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Maria Luisa Mora: «El Don de la Batalla». Por : Amando Carabias.

María Luisa Mora Alameda (Yepes, Ciudad Real, 1959) ha publicado este año que se nos va acabando su último poemario hasta la fecha El don de la batalla, (Editorial Vitrubio, 2012). Esta obra obtuvo el X Premio Nacional de Poesía “Cega de Manzanares” convocado por el Ayuntamiento de Manzanares el Real en 2011.

Aunque quizá sea desconocida, incluso para los más avezados lectores de poesía, no se trata del primer libro publicado por la autora. Títulos como Las yedras difíciles, Este largo viaje hacia la lluvia, La tierra indiferente, La mujer de la bruna, Meditación de la derrota, La isla que no es (título que comparte con su blog), Navegaciones, o Busca y captura (Premio “Adonais” de 1993) son muestra y aval suficiente para saber que estamos ante un libro de una poeta con conciencia de serlo y que no ceja en el empeño. ( Amando Carabias).









Maria Luisa Mora El Don de la Batalla. Por : Amando Carabias.

Escribe María Luisa Mora en el poema Poetas de interior, uno de los últimos del libro: “Hay poetas que apenas salen / de su casa. // (…) // Solamente habitan dentro / de su corazón / y viven / una vida distinta de los otros. / Poseen una mirada extraña / que transforma a los hombres.” Y lo concluye con este deseo: “ Yo quisiera, / algún día, / sentirme parte de ellos”. A mi modo de ver, su deseo se cumple en este libro y con algunos otros de los que he tenido la fortuna de leer en los últimos meses.

El don de la batalla lo forman cuarenta y cuatro poemas articulados en cinco partes, cada una de ellas precedida por versos de Santiago Sastre, Ángel González, José Agustín Goytisolo, Luis Cernuda y Gabriel Celaya. Estas citas dan la pista al lector de la dirección que llevan los latidos de la poeta en cada parte del poemario.

El título del libro avisa al lector sobre sus cimientos: la lucha. Tanto es así que la palabra ‘lucha’, sus derivados y formas aparece unas dieciséis veces en el poemario, y palabras relacionadas con el campo semántico de ‘batalla’ son más de cien. Una pelea continua y cotidiana contra la muerte, contra la destrucción, contra la desesperación, contra la falacia, contra las mentiras suministradas en la infancia, la contienda cuyo objeto es encontrar el camino de la verdad. Porque además, como afirma María Luisa: “¿Quién puede creer que todo / radica solamente en la alegría?”. Con lo que no queda más remedio que: “A cavar, sin descanso, una trinchera / tras la que guarecernos / de la desesperación y del olvido.”

Nace el poemario como un árbol fuerte cuya simiente es el dolor que causa la muerte; pero no una muerte en abstracto, sin rostro, sino la más doloroso que puede haber para una madre, y en circunstancias, también, especialmente dolorosas. Sin embargo, este asunto (el duelo por la muerte de la hija) no abre el libro, sino que está en su médula, en el propio centro, ya que abarca la tercera parte del libro que preceden estos versos de José Agustín Goytisolo: “Y las palabras nunca dichas / fueron el único remedio / en aquel trance”.

Previamente, en la primera parte, la autora indaga en su pasado, en su infancia, en ese tiempo de descubrimientos vitales y poéticos que le va acercando hasta nosotros; pero también en los momentos en que se descubre que la infancia puede ser el territorio adecuado para que los mayores siembren la mentira en el corazón; pero a veces, también llega la luz: “Entonces comprendimos / que nuestros verdaderos compañeros eran / todos aquellos que luchaban, / sin cesar, en contra nuestra. / Desde entonces, somos parte de ellos. / Renegamos / de la antigua esclavitud de nuestras raíces.

De pronto, como un cataclismo, la segunda parte —seis poemas—, dedicada a aquellos días del horror de la enfermedad, aparecen como una herida silenciosa, honda, desgarradora aunque silenciosa.

En la cuarta parte, Mora Alameda, perpleja, contempla cómo el dolor empieza a ser distinto. Toma conciencia nuevamente de sí como mujer con sentimientos propios, deseos, dudas… El dolor persiste (nunca desaparecerá) pero ya no anula a la conciencia de una mujer. Quizá no sea casual que el poema más largo del libro se titule “Búsqueda del Amor” donde leemos: “Quiero que te levantes por la noche / y dejes sobre la mesa / ese sol que se incendia mientras amo.” Y donde, también, encontramos todo el laberinto de la duda del amante, una situación inestable y un tanto dubitativa.

Si al principio las referencias a la poesía son continuas, la última parte se dedica plenamente a ella. Lo hace, como en toda su obra, refiriéndose a su experiencia, a su vida, con las palabras sin fondo de la vida cotidiana, con la sencillez y profundidad con que me imagino a la poeta escribiendo versos de sangre en su casa manchega sobre los renglones de ese cuaderno interminable. La verdadera batalla de la poeta consiste en derrotar con versos al dolor que empuja a la desesperación: “Quiero alcanzar la luz, / que el verso sea / toda una pradera iluminada / dándome / la fe que necesito / para mirar el mundo de una forma / más nítida; / (…)”

Ella encuentra en la poesía la vía de escape, la salida al laberinto de sufrimiento en que la existencia le ha metido. Lo hace con la libertad que le caracteriza y que ya ha mostrado en otros poemarios; lo hace sólo cómplice de sí misma, ajena a lo estipulado por la oficialidad. Lo hace con conciencia de que es ella misma en un mundo en que las modas y tendencias se dictan y se imponen, con la advertencia explícita de que cualquier voz original y ajena a tales imposiciones será silenciada. En este sentido reivindica su derecho en el poema Sublevación, segundo del libro: “(…)// Siempre son esos mismos / aquellos que promulgan / los estrictos dictados de la moda / y pronuncian discursos en un parque / diciéndole a la gente qué poema / han de estrenar sus ojos / cada día, / de qué manera ha de latir su corazón, / qué lágrimas / habrán de descender hasta sus manos. // Es aburrido esto: / las mismas caras de siempre, / los rutinarios nombres asomándose / a la piel del periódico, / al jubiloso lomo de los libros / o a las escaleras / por donde se suele ascender a la alegría // (…)”

Uno, cuando lee El don de la batalla, además de comprobar que los secretos del ritmo, del tono y de la imagen no son ajenos a su quehacer, sabe que ha leído un pedazo desnudo de corazón. Un corazón que pervive a pesar de que, quizá, —según la propia autora— debiera estar muerto, y, sin embargo, aún late porque el don del verso (don que ella misma declara desconocer quién o por qué se lo ha entregado) recorre su entraña desde la infancia. Mora Alameda hace ejercicio de honestidad: es ella, es su vida, su entorno más cercano y doloroso el que aparece en este libro.

Unos versos de Gabriel Celaya —los que abren la última parte del libro— son un deseo que uno también suscribiría si pudiera aspirar a ello: “Quizás, cuando me muera / dirán: era un poeta”. En el caso de María Luisa Mora Alameda es seguro. Es más, no es necesario esperar a momento tan aciago para suscribirlos.

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  • FlamencoRojo

    diciembre 24th, 2012

    Supongo que será el sueño de todos los que escribís poesía…que al dejar este mundo se diga de ustedes: era un poeta.
    nunca había escuchado ni leído nada de esta autora Mª Luisa Mora…a partir de ahora queda fichada.

    Un abrazo.

  • Isolda

    diciembre 31st, 2012

    Me muero de ganas de leerlo. Está en la lista, creo que te lo dije, María Luisa.
    Un beso enorme de felicitación por tu libro; el año nuevo que traiga lo que quiera además.

  • Isolda

    diciembre 31st, 2012

    Me muero de ganas de leerlo, creo que ya te lo dije; está en la lista. Un beso fuerte para hoy, mañana y siempre.

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