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Los Colores del Ocio. Por: José Julio Perlado.

Parece que el verano transcurriera alado, apenas los días y las noches volátiles, la atmósfera leve, el agua derramando sonidos, el monte concentrado en silencios, el horizonte extendido desde los ojos hasta el infinito. Y en el infinito otra vez la levedad y el tono cárdeno de los atardeceres, los andares de los solitarios paseantes, un poco de espuma, otros poco de ramas y de troncos, un vaso fresco sobre la mesa, una conversación alrededor del vaso. Parece que el verano fuera eso, un vaivén del ocio, el descanso de la fatiga, una cortina que apartamos para que el sol no deslumbre a los ojos, aquel sonido que ha resucitado, el juego en la tarde, el anochecer alargado, las sombras del calor que van huyendo camino adelante, recortados perfiles de gentes que apenas  hacen nada, se distraen, ríen, conversan. ( José Julio Perlado )

 

 

 






Los Colores del Ocio. Por: José Julio Perlado.

Pero incluso el verano y su ocio han sido tratados por los filósofos. Quizá tumbados algo sobre sus libros, reclinados sobre sus reflexiones, los pensadores han ido hablando, por ejemplo, de la diferencia entre observación e intuición, momentos los dos para contemplar una misma rosa. “¿Qué ocurre cuando nuestros ojos ven una rosa? ¿Qué hacemos en esa ocasión? – se pregunta el filósofo alemán Josef Pieper. – Al percatarnos de ella y observar su color y su forma, nuestra alma se comporta receptivamente, tomamos, percibimos. Es cierto que somos activos y estamos mirando algo. Pero es un mirar sin tensión, si es que se trata realmente de un intuir auténtico y no de una observación, que consiste ya en medir y calcular, pues la observación es una actividad tensa. La  intuición, intuir, contemplar, es, en cambio, la apertura de los ojos a un mirar receptivo de las cosas que se le ofrecen, que nos penetran sin necesidad de un esfuerzo de captación del observador.”

“El ocio es un estado, una actitud del alma – sigue diciendo -, precisamente lo contrapuesto al ejemplo del “trabajador”. El ocio es una forma de ese callar que es un presupuesto para la percepción de la realidad; sólo oye el que calla, y el que no calla no oye. En el ocio hay, además, algo de la serena alegría del no poder comprender, del reconocimiento del carácter secreto del mundo, de la ciega fortaleza del corazón del que confía y que deja que las cosas sigan su curso, Puede decirse que el punto esencial del ocio es la celebración de la fiesta. En ella se dan cita tres elementos: la relajación, la falta de esfuerzo, el predominio fundamental del “ejercicio del ocio.”

 

 

 

He ahí, pues, las fiestas populares en los recintos abiertos del ocio, aquellos colores y aquellas carreras que las distinguen, los sonidos luminosos en las tardes de tantos pueblos, las antorchas alumbrando las playas, el vino corriendo de vaso a vaso, los diálogos furtivos, las promesas anunciadas, parece que el mundo se iniciara en cada hora nocturna, en cada fogonazo de resplandor. El ocio parecería interminable y sin embargo no lo es. La tensión de la vida aguarda agazapada en las ciudades. Pero ahora solo es el rumor del mar, la piel salada, aquella densidad suave de las olas, el olor que llega de los bosques, una canción inesperada, un brindis sorprendente, el ocio que extiende todo su campo de contemplación, a veces sobre campo estrellado; lo que nunca hemos visto en la tierra – la civilización de las estrellas – lo admiramos ahora en su infinitud y contamos con los ojos la extensión de capitales que parpadean. Nos tumbamos en el silencio para redescubrir el silencio, para saber que existe. El silencio nos envuelve, adormece las horas. Vienen los sueños nacidos del silencio y no nos imaginamos despertar.

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