Conocer a José Antonio Abella (Burgos, 1956) —médico, escultor, escritor y editor—, residente en Segovia desde hace más de veinte años, podría hacer sospechar que mi opinión se tiñe de cariño y, por tanto, no soy objetivo. Sin embargo, cuando reseño libros de amigos y conocidos mantengo, primero, que la objetividad no existe, pues somos sujetos; y, segundo: procuro que la amistad no empeñe ni empañe mi juicio, sino que me ayude a penetrar en detalles que me pasarían desapercibidas. Así que quienes hayan leído esta novela, espero que me perdonen la contención, pues procuro ser prudente para evitar daño en la obra reseñada: el exceso de elogios lastima más que ayuda.
Centremos el asunto. Leemos en la contraportada de la novela:
Entre enero de 1949 y diciembre de 1953, la joven alemana Edelgard Lambrecht y el poeta español José Fernández Arroyo intercambiaron un intensa correspondencia que marcaría la vida de ambos.
Basada en las cartas manuscritas de Edelgard, en el diario de José y en años de investigación documental sobre la Segunda Guerra Mundial y su posguerra inmediata, esta novela constituye un singular testimonio del sufrimiento del pueblo alemán tras la caída del nazismo, cuyos innumerables crímenes no sirven de justificación a la barbarie que las tropas aliadas, especialmente las soviéticas, ejercieron sobre la población civil de un país convertido en ruinas. (…)
“Todo lo perdimos —escribe Edelgard en la primera de sus cartas—: nuestra madre, nuestros dos hermanos y otros parientes próximos, la patria y los bienes; también nuestra salud sufrió mucho…” (…)
Así pues, La sonrisa robada es la búsqueda de un tesoro escondido contada a través de la peripecia del propio autor. En cierto sentido —aunque no sólo—, es un cuaderno de bitácora donde se plasman investigación, descubrimiento y ahondamiento de una verdad que quizá sorprenda, narrada, además, con el estilo de Abella que nos ha entregado durante estos lustros obras memorables, al menos para mí, como Yuda, Crónicas de Umbroso, Tierra leve, El balcón de la mirada o Unas pocas palabras verdaderas.
( Amando Carabias)
José Antonio Abella. Reseña de «la sonrisa robada«. Por : Amando Carabias.
Durante la presentación de la obra, el 13 de abril pasado en el Centro de Interpretación de la Judería de Segovia, el autor refería esa verdad descubierta durante su investigación y documentación. La historia la escriben los vencedores, quienes se apresuran a tapar sus tropelías; pero siempre intuí que la población alemana sufrió algo similar a lo que su ejército hizo sufrir a otros. Tras leer la novela, esta intuición, a la que llegué aplicando la ‘lógica’ bélica, cobra carácter terrorífico y hace que crezca la repulsión hacia la insaciable sed de destrucción, odio y venganza que parece anidar en los corazones humanos. Los datos convierten mi intuición en sombra de humo.
Aclaro rápidamente —para evitar sospechas—: el autor no podrá ser tachado de filonazi o similar, salvo que se quiera calumniarle. A poco que se lea esta novela y su obra previa, tal cuestión se descartará. Por el contrario, Abella repudia cualquier violencia y queda anonadado ante la repetición de los genocidios a lo largo y ancho de la historia y del Planeta. Quien haya leído su novela Yuda sabe de qué hablo. Yuda es un judío segoviano que tiene que salir de su ciudad en cumplimento del decreto de expulsión y cuenta su experiencia de diáspora desde Sefarad. Pues bien, la misma emoción dolorosa que se transmite por la expulsión de los judíos españoles, encontrará en La sonrisa robada cuando se topa con esa parte de la historia que se nos ha ocultado. ¿Se podrá oponer a mi argumento que si el ejército nazi no hubiera cometido genocidio contra judíos y otros pueblos o minorías, el ejército de Stalin no se hubiese comportado con tal saña? ¿Podrá argüirse que si Hitler no hubiera ordenado los bombardeos sistemáticos y dañinos sobre Inglaterra, la Air Force con sus aliados norteamericanos no habrían masacrado Berlín, Düserdolf, Dresde, Sttetin…? A mi modo de ver no es argumento la venganza, la aplicación taxativa, sin matices ni proporción de la inhumana ley del talión. Como decía Gandhi —y recoge Abella—: «Ojo por ojo, y todo el mundo acabará ciego».
Otra pregunta sobrevuela la novela: ¿La población alemana podía no ser nazi o, al menos, simpatizante del nazismo durante aquellos años? Aunque muchos supieran lo que sucedía y callaban, la mayoría no era capaz de imaginarlo. Los criminales eran esposos, padres, hermanos, hijos, cuñados, amigos de alguien que no estaba en el frente, que no podía sospechar que en el frente y en los campos de exterminio actuaban como carniceros.
Los sistemas fundados y alentados por el mesianismo destruyen el libre pensamiento, pues su cimiento evita la educación de la razón, del pensamiento de ideas, de la libertad de opinión y crítica; por el contrario, se adoctrina, y no sólo en escuelas, usando todos los medios al alcance del poder, que son muchos. El mecanismo es antiquísimo, simple y eficaz: repetir constantemente (con insistencia de plomo —diría Abella—), la misma idea desde la infancia; aunque la afirmación sea mentira, se hace sustancia del pensamiento y creencias individuales y colectivas. Cuando la educación se basa en fe o irracional seguimiento del líder, se está adiestrando a soldados que entregarán la vida o, en su defecto, cumplirán toda orden del todopoderoso líder. Dice Abella: «La fe separa y la duda une». Estoy conforme y roo con rabia los versos del Nóbel ruso Solzhenitsyn, orla del libro:
“La niña yace muerta en el colchón. / ¡¿Cuántos se han acostado en él?! / ¿Un pelotón, quizá una compañía? / Una chica convertida en mujer, / una mujer convertida en cadáver. // Todo se reduce a frases simples: / ¡Nada se olvide! ¡No perdonemos! / ¡Sangre por sangre, diente por diente!”
¿Trata La sonrisa robada sobre la II Guerra Mundial? No sólo. Esta novela —poliédrica, compleja y ambiciosa—, sin buscarlo, se topa, por así decir, con parte de las atrocidades de la II Guerra Mundial. Me explico.
Como un regalo para su amigo Pepe, Abella rastrea qué fue de Edelgard Lambredcht, la joven alemana con quien mantuvo un idilio epistolar durante cinco años (entre 1949 y 1953), recogido por el poeta manchego en “Edelgard” diario de un sueño (1948-1953) (Diputación de Ciudad Real, 1991). Abella y los lectores del diario del poeta sabemos la historia, pero sólo conocíamos la versión de Fernández Arroyo. Abella sintió una especial atracción por la figura de la muchacha alemana, nacida en Stettin (actualmente Szczecin, Polonia) en 1926, y que, tras el final de la contienda, fue deportada a Flensburg donde se carteó con el poeta, quien la visita en 1953. Abella da un paso inmenso: completa la historia buscando las huellas de la vida Edelgard, hacer real el sueño de José Fernández Arroyo. La novela arranca del libro de Pepe y las conversaciones mantenidas sobre este asunto, recrea ese viaje en autostop de 1953, y, a la vez, recrea cinco años de misivas que, casi desde su inicio es idilio.
Como se deduce por las fechas y lugares citados, la ominosa guerra forma parte necesaria de la historia. Otra cosa hubiera sido increíble. Al aparecer la guerra en Stettin con su rostro más cruel (bombardeos aéreos, saqueo, deportación de la población por el inmenso crimen de ser alemanes), la historia toma una dimensión trágica, pero, al mismo tiempo, más emocionante, porque lo que importa de la novela es el triunfo de la vida, la lucha por sobreponerse al dolor, a la adversidad, a la enfermedad. Incluso cuando el dolor se clava en la entraña, la adversidad nos despoja y la enfermedad nos acompaña a la muerte.
Edelgard, la mujer de la sonrisa robada —la lectura del libro desvelará este misterio—, representa esa lucha, el amor intenso a la vida a pesar de todo, incluso intuir lo que sucedería.
Reconstruir la biografía de Edelgard Lambrecht partiendo de un nombre, unas cartas sin referencias concretas y una dirección de hace sesenta años en una ciudad del norte de Alemania no es sencillo. Hay que tener muchos arrestos y estar seducido por este asunto para embarcarse en semejante aventura.
¿Es más La sonrisa robada?
La novela es poliédrica, repito, y ya he señalado tres caras: el libro de José Fernández, generatriz del relato; el sufrimiento del pueblo alemán tras la derrota del ejército nazi; la historia de Edelgard Lambrecht y su familia.
Señalo una cuarta, la que ahorma la novela: la búsqueda del autor. José Antonio escribe una bitácora del proceso personal y reflexivo que los continuos descubrimientos y dudas le han ido moldeando durante los más de tres años que duró la tarea, sobre todo en lo relativo al descubrimiento del sufrimiento del pueblo alemán, hasta ahora silenciado, o reducido a una nota a pie de página de la Historia. Esta novela no deja indiferente al lector. A poco que se enfrente a ella sin prejuicios, ve aflorar nuevos elementos fundamentales en nuestro paisaje de la memoria, por así decir. Es como si al restaurar un cuadro reapareciera un horizonte oculto para el espectador: no se altera lo que ya se conocía, pero la visión del conjunto se modifica. Consciente de lo que se trae entre manos, Abella camina junto al lector y le lleva de la mano mostrándole los datos que añaden nuevos perfiles a lo ya sabido. Ni niega ni desmiente lo conocido, nos hace comprender que se nos ha ocultado algo también horrible. Como dijo durante la presentación, sólo las falsas monedas tienen una cara. Las monedas verdaderas tienen dos caras y conviene conocer ambas.
La novela es arquitectura que sobrevuela sobre sólidos muros. Esto es parte fundamental del estilo, tarea de escritor. Aunque comparte cierta metodología con la investigación histórica y periodística, pues el trabajo de documentación en múltiples fuentes escritas y testimonios orales procedentes de EE. UU., Alemania y Polonia es exhaustivo, esta titánica tarea no pasa a la novela como sucesión de datos que ahogan la narración. Más bien la ingente documentación y testimonios manejados son sustrato invisible para el lector que, sin embargo, agradece esta labor pues sirve para acercarse lo más posible a la verdad. Tanto, que las partes en que el novelista escribe en estado puro, no son conjeturas verosímiles, sino probabilidades próximas a lo real.
El estilo de Abella es claro, preciso, sobrio e infatigable. Es sincero consigo mismo. No adopta poses de sabio que conoce de antemano lo que sucederá. Duda más de una vez. Está a punto de arrojar la toalla. Se asombra con los datos que aparecen ante su mirada sorprendida. Modifica sus iniciales premisas. Se emociona ante lo inesperado (como al tocar la tierra donde yacen las cenizas de Edelgard, uno de los instantes más estremecedores del texto, exento de recursos ‘lacrimógenos’). Se adapta a la verdad que surge… Nada oculta al lector.
Como si construyera una trenza con cuatro tramas (el libro y los recuerdos de Pepe Fernández; la vida de Edelgard y su familia; el final de la II Guerra Mundial; su tarea de investigación y acercamiento) esculpe la novela que guarda una sorpresa que al lector le bordará un nudo en el corazón y le recordará al más hermoso de los amaneceres. El lector no merece que mi torpeza haga trizas esta sorpresa última, este clamor a favor de la esperanza, a favor de creer que, a pesar de todo y a pesar de cuantos a lo largo de la historia se empeñan en lo contrario, la vida siempre es más que la muerte y la esperanza siempre encuentra su camino y el amor vence, incluso sobre el territorio de la destrucción.
Flamenco Rojo
julio 1st, 2013
Es difícil después de leer una reseña tuya Amando no desear tener el libro en las manos.
Abrazos.
catherine
julio 3rd, 2013
¿Habéis leído Una mujer en Berlín, diario del 20 de abril al 22 de junio de 1945 ? Al principio, en 1954, no se conocía la identidad de la autora , después de su muerte se supo que era periodista.
Os dejo suponer lo que cuenta.
Amando, nos hablas de un tema importantísimo, que no todo era negro de un lado o blanco del otro.
Me acuerdo de una refugiada de los Sudetes que me comentaba sus conversaciones con una judía que perdió a sus padres en los campos. Lograban hablar, sin competir en el dolor.