Me dejo llevar por el romanticismo, a lo mejor empieza a ser cosa de la edad, pero no puedo evitar pensar en que todavía queda un rayo de esperanza en el mundo de la música cuando leo que la británica Adele (Londres, 1988) ha conseguido vender más discos en los Estados Unidos, al menos durante una semana, que la mismísima Lady Gaga una cantante esta última por la que confieso que siento una indiferencia absoluta.
( Alfredo Rodríguez)
Adele, música con alma. Por: Alfredo Rodríguez Iglesias.
Y es que la joven británica salida de la Brit School of Performing Arts de Croydon, de la que también han salido cantantes con el rumbo tan perdido como Amy Winehouse, empeñada en desaprovechar en vorágines de alcohol y drogas una voz más que apreciable. Kate Nash es otro producto de esa escuela.
La historia de Adele empieza, y en estos tiempos cibernéticos cada vez más carreras musicales empiezan en la red, en MySpace donde ya tenía una legión de seguidores de sus primeras canciones. Un apoyo popular al que luego siguió un premio, incluso antes de que sacara su primer disco en 2008, el Critics Choice Prize, un galardón pensado para destacar a las figuras emergentes en el mundo musical y que Adele tuvo el gusto de inaugurar.
Adele es una cantante que, al revés de lo que ocurre en estos tiempos de marketing e imágenes imposibles, tiene un físico de esos que tantas veces nos encontramos por la calle y, como ella misma ha dicho alguna vez, “no hago música para ser una sex symbol. Hago música para inspirar a las personas, hacer un buen disco y ser parte de la industria musical. Para mí, la imagen no es parte de la música. La música está en los oídos no en los ojos”.
Y añade: “No quiero ser portada del Playboy. Quiero estar en la portada de la Rolling Stone con la ropa puesta”. Fantástica declaración de intenciones que no dejan de tener, seguro que sin haberlo pensado, un mensaje subversivo en medio de una realidad fabricada de apariencias.
Con únicamente dos discos a sus espaldas, titulados 19 y 21, que son los años de edad que tenía cuando los sacó al mercado, Adele ya se ha convertido en toda una promesa del soul, ese ritmo nacido en los Estados Unidos que está teniendo en los últimos años su epicentro fundamental en el Reino Unido y de la mano de un puñado de voces femeninas realmente apreciables.
Dos discos ligeramente diferentes, el primero algo más pop que el segundo que se acerca más a postulados del soul, en los que habla de experiencias personales relacionadas con el amor, el desamor, el dolor que eso produce y como se reacciones en situación de ese tipo. Como muestra basta el botón de su primer single, Chasing Pavements, una canción que empezó a tomar cuerpo en su cabeza una madrugada después de tener una bronca con su novio de entonces.
Musicalmente hablando, hasta los 16 años no hacía otra cosa que cantar canciones de las Destiny Child para, con el paso del tiempo, ir evolucionando hacia un sonido que ella misma define como “una voz antigua de soul”, y apunta hacia Etta James, Roberta Flack y Ella Fitzgerald como espejos, aunque reconoce que le falta camino para llegar a esa altura.
“Solo quería sacarme a aquel chico fuera de mi pecho y de mi mente”. Esa es la motivación que se esconde detrás de su primer disco, 19, y ese es el alma que cobra vida por los caminos del soul. Palabras y música como particulares exorcistas de un alma rota que cobra vida por medio de una voz llena de matices, de aplomo, de emoción y de sensualidad.