Nunca recuerdo quién fue el autor de la frase que yo creo que mejor define a esta zona de Europa, como aquella región que produce más historia de la que es capaz de consumir. Algo que cobra realidad cuando nos fijamos un poco en la historia contemporánea, por no irnos más atrás, con el origen de la Primera Guerra Mundial, la desintegración del Imperio Austrohúngaro, la formación de Yugoslavia después de la Segunda, y las guerras que se generaron tras la caída del bloque soviético y las subsiguientes independencias nacionales, todas ellas conflictivas a excepción de la de Eslovenia. ( Alfredo Rodríguez )
Música Balcánica: Ritmo y vida. De Goran Bregovic, a Medunjanin. Por : Alfredo Rodríguez.
Por ir ubicándonos, los Balcanes incluyen además de las repúblicas ex-yugoslavas de Eslovenia, Croacia, Serbia, Bosnia Herzegovina, Montenegro y Macedonia, acoge también a Rumanía, Bulgaria, Grecia y sin dejar de lado Turquía, al menos por lo que supuso la presencia del Imperio Otomano en la zona, y que tanta importancia tuvo en el desarrollo posterior de las bandas de viento metal tan características de una zona, también de gran riqueza étnica, por cuanto junto con los eslavos, la presencia de judíos tanto centroeuropeos como sefardíes con sus particulares tradiciones musicales, y, como no, la etnia roma (gitana), forman un crisol fantástico.
Una región en la que la música forma parte de todos los aspectos de la vida: nacimiento, boda, funeral y cualquier otro que merezca una celebración. Mi primer acercamiento a la realidad social y musical de la región fue de la mano de las películas de Emir Kusturica ( El tiempo de los gitanos, Gato negro gato blanco, Underground), de ahí descubrí su banda, la No Smoking Orchestra, y al autor de muchas de sus bandas sonoras, Goran Bregovic, desde entonces convertido en mi músico balcánico de cabecera.
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Luego llegarían otros como los rumanos de Fanfare Ciocarlia, el serbio Saban Bajramovic o la bosnia Amira Medunjanin, considerada como la Billie Holliday de los Balcanes. Como verán músicos de lo más variopinto, representantes de una tradición cultural diversa, rica, transversal, capaz de cruzar geografías a pesar de que los movimientos nacionalistas han provocado una suerte de compartimentación musical que hace que determinados estilos se hayan convertido en estilos nacionales, en ese proceso de construcción acelerada de una identidad necesaria para reconocerse. Así, la sevdalinka se asocia a los bosniacos, la tamburitza se la disputan serbios y croatas, el cocek entre búlgaros macedonios, o la starogradska compartida por serbios, macedonios y búlgaros, como señala Miguel Rodríguez Andreu en un artículo que titula “Música balcánica o cuando el talento supera al nacionalismo”.
Eso por lo que respecta a los ritmos más tradicionales, porque la cosa se complica con los estilos que aún manteniendo su raíz en el pasado, en melodías tradicionales o en los temas que han venido formando parte de las letras de las canciones populares desde tiempos inmemoriales y, que en algunos casos, están siendo rechazados por las élites culturales e incluso desterradas de las televisiones o las radios.
Algo así como querer poner puertas al campo, porque incluso bajo el dominio comunista, los intentos por reprimir estilos como la chalga, una forma de canción popular búlgaro caracterizado por letras lascivas consideradas como obscenas por las autoridades, siguió siendo cantado por el pueblo. Algo parecido ocurrió con el manele, muy vinculado a Rumanía y derivado de las canciones de amor otomanas, del que se ha llegado a decir que las personas que lo escuchan tienen un nivel intelectual por debajo de la media. El turbofolk serbio, aunque también se manifiesta en otros países del entorno, también incide en los temas sexuales y ofrece una visión de la mujer convertida únicamente en objeto de deseo que es muy criticado por la mala influencia que genera en los jóvenes, tanto chicos como chicas. Sus defensores, por el contrario, afirman que sólo refleja la libertad sexual ganada tras la caída del régimen comunista.
Sea como fuere, los Balcanes siguen conteniendo en su interior una riqueza musical extraordinaria, crisol de culturas, de tradiciones, de grupos étnicos, que dan a su música un estatus imprescindible para comprender algo de la maravillosa diversidad de este continente nuestro.