« La opinión, reina del mundo, no se somete al poder de los reyes, ellos mismos son sus primeros esclavos. ». Este año se celebra el 300º cumpleaños de Jean Jacques Rousseau. La región Rhône -Alpes tiene motivos especiales para celebrarlo, festeja el “año Rousseau” porque pasó mucho tiempo entre Ginebra donde nació y Saboya y Dauphiné y Torino (capital de los duques de Saboya) y Lyon. Las fronteras no eran tan herméticas como lo serán después y al mismo tiempo se aprovechaba de las diferencias jurisdiccionales entre esas ciudades.
Una exposición en la Biblioteca municipal de Grenoble nos ofrece el título de esta crónica y sobre todo un punto de vista sobre la obra de este hombre famoso, polifacético, perseguido por sus ideas y poco después glorificado en el Panteón de París con sus adversarios del Siglo de las Luces. Esos avatares nos enseñan su influencia al hilo de los siglos. (Catherine Beaume)
Jean Jacques Rousseau (1712-1778) y sus avatares. Por: Catherine Beaume.
Nació en la República de Ginebra. Su madre se murió nueve días después del parto. Así que empezó muy temprano, no se puede decir mejor, una vida independiente y errática, leyendo en el taller de relojería de su padre, acogido en Saboya en la familia de un pastor calvinista, empezando a trabajar en Ginebra y huyendo a Annecy, pues a Turín para convertirse al catolicismo. En esta ciudad trabaja en varios oficios que se le antojan indignos y vuelve a Annecy, haciendo todos esos viajes andando, como lo hará a menudo durante su vida entera. “Andar es beneficioso tanto para la salud como para el pensamiento”.
Pues, durante su infancia y su adolescencia su formación es puramente autodidacta lo que va influir en sus reflexiones ulteriores.
Rousseau es considerado como un escritor, un filósofo y un músico, sin olvidarse de su pasión por la botánica. El año Rousseau celebra todas estas facetas con obras de teatro que cuentan su vida a partir de pasajes de sus escritos, conciertos, exposiciones, coloquios y hasta comidas campestres en varios lugares emblemáticos.
El más emblemático es el museo de Les Charmettes en Chambéry donde llega en 1731 para vivir con Madame de Warens que en Annecy le había incitado a convertirse. Sigue educándole: se llaman Mamá y Pequeño, pero serán amantes y se engañarán mutuamente, lo que no impide que estos diez años fueron entre los mejores de la vida de Jean Jacques. Da clases de música y vive en su querida naturaleza, leyendo y soñando. Un buen día tiene que irse a vivir por sí mismo de nuevo a sus 30 años, como lo había hecho en Turín.
Se va primero a Lyon donde trabaja de preceptor pues en 1742 a París donde colabora en la Enciclopedia de Diderot. Accede a la fama con el Discurso sobre las ciencias y las artes de 1750, el Discurso sobre el origen de la desigualdad de 1755. Es independiente, trabaja ahora copiando partituras y compone. El Adivino del pueblo, primer ópera cómica francés, es interpretado el 18 de octubre de 1752 en presencia del rey y su corte.
Pero sus ideas en cuanto al valor del progreso le alejan de los enciclopedistas, se querella sobre todo con Voltaire. En 1756 huye a Montmorency en las afueras de París, “ciudad de humo, ruido y lodo” para refugiarse en la “naturaleza que no miente”. En su Carta a d’Alembert de 1758 quiere demostrar la inmoralidad del teatro, él que había escrito obras teatrales. Acaba de enemistarse con los todos enciclopedistas. En Montmorency escribe sus obras maestras: la novela Julie o la Nouvelle Héloïse (1761), los ensayos Emile y el Contrato social, ambos publicados en 1762.
Las condenaciones de sus recientes escritos por el Parlamento de París y las autoridades de Ginebra y otras ciudades helvéticas le obligan a huir otra vez: a Suiza, donde se aprovecha de las varias jurisdicciones, pues a Inglaterra en 1766, invitado por el filósofo Hume. Para justificarse de lo que piensa ser un complot emprende la redacción de sus Confesiones. Pero al cabo de seis meses se querella con su protector inglés, se queda en el Straffordshire hasta el mes de mayo de 1767 y huye a Francia con el apellido de Renou, el propio avatar de Rousseau. Se esconde durante un año cerca de París, protegido por el príncipe de Conti y se refugia en Grenoble y sus alrededores: aquí se casa por lo civil (casamiento no valido) en agosto de 1768 con Thérèse Levasseur, con quien comparte ya 25 años de vida y cinco hijos, todos abandonados. Aquí herboriza a menudo y sigue escribiendo sus Confesiones que más que una autobiografía son un alegato pro domo.
En abril de 1770 se va de nuevo a París para luchar por su rehabilitación. El Parlamento le deja estar por tanto que no publique nada más. Escribe Diálogos, Rousseau juez de Jean Jacques, que no puede editar como quedarán inéditas las Cartas sobre la botánica y las Ensoñaciones de un paseante solitario, obra inacabada. Se muere el 2 de julio de 1778 en Ermenonville, en su “desierto” (en el Dauphiné se encuentra otro desierto de Rousseau), en su ermita. Como siempre había huido de la compañía de los hombres en la naturaleza tranquilizadora. Pero como siempre le pasa lo contrario de lo que desea. Se vuelve objeto de culto y sus cenizas serán trasladadas al Panteón en 1794. Su sepulcro se encuentra enfrente del de su enemigo Voltaire, otro padre de la Revolución.
Este recorrido por la vida de Rousseau nos ayuda para entender los avatares, los herederos o la posteridad que se le atribuye.
Su idea de la primacía de la naturaleza sobre la industria, las ciencias y el progreso preconizado por los enciclopedistas queda viva entre los ecologistas. Atribuye el desastre del terremoto de Lisboa a la densidad de la urbanización. El progreso provoca un aumento de las necesidades, del enriquecimiento, de la ganancia y así esclaviza. Estamos más allá de la belleza y la quietud de la naturaleza, de la polución de París. Se trata ya de ecología política.
Los conceptos educativos de Émile inspiran primero a Condorcet, pues las pedagogías alternativas del siglo XX, citamos a Maria Montessori, un ejemplo conocido en el mundo entero. Rousseau escribe que “la regla más grande de la educación no es ganar tiempo, es perderlo”. Quiere que su Émile se vuelva un hombre de verdad por el medio de juegos, el placer, el instinto. El libro será quemado con el Contrato social en Ginebra en 1762 y condenado en París.
Su concepción musical da la mayor importancia a la melodía sobre la harmonía; la melodía exprime las pasiones, es el canto del hombre. Gluck y Mozart se inspirarán del Adivino del pueblo. En su Diccionario de música el modelo es la música italiana con el ritmo y los acentos de la lengua en oposición con la música de la corte de Lulli y Rameau y su entorno mitológico. Hoy en día en China los niños aprenden el solfeo con una notación cifrada similar a la inventada por nuestro “mal copista”.
Entre los revolucionarios de 1789, cada uno tiene a su propio Rousseau. No quieren dar cumplimiento a su pensamiento; le piden medios para hacer sus teorías propias. El que lo explica mejor es Lakanal: “la revolución nos enseñó a leer el Contrato social”.
Para otros Rousseau es diabólico, el padre del Terror, justifica la censura y las ejecuciones para acabar con los que piensan de forma diferente. Esta dicotomía la encontramos de nuevo durante la II guerra mundial: tanto los colaboradores como los resistentes se inspiran en sus ideas. Unos piensan que Rousseau nos llevaría a justificar el trabajo sucio de Hitler y otros dictadores.
El Contrato social es una gran fuente para los socialistas. En 1847, para Louis Blanc que insista en la fraternidad Rousseau es el precursor del socialismo moderno. Para Pierre Leroux, en 1850, es el “hombre que llama cada hombre a la emancipación” poniendo de relieve la soberanía del pueblo, pues la libertad y la igualdad. Babeuf (1760-1797), precursor del comunismo, es tan aficionado a la obra del ciudadano de Ginebra que cambia el nombre de su hijo Robert por Émile y emprende una especie de dialogo con la obra de su maestro, citando por ejemplo: “Para que el estado social sea perfeccionado hace falta que cada uno tenga bastante, y que ninguno tenga demasiado. Este breve pasaje es, me parece, el meollo del contrato social”.
Del mismo modo inspira a los independistas argelinos. Kateb Yacine escribe que la lengua francesa es “un botín de guerra”. En 1934 Messali Hadj parafrasea a Rousseau: “si el hombre nació libre se debe gobernar, si el hombre tiene tiranos debe destronarlos”. Ferrhat Abbas también homenajea a los filósofos de la Ilustración; en un largo artículo de 1946 sobre la Constitución argelina a través del Contrato social pone como subtítulo “la colonización niega el Contrato social”.
Entre los escritores se puede decir de dos de ellos que son avatares casi perfectos de Rousseau.
Stendhal fue educado por su padre Chérubin en la veneración de la Nueva Héloïse. Su abuelo el Doctor Gagnon estaba entre los notables que festejaban al ilustro paseante en los afueras de Grenoble. No se puede decir por tanto que el joven Henri Beyle recibió una educación según los principios de Émile y en la Escuela central estudiaba las obras de los filósofos para refutarlas. De toda manera el futuro Stendhal se impregna de “rousseauismo”. Toda su vida será una lucha entre este “rousseauismo” y el “beylismo”, la “LÓ –GICA” come lo escribe. Al mismo tiempo emprenderá una novela, inacabada, el Lago de Ginebra, muy inspirada por su modelo y cuando escribe su Vida de Henry Brulard son Confesiones disfrazadas.
George Sand es una adepta perfecta. Peregrina en las huellas de Rousseau, como él vive a menudo en el campo y lo sabe describir y loar. En 1863 dice: “me ha transmitido como a todos los artistas de mi tiempo el amor por la naturaleza, el entusiasmo por lo verdadero, el desprecio de la vida facticia y el asco de las vanidades del mundo”. Se apasiona ella también por las cuestiones políticas y sociales. Y, más divertido, imagina escribir una novela sobre un hijo de Rousseau que llama Jacques, y intercambia correos con el escritor Sainte Beuve que hace un poema sobre monsieur Jean. Así que los 5 hijos de Rousseau fueron abandonados pero G.Sand y Sainte Beuve nos enseñan dos otros con nombre y apellido.
Por cierto esta vida tan extraña interesó a los analistas.
Si Freud no cuenta más que un malo juego de palabras sobre el apellido Rousseau, roux sot o sea pelirrojo y tonto, que se aplicaba a un homónimo del filósofo, hay mucho que decir sobre varios aspectos de su personalidad.
Sería masoquista por la famosa paliza (en el trasero) que recibió de la mano de la hermana del pastor calvinista, paliza apreciada, deseada de nuevo y a la vez rehuida. Además nos dice que el suceso tuvo consecuencias en su comportamiento amoroso durante su vida entera.
Se confiesa onanista y al parecer tuvo muchos más amores platónicos que eróticos. En una revista de psicoanálisis de 1927 se le calificaba de impotente. (Bueno, con 5 hijos, como ya lo sabemos, no lo fue siempre…)
Escribe: “Nací impedido e enfermo”. A pesar de padecer problemas de riñones era por supuesto más hipocondríaco que enfermo.
Lo cierto es que se volvió paranoico. En 1890 Brunetière en la Locura de Jean Jacques analiza la evolución del síntoma al hilo de su obra hasta la manía de la persecución y del complot.
Jacques Lacan en 1975 llega a la conclusión que es un paranoico genial.Estamos en presencia de un genio con sus debilidades culpables, que se enfrenta a todas las instituciones, estado, religión, educación, matrimonio. Como lo hemos visto cada uno puede encontrar en su obra elementos imprescindibles de reflexión que contribuyeron a cambiar el pensamiento de muchos hombres del mundo entero.