“Tras uno o varios días especialmente cálidos del veranillo de San Martín, percibo – así lo va diciendo el americano Henry David Thoreau – que es el calor inusual lo que provoca más que nada, la caída de las hojas, quizá cuando no ha habido ni lluvia ni heladas durante un tiempo. El calor intenso las madura y marchita repentinamente, igual que ablanda y pone a punto a los melocotones y otras frutas y las hace caer.”
Todos los nombres de los árboles que pueblan Europa con su aparato de ramas y de troncos, la extensión de sus raíces, el cielo de sus pájaros, las copas de sus soles, lluvias y nubes, nos traen en el horizonte al arce, al fresno, la acacia, el madroño, el abedul, la lluvia de oro ramificada en hojas, el arbusto del boj, el castaño, el árbol del amor, el brezo blanco, el olmo, el olivo, el nogal, el álamo temblón y tantas cortezas marcadas por el tiempo, una navaja de años que puntea la vida con sus tormentas y fulgores, el viento de los meses sacudiendo las bases de los árboles hasta estremecerlos en vendaval, sacudidas que parecen el fin del mundo pero que no lo son, paseos alfombrados de recuerdos, caminos innumerables. ( José Julio Perlado).
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