Hace mucho más de un siglo – evoca en sus “Paseos por Madrid “Corpus Barga -, “en enero de 1900, el pregón más sonoro de la capital era el que se oía ya entrada la noche, a las diez, a las once, en el barrio de las Descalzas Reales, a dos pasos de la Puerta del Sol, barrio en el centro de Madrid y, sin embargo, muy cerrado y aislado con su gran plaza destartalada, en la que hacía esquina el caserón del convento, y con sus callejas pobladas de rincones. La calle de Trujillos tenía una casona noble que no estaba en línea con las demás, sino que se ladeaba sacando despreciativamente un hombro, una arista que estrangulaba la calle, apenas si dejaba paso a los coches de la cochera que había en la casa. (…) Por aquel año 1900 sonaban mucho los pregones en Madrid. Se les oía muy distintamente. Sus gritos desgarrados, melancólicos o profundos, como viviendo de muy lejos, recorrían las calles, atropellados a veces por la carrera de un coche, zarandeados otras por el bamboleo de una carreta de bueyes o el traqueteo de un carro de tres o cuatro mulas en reata”. ( José Julio Perlado).
El año Nuevo a primeros de siglo. Mesonero, Corpus Barga. Por : José Julio Perlado.
Los recuerdos de aquellos eneros de hace tantos años los escritores los iban anotando y el primer paso del mes iba dejando, sin él quererlo, una estela de costumbrismo por las aceras llena de nieve, costumbrismo que entonces sólo se llamaba actualidad: pasos espaciados de transeúntes y de animales, voces en la larga penumbra de las calles, vidas que inauguraban cada doce meses el Año Nuevo.
Años antes, en 1852, Mesonero Romanos en sus “Tipos y caracteres” o “Cuadros de costumbres” contaba también las novedades de los primeros días de enero, los banquetes familiares en torno a la llamada “torta de Reyes”, “ese gran pastel o empanada – decía Mesonero – , dentro del cual se encierra un grano de haba; dividido el tal pastel en tantas partes iguales como son los convidados, y después de cubrirle con una servilleta y darle muchas vueltas para evitar preferencias o trampas, se reparte a cada cual uno de los trozos al son de una canción alusiva a la fiesta, que todos entonan; y aquel en cuyo trozo se encuentra el haba, es declarado con grandes ceremonias “rey de la fiesta”, tiene que elegir entre los concursantes sus consejeros y ministros, ordenar los compadrazgos, las reconciliaciones, los agasajos mutuos, y al domingo siguiente convidar a toda la sociedad a otro banquete para dar fin y abdicar en sus manos aquel reinado feliz”.
Es enero, el nuevo Año, el que en la más antiguas páginas de Historia nos remonta al símbolo de la extensión, al símbolo del círculo, al proceso cíclico completo del rondar de las estaciones, con sus fases ascendentes y descendentes, modelo reducido del ciclo cósmico. Es enero, en muchos casos la nieve, copos que caen sobre el Madrid del XlX, cuando se “echaban los años y estrechos”, aquel juego social que no sólo se celebraba en la víspera de Año Nuevo sino también en la de Reyes, aquella colocación de puestos en los que se vendían tarjetas en blanco, “motes nuevos para damas y galantes” y versos impresos en pequeñas cartulinas.En las tarjetas en blanco – como así lo narra Pedro Montoliu al hablar de las Fiestas de la capital – se escribían los nombres de los miembros de la familia y de los amigos invitados a la reunión. Las tarjetas pertenecientes a los hombres se ponían en una urna y las de las mujeres en otra diferente, como primer paso para dejar a la suerte que eligiera el nombre de los afortunados sobre los que había “caído el año”. A continuación, el elegido debía obsequiar a la afortunada dama con algún presente, que normalmente eran confites, y si se trataba de motes o versos ya impresos, el juego consistía en meter todas las tarjetas en la misma urna, remover y sacar cada uno el que en voz alta supuestamente le describía o le aventuraba algún destino para el año que empezaba.
Era enero, el nuevo Año, la Historia y las costumbres, la nieve y las calles de las ciudades, los pregones aquellos de 1900 “entre los chillidos de una vecina que llamaba a la otra – nos sigue narrando Corpus Barga – y el coche de lujo con llantas de goma y el organillo que hacía bailar las monedas de cobre con sus pasodobles y sus chotis sepultando a los pregones en las alcantarillas”.
Era enero y ahora vuelve a ser enero, la rueda de la fortuna de los días del año, las noches de preocupaciones, las madrugadas esperanzadas, el rodar de las jornadas que empiezan, el ruido de los años que pasan, y el Año que avanza lentamente, un caminar lleno de misterios, y al fondo, al final, la gran pregunta escondida en el hueco del Tiempo: ¿qué sucederá?
Kuni
enero 16th, 2012
Me gusta que me cuenten de «mis madriles». La felicitación de Pascua me ha encantado.
Gracias por la evocación.
Pilar
enero 16th, 2012
Es de agradecer el mantener la memoria de esas historias.
catherine
enero 18th, 2012
Dulce evocación de costumbres casi olvidadas.