La Iglesia románica de San Justo viene al encuentro de mis lectores, igual que ha venido a mi encuentro en estos días fríos de paseos mañaneros. Me gustaría presentársela a quienes no la conocen e invitarles a visitarla.
A mi derecha, según el sentido de la marcha, mis ojos se han posado sobre los cuatro o cinco nidos de cigüeñas que coronan el tejado de la Iglesia de San Justo, monumento declarado Bien de Interés Cultural en 1996. En los anteriores artículos referidos a monumentos menos conocidos fuera de Segovia (El Parral y San Antonio el Real), he sugerido zonas relativamente alejadas (entiéndase el eufemismo) de la parte más frecuentemente visitada por los viajeros que eligen esta ciudad como destino. Sin embargo, ahora les propongo desviarse mínimamente del itinerario más habitual. ( Amando Carabias )
Lugares con Historia: La Iglesia románica de San Justo en Segovia. Por: Amando Carabias.
Cruzando el Acueducto, hacia su lado oriental, por donde aún hoy transitan los vehículos, se puede ascender por la estrecha y empinada calle de Ochoa Ondátegui que el visitante encuentra a su derecha. A unos doscientos metros, sale otra calleja a mano izquierda que desemboca en esta iglesia románica, cuya datación se establece al comienzo del siglo XII.
Mientras ascendemos los pocos metros de calle, a quien acompaño a este templo, me gusta resumirle brevemente la leyenda de cómo llegó hasta ella una de las imágenes religiosas más importantes de la devoción segoviana, y que dio origen a la Cofradía más antigua de la ciudad, que aún procesiona el Viernes Santo. Esta leyenda explica la razón por la que el Cristo de los Gascones llegó y permanece en este templo.
Existe un viejo texto que copio de la página de presentación del espectáculo El Cristo de los Gascones de la Compañía Nao de Amores y que es la base y resumen de la leyenda que es más larga y se presenta con más adornos literarios:
“…El Santo Cruçifixo de Sathiuste es un cruçifixo que le truxo una yegua blanca, quebrados los hojos. En su seguimiento venían unos gascones de tierra de Gascuña, que como en aquellas partes oviese siete lugares, cada cual lo quería para sí. Acordaron de ponelle ençima desta yegua y ponelle a do parase, y vino la yegua a parar en Santhiuste, iglesia do hizieron esta parrochia. Mucho tienpo estuvieron las herraduras señaladas a la entrada en una losa. El Cruçifixo, según dió testimonio un clérigo que le vió y murió dende a tres días, está echado con una mano en el costado y el otro brazo tendido…»
Probablemente la leyenda tenga una base histórica cierta, aunque posteriormente se haya embellecido. Las fechas coinciden con el momento de la repoblación de estas tierras, llevada a cabo por el rey Alfonso VI de Aragón, con lo que es posible que algún grupo de habitantes gascones llegaran hasta la ciudad, incluso trasladando la propia imagen. Sin embargo, todo son conjeturas.
Dejemos por unas líneas la imagen a la que volveremos más adelante.
Nuestros ojos ya contemplan una iglesia románica sencilla, no muy grande: una sola nave de piedra cuyo aspecto externo no hace presagiar lo que veremos una vez que crucemos el arco de entrada. Contrasta esto, con la impresión que deja la torre de la iglesia, de planta cuadrada y de tres cuerpos.
Según entramos en el templo, de frente, en el ábside central, donde en la mayoría de los templos se halla el retablo de de madera dorada y profusamente adornado, nuestra mirada quedará prendida en una impresionante obra de pintura mural románica. A ello también ayuda, y mucho, la total ausencia de decoración en el templo.
La casualidad nos permite en este siglo contemplar semejante obra, pues desde el siglo XVII quedó cubierta por ese retablo barroco que ahora nos ha sorprendido no contemplar. Sin embargo algo que pareció una desgracia en un primer momento, se convirtió en fortuna. A mediados del siglo pasado se produjo el derrumbe de una bóveda de yeso que obligó a acometer de inmediato las tareas de reconstrucción, pues, de lo contrario, la iglesia (prácticamente abandonada o destinada al almacenaje de diversos objetos) se hundiría irremediablemente. Fue Caja Segovia quien financió estas obras; durante su ejecución se halló un conjunto de pintura románica que según afirman los expertos es comparable a los conjuntos de Tahull, Maderuelo, San Baudilio de Berlanga y San Isidoro de León.
No puede ser objeto de estas líneas un exhaustivo análisis de estos murales, ya que llevaría mucho espacio y, además, excede a mis exiguos conocimientos. Para quien esté interesado recomendaría la consulta de alguna de estas obras: Las pinturas románicas de la iglesia de San Justo de Segovia del Marqués de Lozoya (Publicaciones de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia 2º edición, noviembre 1970) o, la más reciente de Matilde Azcárate Luxán Las pinturas murales de las iglesias de San Justo y San Clemente de Segovia. (Caja Segovia. Obra Social y Cultural, 2002).
No obstante, aunque sea muy brevemente, algo debo apuntar sobre lo que nuestros ojos están contemplando. El centro del ábside acoge la representación del Pantocrator (Cristo en Majestad) envuelto en una doble mandorla (o almendra). La iconografía del Pantocrator es la habitual, pero según resaltan los expertos, en el interior de la segunda mandorla, más ancha que la primera, vemos los Veinticuatro Ancianos del Apocalipsis, que simbolizan los libros del Antiguo Testamento (24), tocados con coronas o bonetes y llevando en sus manos redomas o instrumentos musicales. El Marqués de Lozoya advirtió sobre su distribución, colocados por parejas alrededor del Trono “disposición de la cual no conozco precedentes pictóricos ni escultóricos”.
Llama la atención, al estar ubicado en el centro de la bóveda del presbiterio, la representación del Agnus Dei o Cordero Místico, dentro de un círculo de fondo azul, enmarcado con una banda de motivos geométricos en forma de dientes de sierra y sujetado por ángeles.
Las escenas se suceden ante nuestros ojos y no se pueden describir con detalle en este espacio, repito, ni, aunque se pudiera, merecería la pena, pues lo importante es permitir que nos atrape la fuerza que imprimió a su obra este magnífico artista que hace unos ochocientos años dejó su sello (hoy anónimo) sobre la piedra de esta iglesia. Además (y si las cosas no han cambiado en estos dos años, tiempo transcurrido desde mi última visita), el guía que explica estas pinturas lo hace con una gracia insuperable, su afabilidad también es digna de tener en cuenta.
Una vez contemplados los detalles de estas pinturas, todavía nos quedan algunas otras cosas por ver, como un retablo barroco, o una muestra de escultura románica en piedra.
Por último el visitante puede contemplar la obra románica del Cristo de los Gascones, que yace dentro de una urna de cristal. Se trata, en realidad, de un Cristo articulado, y su inicial destino era el de usarse para poder representar todos lo momentos de la Pasión y la muerte, es decir la crucifixión y el propio enterramiento. Su valor artístico, histórico y afectivo le convierte en una de las obras más queridas en Segovia. Y el visitante contemporáneo, convertido en espectador, cuando contempla el rostro muerto de Jesús, quizá comprenda el modo en que la escultura gótica entendía la muerte de Cristo. A diferencia del dolorismo realista del barroco, la serenidad ocupa el rostro de esta talla, cuya paz, acaba por pasar a los ojos que lo contemplan.
En los últimos años esta escultura de madera policromada ha servido para que la compañía Nao de Amores, dirigida por Ana Zamora, crease un montaje titulada El misterio del Cristo de los Gascones que a lo largo de varias ha conquistando el favor del público y la crítica de buena parte de la Península Ibérica.
En fin, ocho siglos largos dan para mucho, pero no es tan frecuente encontrar en un mismo lugar dos joyas tan imponentes y tan magnífico estado de conservación que nos llevan directamente al modo de sentir, pensar y creer de nuestros antepasados, aquellos hombres y mujeres que fueron repoblando estas tierras en los siglos XII y XIII.
Si en mis anteriores propuestas, quizá la ubicación del lugar pueda suponer algún contratiempo para el visitante con menos tiempo, en este caso no servirá esta excusa. Y creo sinceramente que lo agradecerán. La iglesia de San Justo es una de esas joyas que resplandecería por sí misma, sino fuera porque otras están tan próximas a ella que terminan por hacerle sombra.
Pilar
marzo 18th, 2012
Tienes toda la razón: es una verdadera joya que bien merece una visita, en realidad la ciudad entera tiene mucho para mostrar.
catherine
marzo 20th, 2012
Gracias por la visita. La iglesia estaba cerrada cuando quería entrar, la veo con tos ojos y otra vez quizá la veré con los míos.