Vaya por delante que no hago crítica literaria. Soy lectora compulsiva y escritora del mismo talante. He podido pasar sin escribir –ha habido etapas, ya superadas, en que me resultaba imposible: maternidad, núcleo monoparental, trabajar como una burra- pero NUNCA he dejado de leer. Y desde esa perspectiva quiero manifestar mi alegría por el Premio de la Crítica 2012 como mejor novela en castellano al libro antes mencionado.
Desde que se institucionalizaron los Premios de la Crítica en 1956, solo dos mujeres habían sido premiadas hasta ahora. En 1959 Ana María Matute, por Los hijos muertos y en 1961 Elena Quiroga por Tristura. Desde esa fecha hasta la actualidad, es decir, a lo largo de los últimos años del franquismo, durante la transición y en lo que llevamos de democracia, ninguna mujer había sido galardonada con el premio de la Crítica en la modalidad de narrativa en castellano. Fuerte ¿no? Máxime cuando algunos de los premiados, varones ellos, pasaron sin pena ni gloria y sin yo entender por qué se lo habían dado. Otros, en cambio, desde mi punto de vista, fueron merecidísimos, pero me vienen a la cabeza obras y autoras a las que yo, particularmente, hubiera premiado. Bueno, sé que es un criterio subjetivo, pero como el de todos. En la modalidad de poesía en castellano encontramos a Elvira Lacaci en 1964, María Victoria Atienza en 1997, Julia Uceda en 2006, Chantal Maillard en 2007 y Juana Castro en 2010. Alguna más que en narrativa, pero muy poco si contamos los más de cincuenta años que se viene otorgando el galardón.
Dicho esto, vayamos al flamante premio 2012. Apunten este nombre, Clara Usón. Y este libro, La hija del Este, publicado en Seix Barral. Quien no la haya leído que lo haga, y se dejarán absorber por una novela histórica apasionante que nos acerca al drama de la guerra de los Balcanes, al episodio violento, genocida y cainita del desmembramiento de Yugoslavia. Desde luego, para mí, es un premio muy bien dado. ( Carmen Peire )
La Hija del Este, Clara Usón. Premio de la Crítica 2012. Por : Carmen Peire.
Dos epígrafes sirven para intuir el contenido del libro:
La historia nos enseña que los pueblos y sus gobernantes nunca han aprendido nada de ella. (Friedrich Hegel).
Las fronteras siempre se han trazado con sangre. (Ratko Mladic).
Hay un primer capítulo a modo de prólogo sobre un vídeo, como si éste fuera la chispa que motivó a la autora a escribir la novela, “que encierra un enigma y quizá, una explicación”. A partir de ahí se entrelazan una serie de capítulos históricos titulados “Galería de héroes” que comienza con el príncipe Lazar en la batalla de 1389, y los capítulos que tratan el momento contemporáneo, por boca de los personajes, en que se fue gestando aquella tragedia. Así, con saltos en el tiempo, intenta reconstruir la historia de los Balcanes, los antecedentes, los sentimientos ancestrales de los pueblos que se van repitiendo a lo largo de los siglos hasta desencadenar los episodios y la guerra de los años 90. Aunque el centro de la novela gira en torno a Ana Mladic, la hija del general Ratko Mladic que se suicidó al parecer cuando se enteró de quién era en realidad su padre, hay una serie de capítulos en primera persona, la voz principal del narrador, que se va descubriendo según avanza la narración. Intercala la autora datos, fragmentos reales de conversaciones telefónicas y órdenes militares, hechos reales y ficción que acercan tanto o más que cualquier libro oficial de Historia sobre lo que allí ocurrió, sobre el peligro de los nacionalismos cuando se fanatizan y sobre cómo se pueden manipular políticamente una serie de sentimientos populares, como el nacionalismo antes mencionado y el victimismo. También duele comprobar que la experiencia de los genocidios y los campos de concentración nazis en la segunda guerra mundial ha generado un avance del mal que, lejos de impedir que aquello se repita, se reproduce de nuevo con salvajismo y barbarie. No estamos lo suficientemente vacunados para que no vuelva a ocurrir. De ahí los epígrafes de la novela.
En conclusión: no se la pierdan. Se engancharán a ella con una facilidad pasmosa, y comprobarán que esos acontecimientos pueden volver a ocurrir, en nuestras fronteras, en nuestros países. Es lo que tiene la buena literatura, nos hace pensar, nos hace disfrutar, nos hace sufrir. En definitiva, nos remueve sentimientos al contarnos una historia.