La iglesia de la Vera Cruz forma parte del Camino de Santiago, del llamado camino madrileño. Algunos dicen que se trata de un lugar donde confluyen fuerzas energéticas. Si uno contempla a cierta distancia el lugar —por ejemplo, la panorámica indicada al principio desde el Alcázar—, percibe sin saber nada que la Vera Cruz está en un sitio ajeno al ruido, al tránsito más ordinario o común, un poco apartado de todo, pero sin situarse lejos de nada. Casi se podría decir que es una localización fronteriza.
( Amando Carabias)
Aunque no fue así, uno de siempre ha oído que la iglesia de La Vera Cruz de Segovia se debe a la fundación de los Templarios. Sin embargo, parece demostrado que su construcción se debe a la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. Pero este dato —y que perdonen los especialistas— para el común de los mortales no alcanza tanta relevancia y requeriría de previas explicaciones que no son objeto de este artículo.
Habitar en una ciudad como Segovia, donde los restos de su historia son parte esencial y viva del actual entramado urbano, implica que la sensibilidad y la sentimentalidad de los segovianos estén tejidas, al menos en parte, por los ecos aún vivos de un pasado tan diferente en tantas cosas a estos tiempos que vivimos. [Tiempos ni mejores ni peores que los de antaño, tan sólo diferentes; nuestro tiempo, el que más nos interesa, el que más queremos]. Por ello no le extraña a nuestra mirada, acostumbrada desde la infancia a su perfil torreado, deambular por sus calles de traza medieval mientras fotografiamos sus rincones con los más contemporáneos y sofisticados artilugios, o enviamos mensajes de texto a través de teléfonos móviles. Por eso mismo tampoco le repugna a nuestra razón hablar de la presencia de órdenes militares y cruzados, mientras nos referimos al último tuit de tal o cual celebridad, o incluso lanzamos uno con nuestro portátil para que se pierda en el océano inabarcable de Internet.
Casi en la albada del siglo XIII, mediado septiembre, se produjo la dedicación oficial del templo de la Vera Cruz de Segovia: el 13 de septiembre de 1208. Por tanto me voy a referir a un edificio con más de ochocientos años de antigüedad. No se trata de una iglesia románica habitual entre las que abundan por estas tierras, ni siquiera hablamos de uno de los edificios históricos menos conocidos de nuestra ciudad. La Vera Cruz, aunque no es el monumento más visitado o fotografiado de esta urbe, tampoco es ningún secreto por descubrir
Lo más destacable y lo que más llama la atención —por comparación con otras iglesias románicas— es su planta dodecagonal, con nave circular que gira alrededor de un edículo o pequeño templete central, y su esbelta torre con cuatro cuerpos —de construcción posterior a la planta—. Como he insinuado ya, esta iglesia no es ninguna desconocida para quien se ha acercado hasta Segovia, por ejemplo al Alcázar, y desde allí, mirando hacia el norte, ha contemplado o fotografiado su silueta que, como un vigía cansado, reposa en mitad de la ladera que asciende hacia el pueblecito de Zamarramala, lugar desde el que se accede a las estribaciones de la Meseta.
Sin embargo, si su perfil es reconocible —emparentado con otros templos de órdenes militares que basan su arquitectura en la Mezquita de la Roca y la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén—, no así su interior.
No puede ser motivo de este artículo detallar elementos cuyos datos más precisos se hallan fácilmente; pero tampoco puede uno dejar de apuntar algún aspecto de su interior, más desconocido. La iglesia —parroquia de Zamarramala hasta 1692— fue construida para albergar en su interior un trozo del lignum crucis —supuesto pedazo de la Cruz donde fue ajusticiado Jesús de Nazaret—. Pero tal reliquia, como es bien sabido por cualquiera, no debía estar a la vista, pues hubiera sido (y sigue siendo) una tentación casi invencible para quien es amigo de cambiar de ubicación los objetos más codiciados por el género humano. Por tanto la capilla donde se veneraba la reliquia del lignum crucis no era de acceso inmediato, sino que se situó a la parte baja de la torre. Hoy sin embargo quien quiera contemplar el resto de la Cruz, deberá acudir a la próxima iglesia de Zamarramala, donde se custodia, debido a varios intentos de robo en su lugar originario… O acercarse un Viernes Santo, bien entrada la noche y asistir a la procesión que tiene lugar desde el pueblecito hasta esta iglesia.
En su interior uno percibe que la iglesia gira entorno al templete central, construido en dos niveles, cuyo uso primitivo se desconoce y que da lugar a múltiples interpretaciones simbólicas e incluso cabalísticas. (Los lectores de novelas históricas centradas en órdenes militares y en las cruzadas de sobra saben que me refiero a esa rica simbología que servía, al mismo tiempo, como clave cifrada para que los iniciados supieran cosas inalcanzables para el resto, algo así como mensajes encriptadas en la pura roca). La planta baja de este edículo tiene cuatro puertas abiertas orientada cada una a uno de los puntos cardinales, y está cubierta por una bóveda de crucería. La planta superior se cierra con una cúpula califal y en su centro se sitúa el altar con decoración mudéjar.
Como acaso se intuya, describo un lugar sobrio, donde prevalece la austeridad, la penumbra, la pureza de líneas, todo con el claro objetivo de ayudar a encontrar el silencio, la meditación. Esto no quiere decir que nos hallemos en un lugar sin imaginería, aunque sea escasa. En las paredes interiores de los ábsides contemplaremos algunas obras: en el central una imagen de Jesús crucificado del siglo XIII, en el izquierdo la capilla del sagrario donde hay una copia de la imagen de San Juan Bautista —patrono de la Orden de Malta, cuyo original está en su sede de Madrid—, en el derecho la imagen románica de la Virgen de la Paz —que da nombre a la actual advocación del templo— y en una de las paredes de la nave circular un retablo con escenas de la vida de Cristo de escuela castellana fechado en 1516 que en su día adornó el ábside central.
La iglesia de la Vera Cruz forma parte del Camino de Santiago, del llamado camino madrileño. Algunos dicen que se trata de un lugar donde confluyen fuerzas energéticas. Si uno contempla a cierta distancia el lugar —por ejemplo, la panorámica indicada al principio desde el Alcázar—, percibe sin saber nada que la Vera Cruz está en un sitio ajeno al ruido, al tránsito más ordinario o común, un poco apartado de todo, pero sin situarse lejos de nada. Casi se podría decir que es una localización fronteriza.
En esta iglesia los caballeros velaban armas antes de ser ordenados, de hecho éste parece ser el destino inicial del piso superior del edículo antes citado. Por tanto es lógico que se tratase de un lugar tendente a lo esencial y a lo austero. Pero aún así, cuando uno se aproxima al lugar, a poco sensible que sea, percibirá algo especial, algo de complicada explicación que tiene que ver con el silencio y con el interior. No hablo de extrañas fuerzas telúricas, ni de fenómenos paranormales, o cuestiones relativas al esoterismo, me refiero a sensaciones simples, compartidas por cualquiera que inducen a mirar con un poco más de calma y hondura nuestro interior. Quizá también influya en un segoviano, o en cualquiera que lo sepa, el conocimiento de la leyenda que se atribuye a este lugar.
Como no podía ser menos en Segovia, para un lugar tan especial existe una leyenda que los siglos han ido trasmitiendo. En el caso de la Vera Cruz la tradición cuenta que durante la vela del cadáver de un caballero de la orden y por un descuido de los demás hermanos —según unos, lo dejaron solo, según otros, se durmieron— fue atacado por los grajos que dañaron el cuerpo. El prior maldijo a estas aves impidiéndoles no sólo entrar o acercarse a la iglesia, sino incluso volar sobre su vertical. Desde entonces nadie ha vuelto a ver grajos en la Vera Cruz. Conviene aclarar, para quien aún no haya estado en el lugar, que la zona —vecina de la ribera derecha del Eresma en el barrio de San Marcos, junto al convento fundado por San Juan de la Cruz y muy próxima al santuario de Nuestra Señora de la Fuencisla, patrona de la ciudad— está al lado de las llamadas Peñas Grajeras, pared rocosa sobre la que se adosó el santuario de la patrona, llamado así por ser el lugar elegido por estos pájaros para anidar, por lo que resulta de complicada explicación racional descubrir que justo en la vertical de la Vera Cruz no vuelen estas ruidosas aves que abundan en las inmediaciones.
Para el visitante actual, quizá lo más hermoso, aparte de estas tenues pinceladas apuntadas más arriba, esté a la salida o a la puerta de la iglesia, en el ábside sur de la misma, no me refiero a su arco de medio punto que carecede tímpano, ni siquiera al relieve en el que se representan las Santas Mujeres y el Ángel al pie del sepulcro vacío de Jesucristo, ni a las arquivoltas sin ornamentación y los capiteles están decorados con motivos vegetales con alguna figura humana y pájaros-sirenas, ni siquiera me refiero al monumento (oficialmente así declarado en 1919), sino a la vista de la ciudad desde ese punto. De frente, como aupado sobre los tejados del popular barrio de San Marcos y de la frondosa arboleda del Eresma, el perfil de la proa del navío que es Segovia, cuyo mascarón, el Alcázar —orientado a poniente— parece querer zarpar hacia los campos de la meseta castellana, a su izquierda, elevándose casi en vertical vuelo, el palo mayor, la torre de la Catedral, rodeada de otros mástiles que son el resto de torres de la zona amurallada de la ciudad.
Al mirar así a la ciudad, ni lejos ni cerca, uno empieza a intuir que, por más que los tiempos cambien, por más que las tecnologías avancen, por más que todo lo de ayer parezca lejano e inútil, cuanto menos se aleje de la esencia y de la belleza de ese tiempo pretérito, más cerca permanecerá de lo fundamental para nuestra propia vida, e incluso puede enviar a través de las redes sociales una fotografía de la panorámica que contempla, porque será un modo de que en cualquier parte, cualquiera intuya lo que está sintiendo, acaso mientras su espalda se apoya sobre las desnudas y rubias piedras calizas de los muros de la Vera Cruz.
Y si esto mismo lo hace entorno a la media noche de un Viernes Santo durante la procesión del Cristo Yacente y del Lignum Crucis en la que los Caballeros de la Orden de Malta desfilan con hábitos negros, quizá se atisbe que el tiempo, aunque pase, también permanece y a veces deja una huella más indeleble que nuestra efímera existencia.
Marina Filgueira García
noviembre 23rd, 2012
Amando, que belleza de articulo -descubriendo los rincones de tu hermosa Segovia.
Las distintas imágenes de Vera Cruz, se ven preciosas así en blanco y negro.
Enhorabuena por vivir en un lugar monumental de lujo.
Un beso.
FlamencoRojo
noviembre 29th, 2012
Habitar en una ciudad como Segovia debe ser una gozada.
Abrazos.
catherine
diciembre 6th, 2012
Gracias por la visita. No sé si es facíl entrar, la última vez que fui a Segovia la ví un poco más de cerca y es una lugar que me atrae.