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La «Casamaures». Una joya de “oro gris”, un palacete orientalista en los Alpes. Por: Catherine Beaume.

La  fiebre del oro gris se apoderó del departamento de Isère a mediados del siglo XIX. El genial ingeniero de Polytechnique Louis Vicat penetró el secreto perdido del cimiento romano y ayudó a su hijo Joseph para poner en marcha la primera fábrica de cemento artificial. Había explorado el suelo de la Francia entera para localizar los yacimientos de las rocas calcáreas conteniendo una dosis suficiente de arcilla para producir, al cocerlas con carbón mineral y molerlas, un cemento natural. Las galerías de extracción y las  fábricas de cemento pulularon en las dos valles que confluyen en Grenoble, con pendientes donde afloran capas de caliza. El carbón provenía de las minas vecinas. La primera fábrica de cemento natural estaba en La Puerta de Francia, en la entrada de la ciudad. En la explanada cercana al río Isère se instalaron los moldeadores, italianos en mayoría, que usaban con maestría este material de uso tan fácil y mucho más barato que la piedra. Así se desarrolló toda una industria de la construcción que conservaba un lado artesanal cuando se trataba de ornamentación, la industria del “oro gris”, la quimera del oro gris.

 

Pero eso es otra historia.

Hoy hablamos de un cuento oriental, un cuento de amor. Hablamos de la Cas’ amore, la Casamaures. ( Catherine Beaume )

 

 

La «Casamaures». Una joya de “oro gris”, un palacete orientalista en los Alpes.  Por: Catherine Beaume.                                    

 

 

La vista más habitual de Grenoble es la del río, con las montañas nevadas y el teleférico. En el municipio vecino de Saint Martin le Vinoux, a unos cientos metros de la Puerta de Francia, surge otro paisaje: una casa oriental en su parque lujuriante, que unos comparan con la Alhambra, una mini Alhambra con vistas a sierras nevadas.

 

Un tal Joseph Jullien – Cochard  compra en 1855 un solar al lado del río, en las afueras de la ciudad. Edifica bancales en la pendiente del macizo de Chartreuse, planta árboles exóticos y un jardín de flores con perfumes suaves aprovechando el microclima de esta Pequeña Niza (así se llama el barrio) y encomienda construir una casa muy especial, hecha de columnas, arcos, vidrieras, pintada de azul ultramar o rojo profundo. La cuarta planta se eleva hasta la carretera real (o imperial) para mayor sorpresa de los viajeros.

 

¿Cómo un hombre que nunca viajó muy lejos de su ciudad natal imaginó tal edificio? El señor Jullien, de oficio  herrador y un poco veterinario, se encontraba con los militares de las tropas francesas que combatían con los otomanos en la Guerra de Crimea. Grenoble era una ciudad de guarnición y el herrador intercambiaba con los soldados. Su segunda mujer, la que vivió la epopeya de la  casa (Casa de las magnolias en la época) tenía una tienda de artículos de moda, entre los cuales se puede suponer que había mantones, abanicos. Y se puede suponer también  que hojeaban revistas de moda o leían en  l’Illustration crónicas de las primeras exposiciones universales de Londres y París.

 

La proximidad con los moldeadores de la Puerta de Francia facilita los pedidos para las 52 columnas, los arcos de las 36 ventanas, con modelos diferentes entre las dos plantas principales, sin olvidarse del resto del decorado. Para cada arco hacen falta 7 piezas, para cada columna se moldea un fuste, liso o acanalado, más la basa y el capitel. Es la primera casa prefabricada, pero es un ejemplar único.

A pesar de la complicación de la arquitectura sabemos que en 1867 el propietario paga impuestos  lo que significa que se puede vivir en la casa desde hace tres años. La pareja permanecerá en su obra de arte, su oda al amor, hasta la muerte de Jeanne en 1873.  Aunque el cemento sale muy barato el señor Jullien, después de 23 años de acondicionamientos tanto en el edificio como en los jardines se ha arruinado, tiene que dejar su joya a su acreedor. Se casará una tercera vez y a su muerte, a los 83 años, se pierde huella de su mujer   y con ella sus archivos.

 

Al hilo de la transmisión de la finca a 13 propietarios diferentes durante un siglo los herederos parcelan el solar. Al lado del río se construye una carretera que se volverá autopista, la fábrica La Buena Leche destruye los estanques y las estatuas para edificar almacenes.   

Las explosiones de las dos guerras mundiales en el Polígono de tiro situado al otro lado del río fracturan las vidrieras y estremecen las paredes y las terrazas. Con el mal tiempo, lluvia, nieve y frío, con la presencia de vagabundos que usan para la calefacción los muebles o cualquier objeto, hasta el parqué del comedor, el sueño de piedra se vuelve pesadilla…

 

…Hasta que empezca otra historia de pasión, y de paciencia. En 1981 esta ruina soberbia la compra una mujer de quién importa escribir el nombre, Christiane Guichard. La llama Cas’amore, casa amor, porque se habrá enamorado del sitio. Funda una asociación en 1985 y en 1986 el ministro de cultura clasifica la casa como monumento histórico, con el nombre  ortografiado Casamaures, con esta s sorprendente.

 

Poco a poco la Casamaures será rehabilitada en toda su esplendor, recobrará sus colores después de la consolidación de los cimientos,  la refección del tejado,  la compostura del jardín poblado  de nuevo de granados, pasionarias, plátanos y flores azules y amarillas.

 

El interior del edificio se puede visitar cada primer sábado del mes.

El recorrido empieza en la Orangerie, el invernáculo,   sede de la asociación y lugar de exposiciones, al nivel del jardín.

Una cuesta conduce a lo que eran las dependencias. Hoy son talleres de Tournesol (girasol) que crean o rehabilitan relojes de sol.

Una escalera, azul  ultramarino, sube a la terraza principal donde admiramos la única magnolia que sobrevive entre las que habían dado su primer nombre al palacete, un árbol magnífico de 150 años. Estamos ahora enfrente de la parte principal de la casa, admiramos también las columnas, los arcos, la lacería en las paredes. El palacete parece mucho más pequeño, y lo es porque era la casa de una pareja sin hijos. Al mismo tiempo, de las paredes emana una impresión de fuerza, de solidez edulcorada por las altas ventanas de colores vivos que competen con el rojo de los moucharabiehs, es decir en un árabe aproximativo las tablas caladas hechas en Oriente para permitir la vista desde el interior de las habitaciones sin que se vea a la sultana y que aquí sólo tamizan la luz en la parte alta o baja de las ventanas. El azul es omnipresente, azul pálido en las tablas de arriba, azul ultramarino en las columnas recientemente renovadas  y en muchas molduras. Los colores se destacan en el fondo ocre del cemento.

 

Descubrimos el interior al entrar en el invernadero inmenso y muy alto (dos plantas). La pared exterior, de madera pintada con grandes ventanales se parece a las de las casas del Bósforo. En el suelo enlosado de cemento tricolor encontramos ya estrellas de ocho puntas que adornan todas las habitaciones con una estrella de cinco puntas de vez en cuando. Una fuente de mármol evoca las once fuentes de los antiguos jardines. En cuatro arriates crece una vegetación exuberante, las yucas evocan el antiguo eucalipto de 9 metros de alto. Numerosos documentos y fotografías recuerdan a toda la gente que vivió en la casa y objetos encontrados en los zocos de El Cairo  y de otras ciudades árabes crean un ambiente encantador.

 

Lo que fascina  es la pared oeste de la casa, protegida de la intemperie por el invernadero. Por la primera vez vemos las vidrieras de cerca, las de las dos plantas. Desciframos las inscripciones en árabe  de fantasía o en árabe mal caligrafiado: ¿J y J? para Joseph Jullien o Joseph y Jeanne, ¿amor, o ternura? en una caligrafía donde por lo menos el punto  que debería estar debajo se encuentra arriba como el de una i. Notamos el corazón azul, motivo que se repita pintado en las paredes o en la ebanistería.

Sobre todo nos llenamos los ojos de los colores de las vidrieras, principalmente rojas aquí al oeste cuando en el comedor están verdes (hacia el este) y que mirando al sur son azules.  

Los juegos de luz sorprenden a todos. Los niños que visitan juegan con las rayas coloreadas y los enamorados capturan la imagen del corazón azul en su pecho.

En el salón el papel pintado (a mano), muy estropeado, del panorama de la bahía del Bósforo acaba de ser restaurado en parte como lo fueron también las pinturas de papagayos y ave de paraíso de las paredes vecinas. En el techo, otra pintura: una tela encolada con motivos geométricos.

En el vestíbulo notamos el papel pintado con motivos de tulipas cuando en la escalera las tulipas, de modelo diferente, están en un fondo rosado.

En el comedor otros papeles pintados, con motivos de fruta exótica: mangas, ananás y granadas. Son restaurados con paciencia y respeto, dejando ver las heridas proporcionadas por otro papel puesto encima del original.

Los propietarios usan  la planta superior y sólo podemos imaginar la suntuosidad de las habitaciones azul y roja.

Ya tenemos buena dosis de baño de colores y buena idea del gusto para elegir muebles y lámparas, cojines y alfombras.

 

Salimos de la casa compartiendo el sueño de Joseph y Jeanne que se persigue con la Asociación Casamaures d’ hier et d’aujourd´hui,- Casamaures de ayer y hoy-.

 

De ayer porque se esfuerza para encontrar archivos, con cierta dificultad porque por ejemplo los archivos del municipio fueron destruidos así que no se conoce el nombre del arquitecto. Los documentos son imprescindibles para restaurar y arreglar la casa y los jardines conservando su alma. Otros ayudan cada vez más a entender la historia de la finca.

De hoy porque el lugar sigue viviendo con la presencia del Atelier Tournesol y la realización de varios relojes de sol en la finca, las exposiciones en l’Orangerie con fotos de las obras , fotos de las luces y tantas otras exposiciones, los trabajos universitarios de estudiantes en ingeniería civil apasionados por el cemento natural, las esculturas contemporáneas del jardín,  etcétera.

 

La página web dice:  «¿es la Casamaures una musa?»…

 

 

*La Casamaures edita también. Como no es posible fotografiar el interior de la casa, como suele ocurrir en los monumentos clasificados, algunas fotos provienen del álbum :

La Casamaures,  coeurs à corps de Alan O’Dinan (fotos) y Christiane Guichard (texto). Aquí se puede ver la web oficial

Otras están en Internet, todas elegidas con mucho cuidado para no desvelar lo secreto sino transmitir al lector la magia del lugar.

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  • Isolda

    septiembre 15th, 2012

    Estas historias son siempre tan enigmáticas. Lo que nos muestras es precioso, Catherine. Lástima que solo se pueda visitar un día al año. Gracias a ti la conocemos. Curioso lo del nombre, da para muchas interpretaciones. Un beso.

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