimos, habrá cumplido con su finalidad y nada habrá, pues, que reprochar.

Pero, como es el caso —digámoslo ya—, cuando, además de ello, es un ensayo espléndido sobre la obra dentro de un contexto cultural, histórico y literario y cuando abre al lector a una mirada mucho más amplia sobre la literatura en general y la poesía, en particular —no sólo contemporánea, aunque sí fundamentalmente contemporánea—, no queda más remedio que reconocer que ha superado con creces las expectativas creadas.

No se trata —también me apresuro a señalarlo— de un prefacio en que Sánchez Robayna pretenda usurpar el protagonismo de la obra que prologa, por el contrario, la introducción nunca pierde de vista su carácter vicario respecto de la literatura del poeta orensano, como no podía ser de otro modo.

A mi modo de ver, las páginas de este preámbulo son como una criatura viva que pone en diálogo fecundo al lector con el poeta y la propia realidad cambiante, sinuosa y confusa del panorama poético. Al bucear tan hondo en la evolución y el significado de la poesía de Valente, el prologuista pone ante la mirada del lector algunos de los resortes más íntimos que movieron la obra del poeta y ensayista antologado. Y resulta que estos resortes vienen a ser una respuesta concreta, personal y muy real de un modo de entender la poesía.

No afirmo que uno esté, o no, de acuerdo con tal modo de entender la poesía, sino que ponerlos de manifiesto, ayuda de modo impagable a entender el mundo poético de José Ángel Valente. Pero más que eso, o a partir de ello, Sánchez Robayna pone sobre la mesa el debate siempre candente y nunca resuelto sobre la esencia de la poesía, acaso porque esta cuestión es de las que más importó al poeta, traductor y ensayista. Por decirlo en los mismos términos usados en el prólogo —que a su vez remiten a la terminología de Valente—: ¿La poesía, la verdadera poesía, es un acto de comunicación o es conocimiento en sí misma? Y lo hace de un modo muy razonado y apuntando, para quien le interese, otras fuentes donde poder beber para continuar el camino.

Tras la lectura de este brillante ensayo sobre la literatura del poeta gallego, he aprendido que la obra poética de José Ángel Valente no se puede separar en nada de su propia vida, aunque ésta —en cuanto que hecho puntual—, quede difuminada y no aparezca en primer plano. He aprendido que desde su juventud fue muy consciente de su esencia poética. He aprendido que el poema es conocimiento, más allá de la comunicación. He aprendido que la contemplación es el espacio propio del poeta. He aprendido que no sólo era exigente y crítico con otros colegas, sino consigo mismo. He aprendido que procuró no permanecer en el mismo punto, y más bien su obra evolucionó, quizá sin hondas cesuras, pero sí con tenacidad imparable. Y quizá muchas más cosas que ahora o aquí no vienen a cuento.

Es verdad que la obra de Valente en nada mejora o empeora por este trabajo preliminar del poeta, ensayista y profesor canario, del mismo modo que es verdad que la belleza de Florencia no acrece o disminuye en función de la pericia o la pasión que haya puesto el guía al mostrarla; pero, al igual que apreciamos más y mejor un monumento cuando el guía pone toda la carne en el asador, tras la lectura del prólogo de Sánchez Robayna mejora, nuestra capacidad para el entendimiento y el aprecio de la obra de José Ángel Valente, o, al menos, el entendimiento de los procesos y motivos por los que los poemas son como son, puesto que, a la postre, entender y apreciar un poema es algo intransferible para el corazón de quien lo lee, por más que alguien intente una explicación del mismo.

En ocasiones tienen razón quienes denuestan los prólogos, porque muchas veces son panegíricos que engañan al lector por ensalzar en exceso. Quizá sea algo inevitable por razones comerciales o personales, aunque en determinados casos en el pecado llevan la penitencia. Si esta exageración engañosa podría ser perdonable en libros de un solo título, en unas obras completas sería un gravísimo error. Uno, cuando lee un prólogo, sabe de antemano que quien lo ha escrito está a favor del autor, pues lo contrario sería un absurdo inexplicable; pero una cosa es descontar ese afecto, y otra no encontrarse con una explicación seria, razonada y documentada sobre tal o cual cuestión.

Sánchez Robayna no sólo hace esto, sino que, además, usa este estudio prolijo sobre la escritura de Valente, para introducir al lector en otros senderos que satisfagan su sed de conocimiento.

Por mi parte, no tengo palabras para agradecer este trabajo, porque ante mis ojos se han abierto varias puertas que me han de llevar a estancias que —me parece— debo visitar cuanto antes, y, además, con la calma que requiere disfrutar de unas vacaciones en un hotel de lujo ubicado en un lugar lleno de hermosos atractivos que un guía apasionado me ha revelado en sus detalles.

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