No sé si todos pensarán lo mismo, pero, a mi modo de ver, anunciar que la peor sensación que he tenido como lector es que el libro se ha acabado, es lo mejor que se puede decir de él y, por extensión, de quien lo ha escrito.
Eso es exactamente lo que me ha pasado con La noche de los tiempos de Antonio Muñoz Molina (Seix Barral, 2009).
Antes de leerlo tuve la oportunidad de asistir a la conversación que sobre él se desarrolló dentro del Hay Festival de Segovia, durante el último mes de septiembre. Ya entonces quedé convencido de que su lectura sería provechosa, y no sólo como lector que durante unas horas (en este caso unas cuantas, pues el libro tiene –en la edición que manejo— novecientas cincuenta y ocho páginas), va a disfrutar de un gran escritor, sino que va a sumergirse en una de esas historias que atrapa por su contundencia, por la fuerza de sus personajes llenos de matices, por esa capacidad del escritor de usar el lenguaje en toda la versatilidad que nuestro idioma otorga. ( Amando Carabias )
Antonio Muñoz Molina. La Noche de los Tiempos. Por : Amando Carabias.
Se podría afirmar que la novela es una historia de amor ambientada durante los meses previos e iniciales de la Guerra In-civil española del siglo pasado. Y nadie, absolutamente nadie, ni siquiera el autor, podría contradecirme. De hecho, y por centrar la cuestión, el propio Muñoz Molina se esforzó porque esta idea calase en nuestras mentes. «No se trata de un libro de historia, sino que es una novela de amor», repitió al menos un par de veces. Cuando el historiador Justo Serna (encargado de hacer las preguntas que jalonaron la entrevista) alabó el grandísimo esfuerzo de documentación del autor, al mismo tiempo que la gran capacidad para que ese esfuerzo no trascendiera al texto como un ejercicio de erudición, sino que se integraba con total naturalidad en el discurrir de los acontecimientos que tejen la obra, me temí lo peor. Es decir, imaginé una novela trufada de datos, fechas, notas a pie de página, referencias bibliográficas, etcétera. Quizá por ello mismo, el propio novelista se encargó de enfatizar que no se trataba de un libro de historia, ni siquiera de un libro de intrahistoria, sino de una novela, una historia de ficción, una novela de amor.
Y es verdad, pero no es verdad del todo. O, mejor dicho, es más cierto si en vez de afirmar que la historia de amor está ambientada en los meses previos e iniciales a aquella tragedia, precisamos que la peripecia de los protagonistas depende en buena parte de los sucesos previos e iniciales de esa confrontación fratricida.
De tal modo, que la realidad cotidiana que va de octubre de 1935 a septiembre de 1936, no es un decorado, sino que influye (¡y de qué modo!) en todo el relato con el acierto al que nos tiene acostumbrados la pluma de este autor.
Por tanto, y desde ese punto de vista, el trabajo del escritor ha sido, no sólo contar un avatar personal o familiar, sino iluminar a través de él los entresijos de la sociedad española, sobre todo la de Madrid. Y hacer eso significa, entre otras cosas, conocer muy bien el modo de vida habitual de los madrileños de entonces. Tan al dedillo lo escribe, con tanta naturalidad se mueve el texto en aquella época, que no se percibe por ningún sitio, la tarea propia (y previa) de documentación, que tuvo que abarcar necesariamente, no sólo los sucesos más relevantes de aquellos convulsos meses, sino hasta los detalles más nimios de una cotidianidad que en casi nada se parece a la nuestra.
Será verdad que no se trata de una novela histórica en el sentido estricto del término, pero no puede obviar que se trata de un texto que podría servir para explicar muchas cosas que acontecieron entonces.
La lectura de La noche de los tiempos, a pesar de su extensión, se me ha hecho ligera. Con la capacidad y el estilo bien definido de Muñoz Molina —que explotó con verdadero éxito y acierto hace ya algunos años, en concreto, y bajo mi personalísima opinión, con Sefarad o, quizá con Plenilunio—, el relato fluye sin esfuerzo para el lector, aunque se deslice del pasado al futuro o al presente, para retornar al pasado.
No se trata —y me apresuro a aclararlo— de una novela fragmentaria. El narrador omnisciente construye una novela perfectamente ubicada en el espacio y en el tiempo, pero no por ello renuncia a incursiones en el pasado de los personajes, o a reflexiones que más tienen que ver con el futuro. Siguiendo la imparable tendencia de la narrativa contemporánea, el narrador, además de contar la ficción de sus personajes, hace un ejercicio —en este caso bastante velado— sobre el propio quehacer del escritor a la hora de escribir una novela, pasando así a formar parte de la propia estructura del relato, presentándose a sí mismo como investigador de los sucesos que narra, convirtiéndose casi en un discreto personaje invisible.
Quizá se trate de una cuestión muy personal, pero al leer esta novela he escuchado, como en reverbero, el eco del fraseo de Javier Marías en Tu rostro, mañana, sin llegar a la extensión de las frases del madrileño. Y es que en esta novela también se percibe el hondo afán por evitar las prisas, por fijarse en los detalles, por ser absolutamente consciente de que la historia que se trae entre las manos merece todo el esfuerzo, toda la dedicación para no dejarse ni un fleco suelto.
Y no los ha dejado.
El dolor de España, de una España más invertebrada que nunca, aún lacera la mente del autor que, como otros en nuestros días, está desvelándonos —a quienes vivimos sumergidos en la falacia del silencio o quienes crecimos con la mentira como compañera— que la barbarie hizo acto de presencia en España con tal potencia, que la mayoría de ciudadanos se vio envuelta en una orgía de sangre y fuego que nos llevó al abismo del horror, el odio y la barbarie.
Mientras leía —con el alma en un puño— sus descripciones sobre algunos de los primeros acontecimientos bélicos en Madrid, mientras el protagonista —en medio de la canícula de una noche de julio— avanza a duras penas y a contracorriente Gran Vía abajo, camino de Plaza de España, podía sentir que a mí también me dolía la piel y se me rajaba el alma. Porque, además, el autor no escamotea pensamientos y reflexiones; es decir, no se limita a retratar la fachada de los acontecimientos, sino que bucea en algunos de los pensamientos que pudieron ocupar muchas conciencias, acaso las primeras que sucumbieron. Y el modo de pensar del protagonista es tan similar al mío que no me costaba mucho esfuerzo contemplar con horror lo que sucedía en este país hace setenta y tantos años.
Esta novela también puede ser tomada (como en tantas ocasiones ha de serlo la propia Historia —si es que nos la contaran bien—) como un faro en medio de la noche para evitar que al costear nuestra nave muy próxima al litoral, vaya a ser destrozada por una roca que agujeree su casco. Es cierto —tampoco seré muy alarmista— que hay muchas situaciones de base que nada tienen que ver con aquellos días; es muy diferente la situación ideológica no sólo en España, sino en toda Europa; muy distinta la situación económica y cultural de la sociedad en general, tan ajena por suerte a los abismos que separaban a unas clases de otras, y que el autor retrata sin falsas moralejas. Pero aún así, comienza a haber demasiados parecidos relacionados con la intransigencia, con la radicalización de los discursos, con el general clima de crispación, con el gusto por la discrepancia y el enfrentamiento, más que por el acuerdo…
Pero en último extremo, Muñoz Molina, tiene razón. Se trata de una historia de amor, y como tal, atrapa al lector, quien es seducido, casi hechizado, por el modo de narrar, describir y transcribir diálogos que usa el jienense. El ejercicio de economía literaria (a pesar de la extensión de la obra) es admirable. La sobriedad narrativa, no impide, al contrario resalta, la belleza de su obra, sin duda uno de los empeños literarios más importantes de Muñoz Molina, como se dice con acierto en la contraportada del libro.
¿Será un dislate compararla con otras grandes historias de amor que jalonan la literatura universal, contadas o situadas, precisamente en momentos difíciles de una nación? Yo apostaría a que camina firme en esa dirección.
Merece la pena invertir unos días en la lectura de este libro. Merece la pena ahondar en personalidades que lejos de ser caricaturas son auténticos retratos de seres humanos muy reales. Y no me refiero ahora a los personajes de ficción del texto, sino a quienes habiendo sido hombres y mujeres de carne y hueso, antecesores nuestros, se incorporan al relato: Moreno Villa, Bergamín, Negrín, Azaña, Alberti… Algunos de ellos no salen muy bien parados, quizá es que no se lo merezcan, y otros se revelan ante nuestros ojos con todas sus grandezas y miserias, sus convicciones y dudas, sus sueños y pesadillas.
En fin que se trata de un libro total y absolutamente recomendable.
No obstante todo lo anterior, una advertencia. Si buscan evasión, no lean este libro. Si buscan una historia sin mayores implicaciones personales que el esfuerzo físico de su lectura, desistan. Si no quieren enfrentarse a lo que fuimos, huyan de él. Si quieren vivir en la plácida tranquilidad de la ignorancia, no lo compren o no acudan a la biblioteca. Si no quieren admirarse con la fluidez poco común de una prosa exquisita y sencilla al mismo tiempo, olviden las líneas precedentes. Después no vengan con reclamaciones.
Aviso, y ya saben: quien avisa…
Flamenco Rojo
diciembre 9th, 2010
Como ya me lo habías recomendado lo compré…ahora está en lista de espera. Ya te lo comentaré cuando lo lea.
Un abrazo.
catherine
diciembre 19th, 2010
Nos das muchas ganas de leerlo. Me gustan las novelas ambientadas en una época, los personajes reales o de ficción bien caracterizados. Me gustará aprender más de este periodo a través una historia de amor, pues dice el autor que no es otra cosa.
Angeles
marzo 11th, 2011
Terminado hace un mes. Algunas páginas están subrayadas varias veces ( he pecado).
Lo mas brillante es el dialogo interior y los analisis del alemán, su amada y su familia.
Muy bien ambientada, mas en lo cotidiano que en los grandes hechos históricos.
PROBLEMA:
Su gran tamaño dificulta la lectura, las manos se cansan antes que la vista y la pasta blanda no es apta para un atril.
Espía búlgaro
junio 28th, 2015
Una historia de amor…cómo le gusta bromear al futuro premio nobel…