«Cierto día sentí de repente que tenía que pintar; me puse a hacerlo. Y ahora soy un artista, eso es todo». Estas palabras de Kees van Dongen pueden parecer pretenciosas, pero no hay duda que dan muy bien el carácter del que fuera maestro en el uso del color. Sus obras, brillantes, cargadas de luz y de colores intensos, nos hacen conocer a un pintor diferente, exuberante y provocador. No estaba Van Dongen entre mis artistas favoritos, aunque siempre me he sentido intrigada por sus retratos de estilizadas damas de grandes ojos cercados de oscuro, por lo atrevido en sus cuadros; incluso por su vida artística, que le llevó desde la pobreza hasta conquistar el éxito y recibir la Legión de Honor francesa.
( Pilar Moreno )
Kees van Dongen, ¿Un Anarquista arrepentido o simplemente un Provocador?… Por : Pilar Moreno.
Kees van Dongen formaba parte de un pequeño grupo de pintores que a principios del siglo viente, expusieron en el Salón del Otoño en París y al que le dieron el nombre de fauvistas. El fauvismo fue un movimiento artístico que se desarrolló paralelo al impresionismo, y que se destacó por el empleo provocativo del color en su estado puro e intenso -grandes manchas en rojo, amarillo, verde, azul cobalto- y pinceladas enérgicas que dejaban al dibujo relegado a un segundo lugar. Sin embargo, el talento artístico de Van Dongen se destacó desde muy joven precisamente por el dibujo. Siguió algunas lecciones en la Academia de Arte de Rotterdam, alternándolo con el trabajo en el negocio familiar, hasta que se sintió atraído por la vida bohemia y la de los barrios populares entre pobres y prostitutas. Observa, se inspira en ellos y dibuja con trazos sueltos y con un estilo propio. Quizás influenciado por el ambiente se siente anarquista, ambiciona cambios, pero Holanda le limita su horizonte y decide mudarse a París. Cambia los claroscuros de la tierra de su admirado Rembrandt por el arte, la luz y el ritmo de la cosmopolita París.
Ha sido mi interés por conocer más de este pintor lo que me ha llevado al museo Boijmans Van Beuningen en Rotterdam. Hasta el 23 de enero próximo se exponen cerca de ochenta de sus obras. Sesenta de ellas vienen de colecciones internacionales de Nueva York, Mónaco, Ginebra e incluso Moscú. La exposición me sorprende al presentar las obras en sentido cronológico inverso, comenzando por lo que ya son sus años de éxito y de haber sido aceptado por la alta burguesía parisina como el pintor de moda. Muestra de ello son los retratos femeninos, elegantes damas vestidas con modelos de alta costura del diseñador Paul Poiret. Para Kees van Dongen la mujer era su musa, el paisaje más hermoso, y lo refleja desnudo también, con pocas formas, sin caderas, el pelo corto y fumando cigarrillos con largas boquillas. Óleos como el de la condesa Anna de Noailles, Lily Damita, Mujer con fondo blanco o Mujer sentada, son un ejemplo del beau-monde de entonces.
Sus inquietudes sociales han quedado atrás. Lejos quedan los difíciles primeros años, cuando vendía periódicos para subsistir, ilustraba revistas satíricas y decía que pintar era estar al servicio del lujo. Desde el momento en que expone en El Salón de Otoño, junto a Matisse, Derain, Vlaminck, empieza su carrera ascendente. Es el tiempo de los colores intensos, de las formas sencillas y las pinceladas dramáticas. La técnica pierde su carácter esencial. Se ha casado y tiene una hija. Conoce a Picasso -aunque no se dejará influenciar demasiado por él- y pinta a su mujer, Fernande Olivier. Son los años entre las dos guerras; bailarinas, acróbatas, cantantes, música de jazz, bailes de disfraces, dejan huellas en sus lienzos. Un período donde todo se puede combinar y mezclar como en un cóctel, según dijo el mismo artista.
Viaja a Egipto, Marruecos y España. De aquí trae inspiración para La sirena española y El chal español, un desnudo que provocó gran escándalo y fue retirado del Salón de Otoño donde estaba expuesto. También cuelgan en la exposición un cartel de Vicente Escudero, y un retrato excepcional, Trinidad Fernández, pintado en 1910. Este cuadro ha llegado a Rotterdam desde el Museo de Arte Contemporáneo de Teherán. Perteneció a Farah Diba, casada con el último sha de Persia, Desde 1956 no había sido visto y será difícil que se vuelva a ver en poco tiempo.
Desde su Autorretrato en azul y Caballo manchado -que pintó durante varios años- su vida es un camino buscando el éxito y el reconocimiento. Empezó con optimismo y bravura y su trabajo, óleos, acuerelas, grabados, litografías, es extenso y no conoce mesura, pero sacrificó sus ideales políticos por una vida de lujo y fiestas. Las ideas revolucionarias de su juventud han quedado olvidadas en aquel pequeño apartamento en Montmartre, que ocupó al llegar a París. Quienes lo conocieron dejaron testimonio de su ingenio, elocuencia, y propia seguridad. Al mismo tiempo era atrevido, y en ocasiones provocador con sus explícitos desnudos. De lo que no hay duda es de que sus obras presentan una gran variedad en la técnica y convencen de su maestría en el dominio del color. Retratos, paisajes, óleos, litos, acuarelas, e ilustraciones dan fe de su caracter polifacético y la fuerza atractiva tanto de su obra como de su personalidad. Kees van Dongen murió en mayo de 1968; aquellos años veinte del siglo pasado de jóvenes idealistas, los años de la vanguardia, de nuevas tecnologías y transformaciones -difusión de la radio, el teléfono, los automóviles- pasaron. Lo que queda es el arte de la pintura, y ésto fue dicho también por él.