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El Museo de la Miel y las Abejas, en Cádiz. Un día con las Abejas. Por: Pilar Moreno

 «Porque el Señor os ha traído a tierra fértil,

una tierra de olivos y miel»

(del libro Deuteronomio 8,7-8)

Este ha sido un verano de pocas abejas, y las que he visto no tenían mucho aire de estar por la labor. En algunas salidas al campo me ha faltado ese zumbido de fondo –algo así como el de unas «vuvuzelas» con sueño, que competía con el canto de las perezosas cigarras en un alarde de sonoridad. Las he echado de menos, a las abejas, aunque confieso que nunca me he acercado demasiado a ellas. Las consideraba agresivas, y temerosa de sufrir alguna picadura me he mantenido a prudente distancia de donde sabía existían colmenas. Sin embargo, siempre he tenido una gran atracción por estos interesantes insectos, disciplinados, nunca ociosos y muy organizados, que han estado presente en la vida del hombre desde mucho tiempo, como lo atestiguan unas pinturas rupestres con escenas de la recolección de miel. Para los griegos la abeja era el símbolo de la obediencia y la miel bebida de los dioses, que concedía la inmortalidad a quienes la tomaban; también en Egipto conocieron sus propiedades beneficiosas para la salud y la empleaban en las ceremonias religiosas. En Roma, Plinio el Viejo la llamó «medicamento con propiedades benditas». Más cercano a nuestros días, un jóven Federico escribía estos versos:

 

La miel es la epopeya del amor,

la materialidad de lo infinito.

Alma y sangre doliente de las flores

condensada a través de otro espíritu.

 

(El canto de la miel, 1918).

 

 ( Pilar Moreno )

 

 

 

El Museo de la Miel y las Abejas, en Cádiz.  Un día con las Abejas. Por: Pilar Moreno .

 

 

 

En España es Andalucía una de las mayores productoras de miel con alrededor de 4.500 toneladas al año; hay censadas alrededor de medio millón de colmenas y existen más de tres mil apicultores. Nada tan incitador como estas cifras para querer saber más de este mundo  dulce y meloso, y para ello lo mejor es visitar a las abejas en su propio ambiente de trabajo. A unos cinco minutos de Jeréz de la Frontera, en dirección Cortes, está El Museo de la miel y las abejas «Rancho Cortesano». Es un camino fácil que no presenta problemas ni da motivo para equivocaciones, pintado de amarillo por girasoles y toques de verde y marrón. El aire es todavía tibio en esta mañana recién despierta de finales de junio. Al llegar te sientes en un pequeño oasis. Nos esperan para desayunar; sobre la mesa, té, café, naranjada, pan recién hecho, mantequilla, que tomamos en una terraza entre el verde del jardín. Hay gallinas muy descaradas y dos gallos que a todas luces no son los amos del corral. Un gato negro se mantiene a distancia de tantas aves y se acerca a nosotros pedigüeño. Una vez reconfortados nuestros estómagos estamos ya en disposición de visitar a las abejas.

 

 

El museo de la miel y las abejas pertenece a una empresa familiar que se dedica a la recolección y comercialización de productos apícolas, miel, jalea real, meloja, cera y propóleos. Cuenta con 1.700 colmenas agrupadas en 40 colmenares ubicados en la sierra y montes de la provincia de Cádiz, parques naturales y parajes que garantizan la calidad de la miel que se obtiene, y por la que han conseguido diversos primeros premios. El museo tiene como objetivo dar a conocer la apicultura en la historia del hombre y el mundo fascinante de las abejas, como también los beneficios que aporta la miel a la salud. No es de extrañar pues que nos encontremos allí con la figura mitológica de Gárgoris, rey de los Curetes, un pueblo que habitaba los bosques y las montañas de la escarpada serranía de Ronda. Él fue el inventor del arco, de la agricultura y de la ganadería y -no olvidar- de la apicultura.

 

Pasamos al museo. Allí se expone la historia de la miel en el transcurso del tiempo, desde sus más primitivos comienzos hasta nuestros días. Hay diferentes colmenas, de variadas formas y tamaños. Pensar que pueden existir alrededor de cuarenta mil abejas hasta incluso ochenta mil en uno de esos nidos, es para tratarlas con respeto. Pero aquí no hay cuidado, están deshabitados. En un patio interior encristalado observamos -sin riesgos- el trabajo de unas abejas diligentes y atareadas en su quehacer. En la sala de proyecciones un documental nos muestra los distintos tipos de colmenas, la formación de los enjambres, la estructura de los panales; las abejas y sus castas, obreras, zánganos y la abeja reina. Las obreras son las más numerosas de la colonia, infértiles, con una vida que no dura más de unas semanas, sólo dedicadas a trabajar en numerosos oficios y en jornadas que no tienen fin. Los zánganos son los machos y su única función es la de aparearse con la reina. Ese momento intenso lo pagarán con su vida. A la reina lo único que le queda es el de poner el mayor número de huevos, que pueden ser más de mil quinientos al día, y hay reinas que lo consiguen durante cinco años seguidos. Otra cosa no hace y su vida depende de la ayuda que le den. Finalmente muere agotada, y no es para  menos.

 

Poco a poco nos vamos haciendo la idea de lo interesante que es la vida de estas abejas. Aún nos queda el encuentro «personal» con ellas en plena naturaleza y descubrir el trabajo del apicultor. Hoy hemos aprendido que la abeja es normalmente un insecto amable y servicial, pero en tiempo de recolección, o si se le estorba en su quehacer, puede mostrar mal genio. Para actuar con prudencia nos entregan una vestimenta especial en tela gruesa, pantalón ajustado a los tobillos, blusón blanco con capucha y una malla proctectora para la cara, guantes y, para los que van con zapatos abiertos, bolsas para cubrir el calzado. Un modelo sin mucha variación, generalmente en blanco. El color es también decisivo para ellas que son sensibles al azul pero no pueden ver el rojo. No sé si parecemos aventureros o llegados de otras galaxias, pero en estos trajes tan cerrados el calor sí se deja sentir. Así pertrechados nos dirigimos a la «Plaza de las abejas».

 

La colmenera –en este caso es nuestra guía del museo- nos lleva ante hasta un rincón sombreado donde tienen una colmena. Hace uso de un «ahumador» antes de abrirla. El humo parece tranquilizar a la abejas, o las desconcierta. Mientras controla el estado de los panales, en cuadros de madera movibles, nos va  mostrando varios de estos cuadros que saca de la colmena con ayuda de unas pinzas, otra de las herramientas del apicultor. Podemos ver a las abejas dedicadas a su trabajo, cada una en el oficio que les corresponde, sin salirse de un orden establecido. El zumbido se hace más intenso mientras algunas de las abejas revolotean acercándose en su vuelo hasta las mallas que nos protegen la cara. Es una pequeña danza que ellas usan como lenguaje para comunicarse entre sí.

 

 

En el Libro de los Proverbios está: «mira la abeja y aprende. Observa su diligencia y con qué seriedad realiza su trabajo». De esta forma he superado mis miedos, y mi manera de considerar a las abejas observando su trabajo y su comportamiento es diferente. La colmena aparece de una manera u otra, en el arte clásico, como el símbolo de lo beneficioso que es el trabajar de una manera altruísta, «non nobis», o como dirían ellas «trabajamos, pero no para nosotras mismas»; atareadas obreras sin un gramo de codicia, incansables insectos que deberán visitar once millones de flores para que un kilo de miel sea un hecho realizable. Puedes observar a las abejas compitiendo en actividad; mientras unas vigilan para evitar cualquier peligro que les venga del exterior, otras buscan alimentos, cuidan de los panales, recogen polen, hacen la cera, etc. Siempre dando muestras de obediencia en el oficio que a cada una le ha tocado hacer.

 

Una vez en el museo nos llega el momento de saborear la miel, la parte más dulce de la visita. Así podemos diferenciar el color -que puede variar del ambar claro transparente al oscuro casi negro- y los distintos sabores y aromas que dependerán de la flor donde las abejas buscaron el néctar. Curioso es que, entre tanta dulzura, nos encontramos también con la «miel de madroño» de un característico sabor amargo. Miel con frutos secos, meloja –postre hecho a base de miel, cidra o calabaza y especias- propóleo, jalea real, polen, son productos que nos dejan probar y a los que nosotros damos buena cuenta de ellos.

 

Sumergidos en el mundo de las abejas hemos olvidado el tiempo. Con el calor del mediodía llega también la hora de buscar un rincón en sombra para descansar y aplacar la sed. En estos momentos en los que hasta el aire se hace lento y perezoso, el único sonido que se aprecia es el incansable zumbido de las abejas en un ir y venir de las flores, siempre en camino. Ahora mi relación con las abejas será diferente, basada en el conocimiento y no en el miedo, con el respeto hacia lo que significa su influencia en nuestras vidas. La literatura aporta también su esfuerzo al acercarnos a ellas; desde el filósofo Plinio en su «Historia Natural», hasta León Tolstoi cuando hace pasar mucho tiempo con las abejas a Levin, personaje en la novela «Ana Karenina». Igualmente se ha escrito mucho sobre su simbolismo y el culto en la antiguedad. En la iglesia cristiana figura como emblema de las virtudes y de las almas que se elevan hacia lo espiritual, siendo llamada la miel «la ciencia de las cosas de Dios» y sus picaduras el sufrimiento que lleva el dificil camino hacia ese estado.

 

«Si las abejas desaparecieran del planeta, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida»; esta ha sido una frase atribuida al científico Albert Einstein. Hoy se duda de que fuera Einstein el autor de esta declaración, y que esta idea solo sea una ficción. También se ha puesto en duda la veracidad de que vayamos a vivir una «primavera silenciosa» de Rachel Carson, a la que se le acusa de odiar a la ciencia. En cualquier caso, la imagen de un mundo sin abejas no es muy disparatada si el hombre no respeta a la naturaleza, y sigue con la contaminación ambiental que terminaría dañando la flora. Esto sería extremadamente doloroso para las abejas y para todos nosotros sin excepción. En el «Museo Rancho Cortesano» hacen todo por conservar la calidad y vida de la miel y las abejas.

 

* Se puede saber más de este museo en su página oficial, de donde se han tomado las fotos de la miel y las velas que figuran en este artículo.*

 

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