David Lynch tiene sesenta y siete años. Todos los que hemos visto cine y conocemos sus películas también escuchamos la música que las envuelve.
El envoltorio es importante en los regalos, es lo que primero se ve, lo primero que te hace pensar que dentro hay un regalo, pero en el caso de Lynch, el regalo se convierte en una bomba, la música te noquea, te deja zombi en el sofá de casa, hasta el punto de perder la sensibilidad de la piel, porque todo, la sangre, la nicotina, los recuerdos de infancia, los eructos de Coca-Cola, las molestias sexuales, se concentran en el cerebro, y el resto te deja de importar, entonces Lynch es tu dueño y tu te conviertes en eso un yonkie o un zombi de sus deseos, o lo que es lo mismo, todo eso que no conoces empiezas a desearlo, tu jefe te ha despertando del sueño en el que vivías hasta entonces, desde ese mismo instante de creación pura, el Dios de las religiones pasa a ser una broma, empiezas a ahorrar para tener una furgoneta vieja de la Ford, una Harley Davidson y no te quitarás ya nunca más las converse salvo para ponerte una botas tejanas de piel de serpiente. ( Elías Gorostiaga ).
David Lynch y la música. Por: Elías Gorostiaga.
Algunos adjetivos utilizados con este tipo y sus películas son “atmósfera inquietante”, “referente ineludible” “inmoral y aberrante”, pero los adjetivos no son nada, no significan nada cuando ves y oyes Blue Velvet, Twin Peacks o Lost Highway, no son nada cuando el retrato se convierte en una pesadilla, y esa pesadilla la adoptas, duermes con ella, te lavas los dientes y te miras en el espejo a su lado, igual que un niño con su chupete o su conejo de felpa blanco, igual. Media humanidad adora a David Lynch, se dejaría arrastrar al infierno por ver antes que nadie su nueva película, su nueva serie, pero Lynch tiene sesenta y siete años, a esta edad algo en la cabeza de las personas se agota, se pierde, se oxida a esta edad, sobre todo cuando cargas sobre estos años tantas vidas y tanta mala vida, tanta acidez.
Angelo Badalamenti, nació en el 37del siglo XX, es más viejo, pero es músico y cómo músico también tiene sus pesares, sus fantasmas, que se encuentran en un poblado cuya única palabra es la siguiente: “desolación”. Todo lo que escribe este tipo suena a eso, desolación, cualquier vega fértil, cualquier paisaje bien iluminado, cualquier autopista viva y serpenteante, cualquier calle de Los Ángeles, todo ello postales de agencia de viaje que en la cabeza de Badalamenti es una sola cosa, “desolación”, sabe dios por qué, el caso es que para Lynch esa carga de desolación, es la proteína que se beben los boxeadores a las 5 de la mañana antes de ir a correr por las calles, la que él necesita.
Lynch sabe que vivimos en un mundo de necesidades, y que el mal existe y se hace patente cada día. Un día te levantas con tu mejor pesadilla y cuando te asomas al espejo, te lavas los dientes, te enjuagas, abres la boca y cuando miras te encuentras con un diente de oro en la sonrisa. Has pasado al otro lado del espejo amigo y de ahí ya no se sale, te han ayudado estos mayordomos del diablo, con esa misma sensibilidad en la piel de la muñeca de un motorista o de Salinger mientras escribía El guardián entre el centeno, esa novela que todo los asesinos, agentes de la CIA, sicópatas, banqueros, empresarios, violadores y políticos, ha leído, igual que tu, tu también la has leído y ahora se te escapa media sonrisa Lych, mientras brilla tu diente de oro.
catherine
septiembre 25th, 2013
Me encanta como describes a esos sexagenarios no tan ancianos capaces de sonrisas irónicas.