Fernando Trueba ha dicho al recoger un premio en el Festival de cine de San Sebastián que le daba miedo porque “los premios hacen a la gente más débil, más tonta y más vieja”. Traigo esta frase a colación para quizá propiciar una reflexión si aplicamos la frase al mundo literario y particularmente al mundo de la poesía. (León Molina)
Los Premios. Por: León Molina.*
La edición de poesía en España orbita alrededor de un entramado de premios de toda laya. Hay premios limpios y premios sucios e incluso premios que en unas ediciones son limpios y en otras sucios. De los premios de poesía surgen libros magníficos y otros que son indigerible bazofia. Hay poetas que se presentan a premios con inocencia sin más apoyo que su propio libro y hay poetas que mueven todo tipo de relaciones para ganarse el apoyo y atención del jurado. Hay personas que son jurado de premios que luchan por hacer valer la calidad por encima de otras consideraciones y hay otros que casi ni leen los libros presentados porque llegan a las deliberaciones con su candidato más que decidido. De modo que las generalizaciones que se hacen con frecuencia en el sentido negativo (los premios recaen siempre en obras sin interés, están todos dados, etc.) como toda generalización son solo una parte de la verdad (a veces surgida simplemente del rencor). Así que, en principio, no tengo nada contra la convocatoria de los premios poéticos individualmente tomados. En ellos, como en todo lo humano, encontramos después todos los brillos y miserias de la condición humana. Digo y aclaro al paso que entre mis amigos poetas suman decenas de premios de los más famosos del país y me alegro sinceramente cuando los ganan, sólo porque sé que lo deseaban y les pido perdón por la posible impertinencia de estos comentarios.
Sin embargo sí que recelo de los premios cuando los analizo en su conjunto, cuando veo que el mundo de la poesía es abrumadoramente un mundo de premios literarios. Una buena parte de los poetas han asumido que el modo “normal” e ineludible para publicar sus obras es ganar premios cuya dotación es precisamente la publicación, lo que les hace ir, en el mejor de los casos, como saltimbanquis de una a otra editorial que ni les conoce y probablemente ni aprecia. Muchos editores han tirado la toalla por los imperativos económicos y se han entregado al juego de los premios, lo que supone el perder el control de lo que editan y la propia naturaleza de su oficio. Las instituciones se entregan a la pereza mental que supone crear y mantener un premio literario que es puesto al servicio de los delirios fotomaníacos del político de turno. Los medios de comunicación, con una mezcla de servilismo editorial y abandono de la función de análisis, descubrimiento y comunicación que les deberían ser propias, se limitan a una rutina de reseña de libros premiados, olvidando otras novedades quizá más valientes y estimables. La crítica vive abrumada por la máquina generadora de libros premiados y responde a ello de distintos modos, pero posiblemente con estrés, dudas y cansancio.
Así organizado el mundo de la edición de poesía, todo empuja en direcciones contrarias a la preeminencia de la poesía, de la palabra, de la voz de los poetas. Todo ello con un resultado que me parece el más preocupante; los poetas que aceptan este estado de cosas, lo quieran o no, afectan negativamente a su impostergable y fundamental labor libertaria y radical de no ser instrumento más que de la poesía. Con ello se está afectando, posiblemente sin conciencia de ello por parte de los propios poetas, al trabajo modesto pero a la vez orgulloso, callado, libre, sublime y solitario en el que ha nacido toda la poesía valiosa de este mundo.
Hay una solución elemental para el poeta: salir de ese mundo, sencillamente. El análisis de las motivaciones y condiciones para hacerlo y sus consecuencias es otro tema. Pero aventuro, retomando las palabras de Trueba, que los poetas seríamos menos débiles, menos tontos y envejeceríamos mejor si hiciéramos un discreto mutis por el foro del gran teatro de los premios literarios.
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*León Molina es escritor. Nació en San José de las Lajas, Habana, Cuba, en 1959. Vive en España desde que tenía nueve años. Estudió filosofía en Murcia sin llegar a acabar estos estudios. Ha desempeñado diversos oficios casi siempre relacionados con la comunicación, la cultura y el desarrollo local. Actualmente es director de marketing de una empresa productora de alimentos ecológicos. Ha publicado los libros de poesía Señales en los puentes, Breviario variable, El son acordado y Llegar. Acaba de publicar El Taller del arquero, en Colección La Garúa.