Ya han pasado veinte años desde que Tarantino nos regalara esta película. Buena trama, buenos diálogos, un muy buen reparto, poco presupuesto, mucha sangre, almacenes, vacíos donde se rueda barato y el típico triángulo de muerte tan del gusto del director, todo eso bien batido son elementos para una suma de resultados que perduran veinte años después y convierten la película (desde el día de estreno) en una obra de culto. ( Elías Gorostiaga)
Veinte años de Tarantino: Reservoir Dogs. Por: Elías Gorostiaga.
Buena trama: Seis delincuentes que no se conocen entre sí, son contratados para un robo de diamantes muy bien planificado, que sale mal; la policía aparece y se fríen a tiros. Por supuesto nada de esto se ve, nos vamos enterando, igual que nos vamos enterando de que entre los seis del grupo hay un policía infiltrado. Los supervivientes terminan reunidos en un almacén, de donde entran y salen, usando un tempo totalmente teatral, dentro de un esqueleto que mantiene tu atención de forma genialmente irracional.
Buenos diálogos: Son la tónica de todas las obras de Tarantino, frases cortas, reflexiones de instituto, gestos de mucha chulería, tonterías a mansalva que vamos repitiendo a la salida del cine, como si te lo instalara en tus putas células nerviosas. No repito ninguna frase, porque aquí suenan vacías y huecas, mientras que en boca de los protagonistas quedan geniales.
Buen reparto: Tim Roth, Harvey Keitel, Steve Buscemi, Michael Madsem, Chriss Penn, Laurence Tierney, Edward Bunker. Cada uno de estos actores responde con su vida de su obra, porque se dejan el pellejo en cada rodaje; no fallan, son actores, todos son grandes actores y además Edward Bunker, exconvicto y novelista, un lujo para decorar esta película independiente, novelista que recomiendo y cuya autenticidad en sus libros (se publican por la editorial Sajalin) vienen abalados por su propia experiencia.
Poco presupuesto: Como siempre la película empieza con cuatro duros, en formato 16mm hasta que dan con alguien, que sabe algo que conoce a alguien que se interesa, que no se lo piensa demasiado, hasta que el presupuesto y la película se convierten en suficiente para que la cosa termine bien, colegas, amigos y mucha energía; más o menos ese es el proceso, que empieza con una cerveza, un bolígrafo y una resma de papel; pasamos de treinta mil dólares a un millón y de ahí a la eternidad.
Por supuesto la película pasa por todos los certámenes de cine y se come todos los premios; aquí también entra el Festival de Cine de Sitges, donde le pudimos ver en el año 92. A Tarantino le gusta mucho este Festival y cada poco aparece con su sonrisa inquietante, como si acabara de escaparse del reformatorio o de un atraco, chándal, zapatillas, camisetas sudadas.
Desde ese año 92, lo peor que puede hacer alguien al rodar una película es intentar parecerse a Tarantino, todo lo que rueda es bastante pegajoso, parece fácil y contagia, pero no es sencillo y tiene marca de fábrica; ni lo intentes chico, crea tu propio estilo y muere bien. Saludos a todos los que os acerquéis de nuevo al señor Blanco y sus compinches Azul, Naranja etc.